No hay dos personas que experimenten de igual modo los momentos históricos cúlmines del país que habitan. Cada acontecimiento de repercusión masiva está cruzado por historias personales, temores, anhelos y expectativas de logros que tiñen de un color propio el contexto y la época. En esta nota, siete miradas generacionales subjetivas y distintas sobre la inolvidable crisis de diciembre de 2001, en Argentina. Sofía, 8 años: “Miedo e impresión” Layla, 7 años: "Quería jugar en la calle, pero no me dejaban" Clara, 18 años: "Las mesas de examen en la UNR se pasaron para enero" Si al desarraigo le sumamos una crisis nacional, el resultado puede ser desestructurante, sobre todo si se trata de adolescentes que tienen que empezar su vida universitaria en una ciudad que apenas conocen, en medio de saqueos y revuelta social. Algo de esto vivió Clara, que en diciembre de 2001 tenía 18 años y recién había venido a estudiar a Rosario. Era su primer año de cursado en la UNR y viajaba seguido a visitar a su familia. Si pensamos en un escenario que se convirtió en epicentro de las protestas y reclamos en diciembre de 2001, sin dudas fueron los bancos, con el “corralito” anunciado que ponía tope al dinero que podía extraerse de las entidades y dejó a millones de ahorristas imposibilitados de acceder a sus depósitos en dólares, que terminaron siendo pesificados. Luis, 43 años, de barrio Agote: "El 2001 fue la cereza del postre" Los mayores, que tienen claro registro de los años previos al 2001, admiten que la crisis estaba preanunciada, al menos de manera tácita, y que todo se fue desbarrancando lentamente hasta la crisis final. Grandes y pequeñas ciudades, el centro y los barrios, la ciudad y la zona rural: ¿Cómo repercutió la crisis de 2001 en los pequeños productores que por entonces trabajaban en el campo y ya venían atravesando una difícil situación?
La niñez suele preservarnos, por fortuna, de la total conciencia de las cosas. Sofía tiene hoy 28 años y recuerda aquellos días convulsionados desde su mirada de niña:
“Iba a la escuela, pero cuando pasó todo ya habían terminado las clases. No tenía mucha noción de lo que estaba pasando, pero sí recuerdo que tenía miedo. Me daba cuenta de que lo que estaba pasando no estaba bien. Recuerdo las imágenes de los saqueos por la televisión y eso me daba mucha impresión porque nunca había visto a la gente romper todo y entrar a sacar cosas de los negocios”.
Por aquellos días, los grandes centros urbanos se conmocionaron más que las localidades pequeñas, por lo que el lugar geográfico también condicionó, la percepción de los hechos: “Me sentía más segura en la casa de mi familia, fuera de Rosario, porque acá estaba el foco del problema, además de Buenos Aires, según lo que yo entendía entonces”.
Qué es lo peor que nos puede pasar cuando somos niños y nuestro horizonte se reduce a ir a la escuela y jugar. Que no nos dejen hacer lo de todos los días puede tener razones más que justificadas desde la perspectiva adulta, pero ante los ojos de un niño o niña, siempre lucirá insuficiente.
"Yo no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando –rememora Layla, de 27 años–. Sólo recuerdo de aquellos días, que no podía salir a jugar a la calle como siempre hacía en mi barrio, sin problemas. También tengo presente el televisor estallado de noticias".
“Como le pasa a todo estudiante que viene de un pueblo, ese fue año de muchos cambios y de mucha adaptación y a eso se sumó la crisis que se estaba viviendo y que detonó en diciembre. Lo ocurrido en el país por esos días, hizo que las mesas de examen de fin de año se reprogramaran para la primera semana de enero de 2002. De repente, llegábamos y encontrábamos la facultad cerrada. Las noticias no circulaban con tanta rapidez como ahora. No había diarios digitales y no existía WhatsApp. Tampoco los profesores nos daban un mail donde escribirles, por lo cual no sabíamos si la mesa nos la estábamos perdiendo nosotros los alumnos, o si la facultad había suspendido las actividades, porque no había comunicación. Terminé rindiendo una materia el 3 de enero de 2002 y encima me fue mal. Tengo el recuerdo de una época muy dura”.
Marcelo, 28 años, de Las Delicias: "Fue la única vez que evalué irme del país"
¿Hay empleo más complejo que el de bancario en medio de un corralito? Eso le pasó a Marcelo, quien cumplía tareas en un banco céntrico en diciembre de 2001, y lo vivió como algo “muy angustiante”.
“La pasamos muy mal por los maltratos de parte tanto de la gente como de los empleadores. Cada día podía ser el último en nuestro trabajo. Fue la única vez que evalué irme del país. En lo económico, como tenía la suerte de tener laburo todavía, pude ayudar en mi casa más de lo que ya venía haciendo porque mi viejo con el negocio la venía padeciendo desde hacía rato”, recuerda.
Pero el salir del trabajo y llegar a casa tampoco garantizaba un alivio. “Cerca de mi casa, en Regimiento 11 y Callao, había un autoservicio en el que los dueños estaban parapetados porque en la plaza de enfrente se juntaba gente con punteros para saquearlos. Pasaban los móviles de Gendarmería todo el tiempo. Había otro supermercado en Lagos y Lamadrid que fue saqueado varias veces y tuvieron que poner volquetes con escombros en la puerta para tapar la entrada y después de unos días, levantaron una pared de ladrillos con la que taparon directamente la puerta de vidrio. La policía tiraba tiros al piso y se escuchaban disparos a toda hora. La gente comentaba que desde Las Flores venía «una turba de gente» para saquear los comercios. Todos se guardaban en sus casas”, describe y revive su angustia.
Fernando, 39 años: "Sentí que me habían sacado el piso"
Perder el empleo en medio de una crisis puede desestabilizar y mucho; sobre todo cuando se tienen hijos y el desempleo afecta a los dos integrantes de la pareja, al mismo tiempo. Esto precisamente, es lo que le pasó a Fernando, quien en diciembre de 2001 tenía 39 años.
“En el 2001, vivíamos en el centro de Rosario; nuestra hija tenía 3 añitos y algo. Mi mujer era gerente de una empresa y yo era gerente regional de otra. Pero en el lapso de 3 meses, entre diciembre 2001 y fines de febrero del 2002, los dos nos quedamos sin trabajo. La sensación fue que me habían sacado el piso. No tenía piso y sin piso –afirma– no te podés sostener, no podés caminar, no podés casi nada. Solo tomarte de los que tenés al lado”.
“Me acuerdo del primer día de clases en el jardín del de mi hija chiquitita. Se hizo la reunión de presentación y de las cuatro parejas de padres que estábamos sentados en la misma mesa, tres estábamos sin trabajo. Fue realmente una época muy pero muy muy dura” –analiza– y quizás por esto y porque el único sostén eran los que estaban al lado de nosotros, fue que nuestra familia funcionó siempre como una célula; peleándola muy unidos”.
“A nivel económico diario ya veníamos para atrás desde hacía varios años. La crisis no fue novedosa; el 2001 fue la cereza del postre”, cuenta Luis, pero balancea su relato con un hecho que en lo particular, terminó beneficiándolo, al igual que a otros millones de deudores de préstamos en dólares.
“En el 2001, la situación en casa no era tan floreciente. Nosotros vivíamos cerca del Cruce Alberdi y en 1998 habíamos sacado un crédito en el Banco Nación que nos otorgaron en dólares al 12 por ciento anual, que era una exorbitancia. Entonces, cuando llegó la crisis del 2001, junto con la crisis llegó una oportunidad. La pesificación del crédito en dólares nos benefició y fue más accesible el pago de las cuotas”, destacó.
Juan, 49 años, productor agropecuario: "Perdí todo"
“Yo tenía un pequeño campo hipotecado y lo perdí todo porque estaba muy endeudado y no me quedó otra”. La crisis arrastró a los pequeños productores. La gran mayoría perdió sus minifundios que con mucho esfuerzo habían logrado comprar en las décadas de 1960 y 1970.
“Me sentí frustrado, desilusionado. Caí en depresión por algún tiempo y me creía incapaz de llevar adelante un emprendimiento”, relata Juan y agrega que si bien en enero de 2002 hubo dos hechos que mejoraron la economía para su sector –la devaluación y el súbito crecimiento del valor de los commodities (el valor de la soja, en solo 2 o 3 meses pasó a cotizarse de 14 a 70 pesos el quintal)– “eso benefició a los grandes; pero los productores chicos ya habían sido arrasados”.
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