Viene del capítulo cinco.
Bernardo Joseph está enojado. Es de noche y después de un largo día de trabajo discute con Florencia Reybet, su mujer, en el comedor de la casa de calle Córdoba al 2500, donde además funciona la Asociación Civil de Tanzania en Rosario. Jameike, un joven nigeriano que llegó al país hace unas semanas como polizón y habla poco y nada, los mira en silencio desde el sillón.
Bernardo y Florencia discuten sobre el problema que se desató casi en paralelo al arribo de Jameike. Dos chicos de Sierra Leona que tienen 17 años fueron mandados a una institución provincial de Alvear por ser menores de edad. Pero ahí la están pasando muy mal.
Es extraño pero se dieron tres arribos de jóvenes polizones con pocas horas de diferencia entre el 18 y el 19 de febrero de este 2022. Berni, como referente de los migrantes africanos en la ciudad, junto a Flor, que gestiona lo que define como una "casa de familia afro", se hacen cargo de ellos.
La ausencia del Estado en este tema no es total. Existe la Dirección Nacional de Migraciones que recibe la petición formal de las personas que piden ser refugiadas, porque su vida o su seguridad están en riesgo. Mientras se define esa situación, esa oficina otorga una "residencia precaria".
En el caso de los adolescentes de Sierra Leona también actúa la Secretaría de los Derechos de la Niñez, Adolescencia y Familia de Santa Fe. Pero no hay programas ni planes de contención y alojamiento para quienes ingresan al país de forma irregular y piden ayuda.
Jameike, que ahora está sentado firme ante el televisor y mira sin ver, es una evidencia de esas carencias de redes oficiales. Tiene 25 años y lo bajaron de un barco el sábado 19 de febrero pasado en Puerto General San Martín. “Fue abandono de persona", aclara Bernardo. Se quedó una primera noche escondido ahí y al otro día salió en busca de comida. Unos chicos avisaron a la comisaría de San Lorenzo, donde durmió el domingo 20. Recién el lunes, personal de Migraciones le hizo la entrevista legal pero no había donde llevar al joven nigeriano.
Mohamed Baldé es en San Lorenzo un referente como lo son en Rosario Berni (el más antiguo de los polizones en la ciudad) o Stephen Amoakohene, Steve, que es de Ghana y está desde 1999. Mohamed también hizo el viaje en 2001. Escapó de la guerra en Liberia. Fue encontrado desnutrido en un barco junto a un amigo, que no sobrevivió. Hace años es camillero en un centro de salud. Las autoridades lo llamaron para que cuidara a Jameike.
Unos días más tarde, Mohamed visitó a Bernardo en su puesto de vendedor de la peatonal y le presentó al recién llegado. Le dijo que él no podía hacerse cargo de Jameike porque tenía que trabajar. Así, el joven nigeriano terminó como un quinto integrante de la familia Joseph en la casa de Córdoba al 2500. Flaco y alto, se levanta del sillón. Es prolijo como un monaguillo, le cuelga un rosario de la muñeca derecha. Responde a las preguntas con pocas palabras en inglés y unos ojos bien abiertos.
Florencia se suma y aclara cosas que Jameike no dice. Morocha, de pelo lacio, extrovertida y frontal, con una voz afónica y risa contagiosa, a ella no le cuesta ser solidaria, cocinar para muchos, organizar y concretar actividades pero Jameike no responde. Faltó a sus clases de español y en la casa no colabora. Además de buscar una solución para él, ahora hablan con Bernard sobre los dos chicos de Sierra Leona que hace semanas padecen en el centro para menores Colonia Astengo de Alvear.
Se llaman Alpha y Sallieu. Llegaron en un barco el 18 de febrero a Puerto San Martín y desde entonces conviven con otros adolescentes con problemas de adicciones o en conflicto con la ley penal. Desde allá cuentan que reciben amenazas, les pegan y les dicen que si se quejan los van a deportar.
Es de noche y Bernardo, con el torso desnudo y una toalla cruzada al hombro porque estaba haciendo gimnasia arriba de la casa, describe la situación y se le inyectan los ojos de furia. Cree que tienen que hacer algo. Se lo plantea a su mujer. Hace un rato, habló con Alpha y Sallieu.
–Les dije que ellos se tienen que defender si les pegan, que nadie los va expulsar del país, eso es mentira y los otros pibes se aprovechan. Les pegan porque son negros.
Flor piensa posibles formas de resolver los dos conflictos paralelos. A ella le molesta el doble estándar que existe con la promocionada "visa humanitaria" para refugiados de Ucrania, tras la invasión de Rusia.
–¡Dicen que van a recibir a diez mil ucranianos y no pueden hacerse cargo de tres polizones que vienen cada tanto!
***
Mucho antes de esa discusión en el comedor del macrocentro, en la lejana primavera de 2009, Flor y Berni se conocieron. Era un domingo de septiembre cuando él ofrecía lentes en la playa de La Florida, en la zona norte. Había cerrado su puesto de ropa urbana en el centro (con su marca “West Gang”) y volvía obligado a la venta ambulante. Flor tomaba sol con amigas cuando escuchó que Berni hablaba con Isack, su compañero, en otro idioma y pensó que él no la entendería.
–¡No, negro, qué bueno que estás! Me voy a casar con este negro chicas.
–Ah mirá, qué casualidad, yo también me enamoré –la sorprendió él en un castellano crudo pero claro.
Flor quedó muda y se recompuso. Le dijo que tenía 20. Él le mintió y se sacó tres años: 26. Le pidió el número de teléfono pero ella quiso estirar un poco más la situación. No era momento de aplicaciones ni de Whatsapp y el celular era algo personal. Pensó que la semana siguiente se lo daría. Pero no se hablaron. Después llegaron las lluvias de octubre y ella creyó que había perdido su oportunidad.
–Me gusta de verdad chicas –insistía Flor en el local de ropa de Entre Ríos y Córdoba donde trabajaba todos los días doce horas–. Como me perdí al negro de la Florida.
–Basta Florencia, son todos iguales, buscate otro.
–No, no son iguales.
En eso estaba cuando un mediodía, un martes 17 de noviembre de 2009, mientras doblaba pantalones, vio por la vidriera a ese muchachote que montaba un puesto de venta de bijouterie bien enfrente. Berni estaba con John, un chico recién llegado desde Nigeria. Flor aprovechó que se iba una compañera de trabajo y le mandó su número de teléfono escrito en un papel.
–Lleváselo porque esta vez no me lo voy a perder. Es el de remera gris.
Pero justo Berni se fue y su amiga le dio el mensaje a John, que tenía una remera gris pero más oscura. “¡No, no, no, ese no es, el que se está yendo!”, lamentó ella del otro lado de la vidriera. Al rato, le llegó un mensaje de texto a su teléfono. Era del chico que hacía apenas dos meses estaba en Argentina.
–Hola mi nombre es John pero me podés decir Juan si querés.
Flor aclaró el malentendido con el Don Juan equivocado y ese mismo día a la noche habló por teléfono con Berni. Quedaron en encontrarse para cenar el jueves en Rioja y San Martín. Ella llegó diez minutos antes y lo vio en la esquina. Esa imagen extraña, ese otro desconocido, le pareció por primera vez peligroso. “¿Y si es un extranjero que se aprovecha de las mujeres, si está en la trata?”, pensó. El imaginario del foráneo como una amenaza que suele replicarse en los medios se le instaló en el cuerpo. Lo espío un rato y cuando se estaba yendo cambió de opinión. Confió en lo que sentía y fue a su encuentro. Cuando él le dio la mano para cruzar la calle un calor le asaltó la nuca. No sabía si era emoción o miedo hasta que un rato más tarde, en Bola Ocho, después de pedir una Pepsi ella y una cerveza él, le dio el primer beso.
Desde entonces, los 19 de noviembre festejan su aniversario. Se fueron a vivir juntos rápido. Antes del año de novios ella quedó embarazada. Berni no llegó a contarle a su madre en Tanzania, Adiventina Mimo, que sería abuela porque murió unas semanas antes. La niña nació por cesárea la madrugada del 20 de enero de 2011. Berni casi se desmaya al asomarse por la ventana de la operación. Lo hizo porque tenía miedo que le robaran a su hija. No llegó a perder el conocimiento. Lo salvó el llanto de la recién nacida. El llanto de Adiventina Joseph. Lograr que le aceptaran ese nombre en el Registro Civil fue todo un desafío. Uno más entre tantos.
Dos años después llegó Cristopher. Ahora tienen 42 y 33 años y una familia afroargentina con dos hijos de 11 y 9 que tratan de ayudar a los que, como Berni, llegan a un nuevo continente sin ninguna red de contención. Todos los días, con sus desayunos generosos, sus rutinas prolijas y estrictas, su inagotable energía, construyen eso que los académicos llaman “interculturalidad”.
***
Sallieu plancha una camisa sobre la mesa del comedor mientras Florencia y Bernardo lo miran. El chico de 17 años que llegó escondido en un barco a Puerto General San Martín está más tranquilo que hace una semana, cuando estaba en un hogar hostil de Alvear. Salió el 31 de enero de Freetown, capital de Sierra Leona, y tras 20 días de viaje en un buque cerealero arribó al Gran Rosario sin tener idea de dónde estaba.
En el cuarto día como polizón conoció a Alpha, que ahora mira el resumen de noticias del canal TN en el sillón donde hace una semana estaba Jameike. Con el apoyo de la Fundación Sin Fronteras y el Programa sobre Migrantes de la Municipalidad, llevaron al joven nigeriano de 25 años a una pensión del centro, donde residen también varios senegaleses en la ciudad. Alpha, que como Salliu tiene 17 y es de Freetown, trata de entender de qué se tratan esas armas que ve en la tele. El graph informa de un secuestro de un arsenal en un operativo en Buenos Aires pero él no lee español aún.
Como son menores de edad, la provincia los derivó en un primer momento al centro Colonia Astengo. La estadía no fue fácil ahí. La noche en que Bernardo les dijo que se defendieran si eran atacados, ellos dos lo hicieron. Hubo una batalla de madrugada en el hogar para menores. Cabezas cortadas, manos marcadas. Y a los cuatro días, el viernes 11 de marzo de 2022, Flor y Berni fueron a buscar en un auto a Sallieu y Alpha para sacarlos de ahí. Pudieron hacerlo gracias a una rápida reacción de la directora de Niñez provincial, Patricia Virgilio, cuando le advirtieron de la tensión existente. Aunque ese apoyo institucional inicial después se diluyó.
–Felices –alcanza a decir Sallieu entre las primeras palabras aprendidas del castellano mientras plancha.
Alpha se acerca a la mesa y cuenta algo de la difícil travesía que vivieron en conjunto. Él partió sin nada, escondido en la grúa 2 del barco. Al tercer día no aguantó más la sed y el hambre y salió a la cubierta. Un día después, Sallieu, que sí había llevado un poco de agua y galletitas, dejó el escondite en el depósito 4.
Los dos aseguran que se fueron de su país porque hay muchos problemas económicos, pobreza, corrupción y violencia. Aclaran que la guerra civil terminó en 2002 pero que aún los 18 grupos étnicos no conviven de forma pacífica. El presidente que asume, por ejemplo, suele ocupar el poder con todos dirigentes de su tribu y relega a las otras.
Alpha es cristiano y de la etnia limba, mientras que Sallieu es musulmán y temne. Llegaron el viernes pasado a esta casa de Córdoba al 2500 y todo cambió para ellos. En esta primera semana de estadía, Florencia los llevó a clases de idioma, a tocar tambores en el Ensamble, a comprar ropa e incluso lanzó una colecta de zapatillas. Fue casi una cruzada: usan talles 44 y 45. Pero los rosarinos respondieron. Una amiga de Flor les donó la camisa que Sallieu plancha esta mañana.
Mientras juegan con Queen, la caniche de la casa, se sacan fotos y se hacen chistes:
–Portense bien que los mandamos de nuevo al Astengo –dice Flor mientras mira a la cámara de Rosario3.
–¡No Astengo no, mami! –gritan ellos. Le dicen “mami”.
Alpha ya fue a rezar a la catedral. Algo similar hizo Bernard cuando llegó a Rosario en 2001. Él también es creyente y católico, al punto que Adiventina y Cristopher (e incluso Florencia) participaron del pesebre oficial en la última Navidad (mientras él preparaba el asado familiar).
Sallieu, que es musulmán, tuvo que esperar un poco más pero irá mañana a orar por primera vez a una mezquita en la ciudad.
***
Ya es abril, un mes después de alojar en su casa a Alpha y Sallieu, y Bernardo y Florencia no logran asistencia económica ni del gobierno nacional, ni del provincial, ni del municipal. Ellos sustentan el techo y la comida de los chicos de Sierra Leona con sus ingresos. Mientras Berni trabaja en la peatonal, Flor gestiona sin éxito.
Con la voluntad de ayudar no alcanza, o alcanza por un tiempo. Para eso existen las estructuras estatales, con presupuestos y funcionarios. La provincia, a través de la Secretaría de Niñez, había ofrecido subsidios para acompañar los gastos diarios pero no se concretaron. Solo donaron dos colchones, resume ella. Una mañana fueron asistentes sociales a su casa y les ofrecieron firmar un contrato en donde ellos debían asumirse como “familia acogedora” de los adolescentes.
El Estado se corría de su rol pero les exigía a la pareja “atender las necesidades psico-físicas y materiales” y garantizar “el cumplimiento de todos sus derechos”; caso contrario la dirección provincial “podría iniciar acciones legales”. No aceptaron. Pasaron los días y toda la situación se tensó. Empezaron las diferencias también en la casa con los chicos.
Después de muchas promesas incumplidas, Berni exige a las autoridades locales de Niñez que consigan un nuevo lugar de alojamiento para los adolescentes. Es muy claro en una cosa: no pueden volver a la Colonia Astengo de Alvear. Como las reuniones se posponen y suspenden, les da un ultimátum: el lunes 25 de abril. Ese día va a las oficinas de la cortada Ricardone al 1300.
–Sí, estamos haciendo todo lo posible para conseguir un espacio para los chicos.
–No, yo no me muevo de acá hasta que encuentren un lugar. ¿Cómo puede ser que nosotros nos hagamos cargo durante casi dos meses y la provincia no puede alojar a dos chicos?
Berni se planta en la oficina. Hay movimientos y llamadas. Le dicen que tienen una solución.
–Los vamos a llevar a la Colonia Astengo.
–¿Qué? No, ahí no pueden ir, ya dijeron que ahí no quieren volver.
En ese momento de hartazgo Berni se detiene a ver las carpetas apiladas en las oficinas. El mobiliario de una burocracia exasperante. Imagina la suerte de los expedientes que quedaron abajo de todo. Mira también los folletos y afiches. “Tienen plata para todo esto pero no para las personas que lo necesitan”, piensa.
–Bueno, si nadie nos va a dar una respuesta, mañana aviso a los canales 3 y 5 y nos venimos para acá.
Al rato suena el teléfono en la oficina. Aparece la solución. 50 días después de su arribo, a los dos adolescentes africanos les harán un lugar en una pensión del centro de Rosario.
***
Al recordar la tediosa secuencia de negociaciones, Berni dice que el Estado "es lento como… como un coso" y desde la pared lo mira la figura de un elefante. Entre los adornos también hay una silueta de una jirafa y de un león. Y a un costado del comedor, un mapa de África con los países pintados con los colores de sus banderas.
Tanzania está del lado oriental y es verde por su agricultura, amarillo por sus minerales, negro, “bueno, porque somos negros”, explica Berni, y “el azul es por el mal”, agrega y, a pesar de la media vida que ya tiene en Rosario, no puede evitar que la erre se diluya en ele y las dos palabras se fundan en una sola.
Berni nunca pensó en regresar pero ahora sí le gustaría que su familia conozca su tierra y estar con sus cinco hermanos y sobrinos. De su padre fallecido heredó el nombre y su parecido físico. Quiere que sus hijos prueben, por ejemplo, la “kibawa chacuku”, unas alitas de pollo con salsa, que le hacía su hermana cuando era chico. Él se acordó de ella cuando cocinaba para la Fiesta de las Colectividades de 2021, que se hicieron en modo delivery por la pandemia, y ofrecieron ese plato típico, entre otros.
El cierre del año pasado llegó con un gran logro para la Asociación de Tanzania. El 9 de diciembre festejaron el Día de la Independencia y pudieron izar por primera vez la bandera de forma oficial en el Monumento. Berni encabezó el acto junto a compatriotas que llegaron de Buenos Aires y Córdoba. “Nunca habíamos cantado nuestro himno con otros fuera de nuestro país”, explicaron Teodora Tarimo, Witness Brown y Emmanuel Kimario.
Adiventina, la hija de Berni y Flor, también se emocionó. Sus lágrimas, a su vez, quebraron a su mamá y después a su tía y de pronto estaban las tres rosarinas cantando el himno en suajili y llorando.
–Sé que es muy importante para mi papá y que con mi mamá lucharon mucho por este momento –interpretó la niña.
Despúes, en la recorrida oficial por el Monumento (que tiene forma de barco) el guía local les habló a los tanzanos de cómo la historia argentina ocultó el rol de los negros en las batallas de la Independencia. Les informó que al soldado Juan Cabral, que le salvó la vida al general José San Martín, se lo pintó como blanco pero era hijo de un africano y esclavo.
Berni asintió con la cabeza. Después me contó que él sintió la incomodidad de la mirada de los rosarinos sobre todo los primeros años, cuando había muy pocos africanos: “La gente cuando nos veía se asustaba, nos veía como algo raro”.
***
Antes de convertirse en alojamiento para polizones recién llegados, la Asociación Civil de Tanzania creada en 2016 por Bernardo y Florencia coordinó la entrega de bolsones de comida durante la pandemia de coronavirus. También organizó encuentros para crear una Cooperativa de Trabajo Africana. Lograron el apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). La Municipalidad se comprometió a darles talleres de oficio en 2021.
El objetivo, resume Bernard, era salir de la precariedad de la venta ambulante para conseguir empleos formales con obra social y estabilidad. Pero los talleres nunca se concretaron y el grupo de trabajadores interesados se fue diluyendo. En su "Agenda de Desarrollo Sostenible 2030", la OIM señala a la migración como "un poderoso agente impulsor" para las sociedades pero advierte que "si no cuenta con una gobernanza adecuada, también eso podrá tener un impacto negativo sobre el desarrollo".
En este caso, un universo de entre 40 y 50 personas de origen africano, que en su mayoría viven de la venta ambulante en Rosario, se quedaron sin esa herramienta. Casi la mitad de ellos llegaron como polizones en barco. Berni y Flor repasan de memoria: Isack de Liberia; Abdulai, Gassim y Saidú de Guinea, John y Christian de Nigeria; Musah de Mali; Desire de Camerún; Francois de Costa de Marfi; Christian de Ghana y Michael que es camerunés. También está Cámara, un joven al que ayudaron en pandemia por algunos problemas de salud mental y abandono, y David, de Guinea, que va y viene porque tiene una hija en la ciudad. Es conocido como “Black Doh”, el rapero que protagonizó el muy buen documental “El gran Río”, con la dirección de Rubén Plataneo y la producción de Virginia Giacosa.
Ese audiovisual que visibilizó el fenómeno es de 2012. Pasó una década. Los chicos como Alpha y Sallieu siguen llegando y la carencia de una estructura, de un programa mínimo del Estado que los reciba, se mantiene. Incluso se agravó porque ya no existe el subsidio directo de la Acnur hacia las personas.
Al grupo rosarino se le suman, por ejemplo, Mohamed de San Lorenzo y un joven de Nigeria que consiguió un trabajo formal en una empresa de Carcarañá.
Tatiana Cabañas es asesora legal y técnica de la Asociación de Tanzania y otros grupos de migrantes. Ella aclara que en realidad esa cantidad (40) corresponde a africanos negros. “Hay africanos blancos, que vinieron de Egipto o de Marruecos, que se mueven en otros circuitos”, aclara y amplía a entre 50 y 100 personas en la región o que residen de forma temporal.
Leandro Zaccari, titular de la Fundación Migrantes y Refugiados Sin Fronteras, informa en primer lugar que “los tres chicos llegados este año son peticionante de refugio”. “En estos años desde la Fundación hemos trabajado con alrededor de 70 u 80 polizones africanos. No todos se quedaron en Rosario, aproximadamente un 30%, unas 20 o 30 personas, siguen en contacto con nosotros”, señala.
En sus trabajos sobre “los migrantes africanos subsaharianos en la ciudad de Rosario”, María de los Ángeles Gattari, licenciada en Antropología por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y becaria del Conicet, coincide: si bien no es posible precisar con exactitud el número, a partir del trabajo de campo realizado estima que 50 migrantes residen en la ciudad. Cita como antecedente el último censo nacional de población de 2010. En Argentina residían 2.738 migrantes africanos y en el departamento Rosario había 49.
Al igual que a nivel nacional, Senegal es el país de procedencia con mayor número de migrantes. La gran mayoría son hombres. “Sólo he conocido a dos mujeres, una de origen senegalés, que reside en la ciudad con sus hermanos y otra joven ghanesa que viajó sola y que actualmente se encuentra en Buenos Aires”, escribió Gattari en un informe de 2021. Unos diez migrantes, agrega, formaron familia en la ciudad, entre ellos Berni y Steve.
Existen cuatro agrupaciones: la Asociación Africana de Rosario (es la primera, surgió para participar de la feria de las Colectividades en 2013 con entre 20 y 30 integrantes y después hubo diferencias internas y escisiones); la Asociación Senegalesa (desde 2017, unos 15 miembros), la Unión de Países de África del Oeste y la Asociación Civil de Tanzania.
La falta de programas y de atención estatal coordinada sobre esa nueva población tiene un doble motivo. Por un lado, como reconoce el coordinador del Programa de Migraciones de Rosario, Ruben Chababo, Argentina está atravesada por demandas sociales, con una pobreza que supera el 50% de los chicos y adolescentes. La ciudad, dentro de ese escenario, ofrece una buena cobertura de salud pública y redes solidarias locales que buscan que nadie se quede en la calle sin asistencia. El segundo punto es que los jóvenes africanos llegados como polizones son pocos. Constituyen, en todo caso, excepciones.
Chababo desarrolla junto a la UNR un programa que pueda articular las áreas ya existentes y darle organicidad al trabajo. Que ante una urgencia, exista un protocolo sencillo para poner en marcha los recursos disponibles.
El director de la delegación local de Migraciones, Matías Fernández, explicó la legislación actual pero no dio datos actualizados para este trabajo porque se trata de “información sensible”. El último informe de la Comisión Nacional para los Refugiados (Conare) señala que en los últimos cinco años (2017-2021), hubo 11.507 solicitudes de refugio en Argentina. Personas “perseguidas por motivos de raza, religión, nacionalidad” que "han huido porque su vida, seguridad o libertad se encontraban amenazadas por violencia generalizada, conflictos armados o violaciones masivas de derechos humanos".
En la oficina de Rosario apenas se iniciaron 41 de todos esos trámites (no llega ni al 1%). La Conare otorgó 868 estatus de refugiados. Solo figuran dos personas de Ghana y tres de Nigeria, entre las nacionalidades africanas.
Además, un documento de la Acnur de diciembre de 2021 reconoce en Argentina 4.075 refugiados y 11.082 solicitantes de asilo. No hay nacionalidades africanas entre los diez principales orígenes de los refugiados y entre los solicitantes de asilo aparece segundo Senegal y más abajo Ghana.
Ante una consulta de Rosario3, desde la Oficina Regional para el Sur de América Latina de la Acnur confirmaron que no existe más información sobre jóvenes africanos que ingresan al país de forma irregular.
La palabra “polizones” no aparece en esos informes. Como si nunca hubieran llegado. Pero ahí están, hace más de 20 años, creando una nueva ciudad.
***
Las historias de la calle suelen ser ninguneadas por el registro oficial. El Estado nacional sabe que 2.378 barcos transoceánicos utilizaron la vía navegable del Paraná entre septiembre de 2021 y marzo de 2022, con un pico de 397 ese último mes. Sabe que el 64% fueron buques graneleros, el 17% de tipo contenedor y otro 12%, tanque. Y que pagaron por trasladar mercaderías por esa “autopista líquida” 110,34 millones de dólares, solo en ese semestre.
Pero el mismo Estado desconoce cuántos humanos, considerados clandestinos, llegaron en esas moles de acero que surcan el humedal y se bajaron en los 20 puertos del Gran Rosario. Se impone la dinámica que expulsa los sobrantes. Pero hay otras capas debajo de esa realidad. Otro flujo de tiempo, una suerte de memoria que conecta pasado, presente y futuro.
Como si los esclavos del Zong arrojados al mar en 1700; los llegados en barcos que fueron enviados a las guerras argentinas en los 1800; los invisibilizados por la historia blanca en los 1900 (como bien cuenta la serie santafesina “Negros”); y los cuerpos que en los 2000 fueron desechados del RM Power o los empujados a la informalidad de la calle de Rosario; como si todos ellos formaran parte de un mismo largo viaje. Un flujo que vuelve a empezar y a recrear su futuro.
Cuando Bernardo arribó en 2001 a estas tierras no había una casa afrorrosarina para alojarlo como sí tuvieron, aunque sea de forma temporal, Alpha y Sallieu. Esa construcción es nueva.
La última charla, antes de cerrar este trabajo y después de leer el texto, sólo objetó una cosa. No le gustó que haya puesto que el plumerito que usa para limpiar su puesto de venta de la peatonal estaba atado de forma precaria con un hilo. Flor aprovechó y le reprochó que se comprara uno nuevo. Más tarde, Berni me mandó un mensaje de audio por Whatsapp: dijo que le gustaría aclarar un concepto.
"El otro día estaba leyendo un informe sobre los extranjeros que vienen a Rosario. Decía que los chinos se dedican a los supermercados, los paraguayos a la construcción y nosotros los africanos a ser vendedores ambulantes. Pero la razón de estar en la calle es que a la mayoría de los refugiados no le dan una oportunidad, un curso de oficio o un trabajo digno. Y como no tienen algo para hacer, los que ya hace mucho tiempo estamos acá les enseñamos a nuestros compañeros para que por lo menos puedan vender en la calle para sobrevivir", dice.
"Por eso los africanos estamos trabajando en la calle. Y queremos que los chicos nuevos que vinieron puedan ir a estudiar y a la facultad y tengan un oficio, y no estar como nosotros. Sería bueno que la gente sepa porque pasa esto, no es porque nos gusta estar vendiendo en la calle", agrega. Para ese horizonte también trabaja él y su familia.
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*Este proyecto periodístico fue seleccionado y formó parte del taller "Cobertura de la migración y su vínculo con el desarrollo sostenible", de la Fundación Gabo y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Fue, además, ganador del Premio Gabo 2022 en categoría Texto.
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