Naty asegura que su hermano mayor le dice que la quiere mucho. Que lo ve y habla con él, aunque el joven fue asesinado a balazos este año. Con la inocencia de sus 5 años, la niña –su identidad real será resguardada– abre su boquita en una sonrisa para admitir que lo extraña pero que sabe que está en el cielo. Ahí lo dibuja en medio de corazones, soles y animales y así, con fibras de colores, plasma sus sentimientos y pensamientos. Está en duelo, pero no lo sabe.

La violencia radicalizada en la ciudad en los últimos años toma cuerpo, justamente con total contundencia, en los homicidios. Los muertos, hayan estado o no vinculados al delito, dejan familias que los lloran y que buscarán justicia en sus nombres. En esos hogares diezmados por la pérdida brutal y sorpresiva que supone un crimen, siempre hay niños y niñas, que con su vulnerabilidad e indefensión se han convertido en las víctimas ocultas de una problemática tan compleja como arraigada.

Colores

Desde el Centro Único de Atención a Víctimas, espacio provincial y municipal de contención a víctimas y familiares de situaciones violentas –en el último año y medio intervinieron en 333 casos, en su mayoría con víctimas de homicidios dolosos, amenazas, violencia de género y entraderas–, advirtieron que entre la población que acude a la dependencia (San Lorenzo 1017) los más desprotegidos son los chiquitos y chiquitas, a quienes es difícil explicarles la muerte, sobre todo cuando ese ser querido fue asesinado. Es por eso que decidieron poner en marcha un taller que reúna a estos chicos, de entre 5 a 12 años, en un espacio lúdico llamado “Arco Iris”.

En diálogo con Rosario3.com, Anahí Schibelbein, la directora del centro, explicó que “el taller es una instancia de contención y expresión para que los chicos en duelo puedan poner en palabras y a través del juego lo que les pasa. Es necesario entender qué es lo que está pasando y más necesario que el adulto hable es que el niño hable, ése es nuestro desafío”.

Por su parte, la psicóloga Ivana Vatalaro, es una de las impulsoras del taller junto a Isolina Lobo. De acuerdo a lo que señaló, los asistentes “son niños familiares de víctimas de delitos violentos, ya sea de homicidios, entraderas violentas, balas perdidas, femicidios o que fueron testigos de alguna situación violenta vivida con vecinos u otras personas. No indagamos si ese familiar estaba o no involucrado en una banda, sólo nos interesa que hayan perdido un familiar y cómo van a hacer ese proceso de duelo. La idea de un taller es para que los niños compartan con otros niños lo que implica perder un familiar”.

Vatalaro advirtió que los chicos que participan de la propuesta han sufrido “una pérdida abrupta y violenta que no es explicable como una enfermedad o la vejez, una cuestión que es un obstáculo para los adultos”. Por otra parte, los niños muchas veces no pueden contar con palabras lo que les pasa pero sí producen dibujos, cartas, afiches, a través del juego.

“Otra cosa que no aclara mucho–resaltó la profesional– es que la muerte es irreversible. El chico hace su propia teoría de la muerte, esto de que se va al cielo. De hecho hemos hecho un afiche del cielo, porque es una forma de ubicar a esos familiares pero siempre hay que aclarar que no hay retorno, porque nos ha pasado que hay chicos que creen que pueden tomarse un avión y encontrarlos. Hay que entender que la persona se perdió y ver qué hacer con esa pérdida”.

Para la psicóloga, lo más conveniente es decirles la verdad “aggiornanándose a su edad, sin detalles siniestros pero sí que el niño sepa lo que pasó”.

“El arco iris surge después de una tormenta si es que ha salido el sol. Es agradable a la vista y da placer. Es un ideal–indicó Vatalaro sobre el nombre del taller– rescatar algo que haga al niño seguir viviendo de la mejor manera posible, que pueda construir su propio arco iris”. Para ello, señaló, el juego es la gran herramienta a la que apelan: “Con propuestas lúdicas y dibujos, pueden compartir experiencias y procesar, saber lo que les pasó y que se pueden hacer otras cosas a pesar de la pérdida”, agregó.

“Me llevaba a McDonald´s”

Naty asiste al taller para darle cauce al dolor que siente por la muerte de su hermano mayor. Sus padres acudieron al centro en búsqueda de asistencia jurídica y psicológica y en ese marco advirtieron que la hijita más chica era quien más necesitaba contención, a pesar de que cuando se le pregunta por él, responde como si sólo se hubiese ausentado. Para la niña, su hermano asesinado está en el cielo y ella lo puede ver, incluso hablarle. Pero admite que lo extraña y que se acuerda de él porque la llevaba a comer hamburguesas y papas fritas.

“Trato de no hacerle sentir el dolor que yo llevo, de hablarle con otras palabras, porque cuando me ve llorar, ella también llora. Siempre estuvo con nosotros, le dije que había venido un chico malo y que le disparó a su hermano y así sucesivamente, cuando murió que estaba en el cielo y que nos estaba cuidando. Me fue haciendo preguntas”, manifestó su mamá sobre cómo la cuidan junto a su esposo, en este proceso. Para ambos, la tarea es sumamente costosa. Perder a su hijo de una forma sangrienta y bestial, les ha causado a ellos también una herida mortal. “Tengo que ser fuerte pero yo estoy muerta en vida”, confesó la mujer aunque hablaba por los dos.

Pasar la tormenta

Los niños y niñas en duelo pueden “sufrir irritabilidad excesiva, tener situaciones críticas en la escuela, complicaciones con los compañeros y hasta puede pasar que no puedan dormir”, alertó Schibelbein, quien confió en que el taller ya ha dado resultados positivos en este aspecto.

“Sufrir una pérdida así implica una situación traumática que deja una marca seguramente pero no es que el niño va a estar traumado toda la vida con esto, se puede tramitar con ayuda y colaboración de los adultos alrededor”, apuntó Valataro y sumó al respecto: “Por eso lo ideal es trabajar enseguida, que se pueda hablar, dibujar y jugar porque es la forma en que tienen los niños de canalizar la angustia y el dolor”.