En la novela El último Hammett, Juan Sasturain irrumpe en la vida del autor de Cosecha roja en un momento –1953– y plazo –tres meses–determinados. El estadounidense terminaba de salir de la cárcel. Era un perseguido político del macartismo, no tenía plata y vivía en una cabaña en las afueras de Nueva York "de prestado". Además del encierro, acusaba la experiencia de una guerra.
Empantanado en la escritura de Tulip, su sexta (e inconclusa) novela, un escritor rosarino se empeña en mejorarle la suerte: le insiste que un personaje citado en El halcón maltés es su padre.
Laburé, inventé, agregué, puse datos de la realidad, personajes reales y personajes ficticios. Me di todos los gustos con el querido Hammett"
A partir de ahí, el cruce entre ficción y realidad irá tejiendo una suerte de fabuloso hipertexto en el que confluyen Hammett, el rosarino, referencias literarias, personajes y escritores (que entran y salen), una nouvelle y un cuento.
“Yo agarré esas 90 páginas del Tulip, un texto muy autobiográfico y escrito en primera persona, y las convertí en una novela de 700 páginas. Laburé, inventé, agregué, puse datos de la realidad, personajes reales y personajes ficticios. Me di todos los gustos con el querido Hammett”, reveló Juan Sasturain sobre El último Hammett a Rosario3.com. “Fontanarrosa diría que «no es corta, pero tampoco se lee de un tirón»”.
A la hora de explicar por qué una novela sobre Dashiell Hammett, el autor de Manuel de perdedores explicó que se trata de “un escritor que al mismo tiempo es una persona muy interesante”.
“Él trasciende largamente la condición de inventor de la novela negra porque es más que eso: es un notable estilita y un gran creador de una modalidad narrativa. Por otro lado, Hammett es un personaje que atraviesa historia de la literatura y de los Estados Unidos entre los años ‘20 y ‘50. Fue un antifascista convencido y un defensor de los derechos civiles. Digamos, un marxista sin partido. Y todo eso lo llevó a tomar posiciones que lo convirtieron en víctima del macartismo. Él fue a la cárcel por no dar nombres”, abundó Sasturaín antes de lanzar una carcajada: “¡Eligió no ser un arrepentido!”.
La paradoja se da en que esta forma de corrección oral o corrección política que tiene que ver con el lenguaje igualitario tiene la pretensión de operar sobre la Lengua, de imponer usos"
—A la compleja situación de Hammett se le adosa un insistente escritor rosarino que le pide cambiar uno de los capítulos de El halcón maltés
—En "Una G en el aire", que es el cuento al que te referís, (el detective) Sam Spade le cuenta a Brigid (O'shaughnessy), su clienta, una historia que a él le ocurrió cuando trabajaba para la agencia de detectives Pinkerton en los años '20. Es sobre un hombre (Charles Flitcraft, luego Charles Pierce) que desapareció. Su mujer llega a la agencia para que lo busquen, y dos años después, él reaparece y explica por qué se había ido. Hammett escribe ese capítulo poniéndolo en boca de su detective y dice que desapareció «como el puño cuando se abre la mano». Una imagen hermosa. Y la idea mía es que en el año ’46, en Rosario, alguien lee la versión en castellano de El halcón maltés, llega a ese cuento, y dice «pero no puede ser, este tipo es mi viejo». Entonces, convencido, viaja a Estados Unidos a buscarlo. Ese personaje es que se le aparece a Hammett en el año ’53. (Nota: Hammett trabajó en la agencia Pinkerton antes de ser escritor)
Hammett fue un antifascista convencido y un defensor de los derechos civiles. Digamos, un marxista sin partido"
La escritura de la novela –“más o menos interrumpida por otras actividades”– le llevó a Sasturain diez años. La certeza sobre el plazo esconde otro cruce literario. El entrevistado contó que "buscando otra cosa” se topó con la dedicatoria que Ricardo Pliglia firmó para él en el ejemplar de El último lector (2007) y en la que dice «para Juan, esperando su Hammett». “Eso quiere decir que yo entonces ya estaba jodiendo con esto”.
—Parece existir una mayor distancia entre lengua y habla; entre la caja de herramientas y el uso. Esto es visible en redes sociales. Y está también el lenguaje inclusivo, que interpela. ¿Qué opinas al respecto?
—No nos tenemos que olvidar que es el habla la verdad. La Lengua viene después. Es el resultado de un estadio del habla. Pero, y en general, la lengua, como diría el Coco Basile, «se mueve». Armás un cuatro-dos-cuatro y después, se juega. Hoy en día se dan muchas paradojas, ricas, como son las paradojas. La oralidad avanza sobre las formas de la escritura y esta tiene que salir de las reglas de la Lengua para pegarse a la oralidad. Lo cual no está ni bien ni mal, es así. Las redes sociales han recuperado a través del uso de los pulgares el espacio de la oralidad. Entonces, la manera de transcribir la oralidad se caga en las reglas de la Lengua. Y eso es, en parte, lo que determina los cambios que estamos viviendo. La paradoja se da en que esta forma de corrección oral o corrección política que tiene que ver con el lenguaje igualitario tiene la pretensión de operar sobre la Lengua, de imponer usos. Lo cual me parece que está bastante descaminado. Si los cambios se tienen que generar, se producirán sin necesidad de imposición de ninguna regla. Serán el resultado de que el habla se impuso, como ha pasado en todo. Así que, sombre este punto, lo que tenga que pasar, pasará, y lo que se tenga que romper, se romperá. Eso ya lo sabemos por la Historia.