En la obra Matate amor, la actriz Érica Rivas encarna a una escritora "en ciernes" con una pregunta constante: qué sería de ella si fuera no fuera una narradora. En la campiña francesa, donde vive con su marido francés y su hijo, la alienación cultural, la espesura salvaje de un bosque y la mirada de un ciervo que la interpela configuran el thriller campestre que la escritora Adriana Harwicz propone en la novela del mismo nombre.

Todos estos aspectos se cruzan en el escenario en la puesta que adaptó junto a la directora Marilú Marini.

“Una escena es la de una mujer que está encontrándose, en una sociedad en la que es una extranjera. La otra, es la que está convocada: la representación de la mujer, lo que se espera de ella, de la femineidad, de la maternidad. En verdad, las mujeres somos extranjeras en el mundo porque no fue construido para nosotras”, afirma la actriz Érica Rivas en diálogo con Rosario3.

Matate amor se presenta este sábado a las 20.30 (entradas agotadas) y este domingo a las 19.30, en el teatro del centro Cultural Parque de España (Sarmiento y en río).

La actuación es para mí un camino de autoconocimiento

—Cuál fue tu impresión cuando leíste la novela Matate amor?
—Era la primera vez que leía un texto sobre una maternidad como la que más o menos viví, con esas aristas no edulcoradas. Al menos, antes del 2016, antes de Ni Una Menos, no había escuchado ni leído nunca nada así. Me refiero a pensar tanto la anatomía como el amor de madre de otra manera. Es un drama, sí, pero tiene mucha comedia. La obra está atravesada por un humor muy ácido, cínico y alucinante. Digo esto y también que es un texto que nos invita tanto a reírnos y a pensarnos.

—¿Cómo pensaron el texto Marilú y vos, desde los modos de maternar que cada una había aprendido?
—Más que eso, era una realidad que nos convocaba a las dos todo el tiempo. En algún punto, por esa deuda que tenemos de sentirnos siempre tan aparte de lo que está construido como maternidad. Por eso estaba esa necesidad de decirlo, de hacerlo obra, de hacernos chistes sobre esto. Y, a partir de ahí, empezaron otras cosas porque, como siempre digo: la actuación es para mí un camino de autoconocimiento y esto me trajo un montón de conocimientos sobre mí y sobre mi propia maternidad, y sobre las formas que tiene el amor. Ampliar mi capacidad de amar es lo que quiero hacer desde toda la vida.

—¿Cuál es el lugar del deseo en la trama?
—Parece que te estoy llevando para otro lado, pero esta es una mujer que vive muy cerca de un bosque y este se le aparece como la posibilidad de ella misma. Lo digo de una manera poética porque, como todo símbolo, tiene muchas aristas. Es como si fuera ese lugar al que una sabe que tiene que ir, pero no se anima o no puede. 

Lo interesante de esta propuesta es que incluye las ganas de matar en el amor. Después, de ahí a matar de verdad, bueno, hay un montón.

—¿Y la muerte?
—Esto dicho en el terreno de los supuestos, aclaro antes. Hay mucha amorosidad en esta mujer y también en el terreno del deseo está eso de «que se maten». Ella detesta la forma social de la pareja de decir: "Pero vení, amor". Es un "vení, nada. Matate". Lo mismo pasa con la maternidad, aunque sea eso que más querés en el mundo… porque el amor con todo es así. Cómo no te va a pasar también esto si es un amor tan sideral y tan infinito como es el amor a tus hijos. Acá, en ese deseo, es donde aparece el humor de Ariana. Para mí, lo interesante de esta propuesta es que incluye las ganas de matar en el amor. Después, de ahí a matar de verdad, bueno, hay un montón.

—El contexto actual es bien distinto al del estreno, en 2018. ¿Te parece que hoy el texto tiene una jerarquía diferente? 
—Si bien el texto está centrado en la maternidad y en que "la mujer existe en el mundo porque es madre", en la obra se plantean otra cosas, como el hecho de que (por maternar) nosotras dejemos de lado nuestro deseo, qué queremos ser, nuestro deseo sexual. En la novela, la protagonista escribe como en clave para que lo lea quién. Ahí aparece también otra cuestión feminista y es la pregunta por las otras mujeres, las que vienen, las que estaban. (…) Es también hablar para que a las otras no les pase, que abramos y nos preguntemos. Cuando Ariana (Harwicz) vino a ver la obra me dijo algo que me quedó rebotando: “La militancia tiene que ser incómoda”.