Hasta hace poco más de diez años atrás, todo el mundo recordaba de memoria una buena cantidad de números de teléfonos de amigos y familiares. Eran épocas de llamar a la casa de alguien y si no estaba, dejar el mensaje. Hoy en día, cuando gran parte de las telecomunicaciones interpersonales se realizan a través de mensajes de WhatsApp, la mayoría de las personas apenas pueden recordar su propio número de móvil y tal vez alguno más. La agenda telefónica de nuestro celular los almacena y recuerda por nosotros.
Del mismo modo que relegamos la memorización de números telefónicos a un dispositivo, también dejamos de conservar en nuestra mente información que ahora podemos encontrar a un click de distancia. Desde el nombre de un actor que tenemos en la punta de la lengua, fechas de acontecimientos históricos y hasta realizar una división por tres cifras, descansamos en la tecnología para encontrar respuestas que antes residían en nuestra cabeza. Dejamos de recurrir a nuestra memoria, un elemento clave en la potenciación de las habilidades cognitivas, para apoyarnos en Internet.
Tanto descansamos en los dispositivos que llegamos al punto de prescindir de habilidades que apenas un par de siglos atrás hubieran significado la diferencia entre la vida y la muerte, como el sentido de orientación espacial. Esta capacidad nos permite, por ejemplo, encontrar el camino de regreso a casa desde una ubicación previamente desconocida. Una especie de GPS dentro de nuestro cerebro, alojado específicamente en el hipocampo, que nos permite crear mapas mentales para movernos en el entorno.
Pues bien, algunos estudios recientes demostraron que el uso de aplicaciones y sistemas de navegación ocasionan una menor activación en las áreas del cerebro dedicadas a la orientación espacial, lo que podría desembocar en una atrofia del hipocampo a medida que envejecemos. Esto podría multiplicar el riesgo de padecer enfermedades cognitivas en el futuro, como el Alzheimer, que provoca problemas de memoria y orientación, por eso los pacientes además de olvidar cosas, llegan a perderse.
Para el neurocientífico Michel Desmurget, Director de Investigación en el Instituto Nacional de Salud de Francia, el uso de tablets y celulares está afectando negativamente el desarrollo neuronal de niños y jóvenes, al punto de asegurar que los llamados “nativos digitales” son la primera generación de la historia con un coeficiente intelectual más bajo que la anterior. Esta polémica afirmación está respaldada por evaluaciones realizadas en Finlandia, Suecia, Francia, Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Australia y Gran Bretaña, donde los test de CI demuestran un descenso en las puntuaciones.
Más controversial aún es Mark Bauerlein, autor y profesor de inglés en la Universidad de Emory, en Atlanta, EE.UU. El académico sostiene que ésta es la generación más estúpida que ha existido, con una marcada contracción en las competencias lingüísticas y una notable disminución en la capacidad de atención y memorización. Todo esto, consecuencia del uso inadecuado de las herramientas tecnológicas.
“Con respecto a esto de si la tecnología nos hace más tontos, yo no creo que sea una cuestión de linealidad. No es más tecnología, menos capacidad intelectual, no está relacionado de esta manera”, afirma la Dra Paola Rádice, médica psiquiatra. “Creo que lo que se ve es un cambio en la capacidad atencional. La tecnología nos vino a traer la posibilidad de tener varios focos abiertos en el mismo momento, eso que se llama multitasking. Esto hace que la capacidad de atención se divida en varias cosas en el mismo momento, por lo que disminuye la capacidad de concentrarse. Lo que nosotros estamos viendo ahora son estas repercusiones, mucha capacidad de atender múltiples cosas, pero poca capacidad de atender una sola.
Entonces hoy tenemos una cuestión muy dual, tenemos chicos que tienen una alta posibilidad de tener nuevos conocimientos pero poca capacidad de concentrarse mucho tiempo en lo mismo”, indica la Dra. Rádice.
Para Carina Cabo, Dra. en Ciencias de la Educación, en cuanto a prestar atención “es verdad que los chicos no aguantan los 40 minutos de clase, generalmente, no más de 15 o 20 minutos. Por eso yo digo que la escuela está vieja, porque cuando se organizó a fines del siglo XIX se pensaba en los 40 minutos de clases en función de lo que decía la psicología experimental de aquella época, que una persona puede prestar atención durante 40 minutos. Hoy las neurociencias dicen que una persona puede prestar 15 minutos o incluso menos”, precisa Cabo.
“Entonces creo que sí, prestar atención en el sentido de que una persona hable y la escuchen, como podría ser una clase expositiva, creo que han perdido esa capacidad de atención que si había hace 50 años atrás. Pero hoy hay muchos estímulos en la clase y por fuera de ésta que no tenían hace 50 años atrás”, concluye la docente.
Cuando navegamos por Internet o utilizamos nuestro teléfono recibimos una cantidad incesante de información, no solo en texto, sino en fotos, videos, y sonidos. “Hace 50 años atrás, la información nos venía en un papel, con muy pocas imágenes. En este momento la mayoría de la información nos llega de una forma ágil, rápida, con música y con mucho color y mucha imagen. Esto es captado con otra velocidad por el cerebro, porque nos llama mucho más la atención”, explica la Dra. Rádice.
Esta estimulación excesiva no solo dificulta la capacidad de retener el interés en actividades menos dinámicas, como la lectura de un libro, sino incluso en propuestas audiovisuales con planteos narrativos más extensos y elaborados, como el cine o el teatro. “Creo que ahora se puede atender menos tiempo una película o una serie porque ha aumentado la cantidad de estímulos”, agrega la especialista en salud mental.
Como un ying y yang digital, la misma tecnología que derriba las barreras de la distancia física, al mismo tiempo se erige como un muro que nos separa de nuestro entorno más inmediato, perturbando nuestra capacidad de atención y disminuyendo nuestra productividad demandando nuestra atención constantemente. Es muy probable que en unos pocos años podamos conectar nuestro cerebro a la red, y ahí sí, multiplicar hasta el infinito nuestras capacidades intelectuales al acceder en milisegundos a una cantidad ilimitada de conocimientos. Esta futura mente cyborg llevará al cerebro humano a nuevas fronteras del conocimiento, maximizando las conexiones neuronales y permitiendo arribar a nuevas conclusiones transformadoras. Por ahora, estamos en mitad del recorrido.