“Hospital Geriátrico Provincial. Hos pi tal -silabea-. Ni el Ayolas, ni el asilo. He luchado siempre para que le digan hospital. Esto es un Hospital geriátrico con características particulares. Es un lugar de crónicos y alta estadía, viven acá. Acá hay radio, una escuela primaria, biblioteca, esto se tiene que ver”, dice a Rosario3 Alicia Sposito, la jefa de enfermería mientras se sienta en un espacio donde los jueves “en la normalidad”, se daba el taller de arte.
Afirma que la demanda generada por la pandemia trajo agotamiento y estrés entre el personal, que registran muchos ‘partes de enfermo’ y que el trabajo se multiplicó: “Si digo que un 50% más, no te estoy macaneando para nada. Desde los insumos que tenemos que dejar en los servicios, que son distintos a los de antes, hasta ver que todos tengan los EPP (equipos de protección personal) y la labor diaria”, comenta.
Como ejemplo cuenta que cambió radicalmente el modo de vestir a los pacientes que deben salir de la institución para realizar diálisis o para hacer una consulta médica. “La manera de contagiarse (de coronavirus) acá adentro es que alguien lo traiga de afuera, entonces cuando los residentes salen llevan equipo de protección especial y cuando vuelven hay que sacar todo el protocolo e inmediatamente bañarlos”, agrega.
A pesar del contexto, el contacto de enfermería con los residentes no cambió por la pandemia, y sigue siendo estrecho. “Somos los que tenemos contacto directo, permanente con el paciente. Además, nosotros sabemos si los vienen a ver, cómo se sienten, qué les gusta, el color de ropa que prefieren, cuando llega alguna ropa la miramos y decimos: esto le va a encantar a tal o a cual. Y ellos saben de nosotros, nos preguntan por nuestros hijos, nuestros nietos. Acá se rompe con el contacto profesional que te enseñan en la carrera, si no tenés empatía no sos nada. El cuidado del enfermero tiene que ser empático. Para ellos nosotros somos parte de su familia y, para nosotros, ellos son parte de la nuestra”, aegura.
Recuerda que el primer caso positivo de covid que se registró en la institución (el 1 de abril) fue el de una enfermera y que “fue un trauma tremendo pobre, porque pensó que iba a contagiar acá adentro, que por suerte no pasó, y estaba el miedo de llevarlo a la familia. Tenemos compañeras que han perdido a sus madres por covid, entonces el miedo a la muerte siempre está. Y en este momento histórico, muchísimo más”. El temor a contagiar, a contagiarse, enfrentar lo desconocido y la sombra de la muerte, se volvieron inevitables en todas las conversaciones, desde hace meses.
Festejar para sanar
Para ella sostener los vínculos con los afectos es fundamental y también el seguir celebrando. Afirma que la previa del día de la madre se vivió como una verdadera fiesta. Cuenta que pidieron tintura para el pelo, para que “pudieran lucirse cuando llegaran su familias de visita. Los vestimos con los colores que les gustan, les pusimos aros y collares”.
Alicia ingresó a la institución hace 40 años, con “17 años y 6 meses”. Es licenciada en enfermería (hizo la carrera mientras trabajaba), docente, cuenta que se especializó en vejez, forma parte de “Derecho a la ancianidad” de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR, trabajó durante 18 años en el Pami y preside la Asociación de Enfermeras de Santa Fe. “Yo no sé a veces cómo concientizar a la población, sobre los derechos de la ancianidad”, expresa al tiempo que afirma que es fundamental que se tenga en cuenta cómo se sienten los adultos mayores con el aislamiento. “Lo digo desde el alma: yo con tantos años pasé por todas las etapas habidas y por haber, y la tercera edad nunca estuvo en la agenda”.
La profesional valora el trabajo en equipo que hoy se realiza, y destaca a psicólogos, terapistas ocupacionales y la musicoterapeuta porque “ocupar el tiempo libre de los pacientes es lo más importante”. Se emociona cuando cuenta sobre las celebraciones que se realizan y la alegría que genera cuando trabajan en alguna actividad que los entusiasma.