Las cifras de muertos por coronavirus en Rosario sacudieron los informes diarios esta semana, con jornadas “récord” . Ayer, se registraron 37 fallecimientos en la ciudad. La palabra letalidad asociada al covid-19 se leyó y se escuchó con énfasis en los medios de comunicación: la gente sigue muriendo por este virus que ya se llevó 849 vidas en 8 meses.
“Este virus tiene la capacidad de matar”. La sentencia no es de ningún profesional de la salud sino de Ezequiel Martin, un hombre de 41 años a quien el covid-19 le mostró su cara más destructiva el 6 de agosto pasado, cuando se llevó a su papá Eduardo, de 75 años. Aunque suene lógica frente a las cifras expuestas arriba, la frase es difícil de internalizar para los sanos. Rosario3 quiso conocer qué hay detrás de una pérdida irreparable en medio de la pandemia.
“Eduardo Martin. Padre de 4 hijos. Soledad, Lautaro, Ezequiel y Facundo”. Así presenta Ezequiel a su papá, el “negro” o el “turco” como lo llamaban con cariño todos en la calle San Luis y en el club Gimnasia y Esgrima del que era socio vitalicio y en donde había jugado al rugby. Luminoso, vital y amoroso lo recuerda su hijo a más de 2 meses de su muerte por coronavirus, tiempo de dolorosa ausencia que le permitió entender al virus que azota al mundo, a fuerza de preguntar, de tratar de entender y sobre todo de extrañar su abrazo. “Con la muerte de mi viejo, los muertos dejan de ser NN”, aclara desde el principio. “Después del 6 agosto, no tengo más NN, tengo a Eduardo porque para mí, el covid es mi papá”, advierte.
“Es lo mismo si lo hubiera chocado un camión, una tragedia cualquiera de las que genera la muerte inesperada, por la manera y el contexto, porque nunca lo esperamos”, confesó y explicó en ese sentido que a pesar de su edad, Eduardo era un hombre sano, sin antecedentes importantes y lo más llamativo, desde el inicio de la pandemia había iniciado junto a su esposa, la mamá de Ezequiel y sus hermanos, un aislamiento casi total, con algunas salidas mínimas y encuentros en los momentos en que estuvieron permitidos.
Los últimos días de Eduardo
Era julio y la pandemia mantenía al matrimonio Martin en su casa. Ezequiel recuerda que su padre empezó con síntomas de una bronquitis leve que padecía cada invierno. “El error fue confiarnos de que era más de lo mismo, incluso tomábamos con cierto humor la actitud de mis viejos, les decíamos que exageraban porque no iban a ningún lado y estaban siempre leyendo sobre la pandemia”, cuenta a la distancia.
Las señales de una supuesta bronquitis que médicos de urgencias diagnosticaron en Eduardo, fueron replicadas en su esposa. En cuestión de horas, ambos estaban afectados. “En una semana fueron tres veces los del servicio de urgencia, al tercer médico que vio a mi viejo temblando en un sillón se le ocurrió pedirle un hisopado”, continúa. El 31 de julio el padre de Ezequiel fue ingresado en el Hospital Italiano desde donde fue trasladado con neumonía al sanatorio Los Alerces que atendían casos covid.
“Fue todo un caos, mi madre estaba en cuarentena por coronavirus sin síntomas importantes y mis hermanos con distanciamiento así que yo solo podía ir cada día al sanatorio para saber de mi papá y encargarme de todo”, sigue su relato sobre esos días difíciles. Mientras tanto, mantenían conversaciones con Eduardo aislado, a través del celular. Fueron 6 días en los que empezó a desmejorar, a necesitar más y más oxígeno hasta que fue derivado a terapia intensiva.
Cada una de las noches en que su papá estuvo internado en sala general, Ezequiel llamaba al guardia de seguridad del centro médico para acceder al informe de estado de su padre. “El 5 de agosto iba a ser llevado otra vez a la sala general lo cual nos puso muy contentos, pero nunca nos llamaron entonces el 6 me logro comunicar y me avisan que lo habían dejado en terapia porque estaba muy agitado y complicado. Ese día a las 5.30 de la tarde me llaman a mí y me dijeron que había fallecido. Me desfiguré, es un recuerdo que no me lo saca nadie, no pude escuchar nada más. Fue como vivir en un nube por un rato, sin piso, volando perdido”, revela.
La vida después
La muerte de Eduardo cuesta y duele para su familia. “Es como si nos lo hubieran arrancado de las manos”, ilustra Ezequiel y asume un cambio en su mirada sobre el virus: “Yo no le tenía tanto temor pero respetaba, hoy me cruzo con muchos que no tienen barbijo o lo usan de tapapera y a riesgo de comerme un insulto o una piña no me quedo callado. Hay gente extremadamente irresponsable, no es que exija cumplir a rajatablas es entendible que haya incumplimientos, pero hay algunos que directamente faltan el respeto”, analiza.
Ezequiel considera que estas resistencias a las normas sanitarias tienen que ver con una especie de justificación: “Hay gente que ve al virus como un empujón que no deja de serlo porque si no ocurría esa persona no se moría. Sin paranoiquarse, hay que darse cuenta que este virus tiene la capacidad de matar y hay que saberlo”, expresa.
Por último, remarca: “La muerte del covid es trágica, no pudimos velar a mi papa ni enterrar sus cenizas. Es un virus que no distingue ni partidos ni colores, sólo me queda el sentimiento de que afortunadamente mi padre fue un hombre amado y pude conocerlo”.