La convocatoria por el noveno aniversario de Ni Una Menos en Rosario fue en la Plaza San Martín, sede de todas las batallas. Precisamente en la esquina de Moreno y Córdoba, sobre la vereda, había tendido un mural que daba la bienvenida a las recién llegadas. “Quisieron enterrarnos, no sabían que éramos semillas”, rezaba junto a los nombres de mujeres desaparecidas y muertas. De fondo, se podía escuchar Canción Sin Miedo de Vivir Quintana, un himno del feminismo que entre muchas otras cosas dice: “Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”. La síntesis perfecta de lo que significó aquel histórico 2015 para las mujeres y disidencias del país y del mundo.
Marcela tiene 63 años, mientras esperaba encontrarse con sus hijas para marchar juntas hasta el Monumento a la Bandera le contó a Rosario3 que asiste desde los inicios de las primeras convocatorias en la ciudad y señaló que el desenlace más sobresaliente del Ni Una Menos es la visibilización de la violencia. Reconocer los horrores que se cometían y cometen contra las mujeres, dejar de naturalizarlos y entender que no es un asunto privado, sino público y por ende nos compete a todos.
Detrás, delante y por los costados de Marcela pasaban adolescentes, jóvenes que hace nueve años salieron a las calles con sus madres, tías o abuelas. Otras que vieron por televisión que había una revolución gestándose, una llamarada que les encandilaba el camino que hoy recorren. Una generación que nació con libertad de ser pero que paga un precio por eso: cargar con los mandatos sociales y culturales y con las contradicciones de los discursos. Sin embargo, y gracias al Ni Una Menos, saben que el silencio es el enemigo de las mujeres y disidencias.
Por eso asistieron este lunes a la Plaza. Con las mejillas brillosas del glitter verde y violenta, el color de los pañuelos que abrazan y cartulinas escritas con fibrón para denunciar la falta de políticas de género, además de reclamar que en todas las escuelas dicten Educación Sexual Integral y recordarle a la sociedad que sus cuerpos se mueven por deseo y no por obligación.
Gritaron, gritaron con entusiasmo y con cansancio, sus voces retumbaban entre los edificios, llegaron hasta los balcones más altos y a los oídos de los que nunca quieren escuchar. Hacieron ruido, se abrazaron, saltaron y tiñieron de memoria las calles de la ciudad cantando: “Ya vas a ver, las pibas que vos mataste van a volver”.
La marcha culminó en la Plaza 25 de mayo donde se leyó la proclama. Este Ni Una Menos, docentes, mujeres sindicalistas, jubiladas, periodistas, abogadas, estudiantes, amas de casa, cadetes, actrices, mujeres de barrio, concejalas, porteras, madres, abuelas y niñas coincidieron en que la mayor conquista del movimiento fue romper con la comodidad de una sociedad patriarcal, clasificar los tipos de violencia y dejar de aceptarlos, conquistar la ley 27.610 que garantiza el aborto legal, seguro y gratuito pero también todas creen que “aún falta mucho”.
Y tienen razón. En Argentina durante el 2024, según el el Observatorio de Violencias por Motivos de Género “Mercedes Pagnutti”, se cometieron 137 muertes violentas, y como consecuencia, un total de 78 niños, niñas y adolescentes quedaron huérfanos de madre. Ese total se desglosa en 132 femicidios, dos trans-travesticidios y tres lesbicidios (el resonante caso del ataque a cuatro mujeres en una pensión en Barracas).
Nueve de esas muertes ocurrieron en Rosario. La mayoría de las mujeres asesinadas habían denunciado previamente a su femicida. Algunas tenían medidas de seguridad que fueron violadas, otras estaban esperando que la justicia les otorgue algo, algo con que sentir menos miedo.
Es verdad que este lunes no asistieron las 100 mil almas que aquel histórico 2015 dijeron Ni Una Menos pero sin dudas los feminismos demostraron - una vez más - que resisten al paso del tiempo, a las políticas que buscan silenciarlos, al odio, a las críticas, a las muertes. La llama sigue encendida, lucha sin reparo contra vientos violentos, es un fuego distinto que arde en cada rincón del país con una fuerza inigualable, capaz de apaciguar hasta la crueldad más arrasadora.