No fue Pelé, ni Guga Kuerten, ni la mayoría de los que eran postulados como candidatos principales. El atleta encargado de encender el pebetero olímpico en Río de Janeiro fue Vanderlei de Lima, un maratonista que estuvo a punto de alcanzar la gloria máxima en Atenas 2004 y un episodio increíble le arrebató una segura medalla de oro.

Vanderlei fue medalla de bronce en Atenas por culpa de un intruso que en medio del circuito del maratón lo empujó, lo desconcentró y lo dejó casi fuera de competencia mientras su rostro se desfiguraba por la desesperación. Esa imágenes son de las más impresionantes en la historia de los Juegos.

Cuando la medalla de oro estaba a punto de viajar a Brasil, en el kilómetro 36, Cornelius Neil Horan, un sacerdote irlandés, lo sacó de ritmo y el brasilero fue sobrepasado por el italiano Setefano Baldini y por el estadounidense Meb Keflezighi.

Este sacerdote se hizo famoso en la primera década de 2000 por interrumpir varios eventos deportivos, entre ellos un Gran Premio de Gran Bretaña de Fórmula 1 en 2003, en el circuito de Silverstone.

Tiempo después, el fanático irlandés aseguró que irrumpió en el maratón para "llamar la atención de todo el mundo sobre la importancia de la Biblia" y para anunciar la "segunda llegada de Jesucristo".

A pesar de que Brasil pidió que se le otorgara el oro a su atleta, el Comité Olímpico Internacional sólo le conmemoró con una medalla al espíritu deportivo.

Este vienes por la noche, en la espectacular ceremonia inaugural, Vanderlei tuvo su reparación histórica y encendió el fuego que alumbrará los Juegos de Río de Janeiro hasta el final. Su emoción es infinita.