Rubén Chababo no era funcionario de Migraciones, ni nacional ni local, pero formaba parte de la oficina de Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario cuando un grupo de polizones llegó a la ciudad en el año 2005. Algunos eran menores de edad y la Justicia necesitaba tutores porque no había donde alojarlos ni quien se hiciera cargo de ellos.

Chababo se ofreció para ayudar a dos de esos chicos. Casi 17 años después no se detiene en cómo ni por qué lo hizo pero lo resume con cierta acidez: “Es como el imaginario del blanco bueno que se hace cargo de los negros pobres”. A poco de andar, ese voluntarismo se expuso como una salida de corto plazo imposible de sostener.

Los jóvenes africanos actuaban como los adolescentes que eran. Comían y se iban o le pedían dinero. Si lo conseguían se los gastaban rápido. “Eran chicos urbanos con conocimiento global del mundo, de la moda, de la música”, los recuerda lejos de cierto imaginario ligado a lo rural y tribal. Después de unos meses, tras la segunda vez que los fue a sacar de la comisaría, renunció a su rol de tutor. 

Quedó ligado a una problemática que no se atiende de forma orgánica como narró esta semana Rosario3 en el especial "El polizón y el capitán". Como coordinador del Programa sobre Migrantes de la Secretaría de Género y Derechos Humanos de Rosario, volvió a conectarse con adolescentes y jóvenes que llegan en barco desde África a los puertos del Gran Rosario. En general, piden ser refugiados y necesitan ayuda en una ciudad que sufre con un 50 por ciento de niños y niñas pobres e instituciones al límite. 

“Dentro de todo tienen la suerte de llegar a Rosario en donde cuentan con salud pública y siempre alguien o alguna organización los va a ayudar, no les falta ni alojamiento ni comida”, dice el titular del programa que reconoce la carencia de una estructura y un protocolo oficial para actuar en estos casos.

Por eso, diagrama una nueva política que integrará las distintas áreas de los Estados y con el apoyo de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). “Sumar los recursos que ya están disponibles y darles una organicidad”, resume. 

Pero mover la burocracia nunca es fácil. Le llevó cuatro años montar “Casa Refugio” junto a la UNR, un programa para recibir a perseguidos del mundo que lo necesiten de forma urgente. Consiste en casa, comida y trabajo en la universidad por dos años para casos muy puntuales.

En ese contexto de charla con Rosario3 sobre las distintas aristas del tema migrantes y refugiados, Chababo recuerda que en un primer momento se “remitían a mi porque nadie sabía qué hacer con ellos”. 

“Argentina tiene una memoria migracional y siempre siguió recibiendo pero flujos invisibilizados: peruanos, bolivianos, paraguayos. Nosotros pegamos la mirada ahí cuando vemos haitianos y africanos, porque en una ciudad homogénea étnicamente empezaron a ser algo disruptivo, al menos visualmente: «Ahí hay un otro». Esta era una ciudad donde se hablaba una sola lengua y nos dábamos vuelta cuando escuchábamos francés o inglés. Y acá empezamos a ver africanos. En aquellos años, en 2005, había siete u ocho jóvenes que habían llegado como polizones y después siguieron por goteo", agrega el ex director del Museo de la Memoria.

–Es un fenómeno que empezó hace 20 años. Empezaron a trabajar en el centro, en la calle y eso los hizo muy visibles en la ciudad.

–Sí, están muy afianzados, los ves. También hay haitianos que son negros pero que es otra realidad, otra lengua, otra inscripción social, muchos son de clase media o con poder adquisitivo. Es otra cosa. Empezamos a ver ese cambio en la ciudad primero con los africanos y después con los haitianos. 

Los arribos de los polizones se producen en un país con un 50% de pobreza, con sus instituciones en gran medida estalladas. No es fácil construir redes de solidaridad para refugiados, siempre está la cuestión de tener que explicar que esos recursos deberían ir para los argentinos y se les va a dar a ese grupo poblacional. Cuando yo llamo a Desarrollo Social porque necesito una cama para un chico africano que ha llegado me dicen: «Mirá, hay una cola de 15 adolescentes mamás que hay que socorrer». Entonces no es que la gente de Desarrollo Social es insensible.

–No creo que sea un problema de sensibilidad sino de que son casos episódicos: llega una persona y las autoridades no saben qué hacer. A los seis meses o al año llega otro y vuelve a pasar lo mismo.

–Es cierto y en eso estoy trabajando. Creo que existen los recursos para una población acotada como los africanos, que no es algo masivo, de diseñar algo y en eso estamos con la Universidad. Pero cuando llegan a Rosario tienen un sistema de salud, tienen comedores o lugares donde puedan comer, en el caso de la escolaridad se pone todo el empeño para que estudien en la escuela pública o en una facultad.

La UNR hizo un esfuerzo enorme en construir las clases de español para haitianos, no es algo de un día para el otro, hubo que diseñar un programa. A los dos chicos de Sierra Leona se los intentó incluir en eso pero no siempre es fácil. Se reacciona por la demanda. Rosario tiene un piso de respuesta y de hecho responde articulando. Pero son demandas que llegan en momentos de necesidades sociales muy altas.

–¿Cómo funciona el Programa de Migrantes?

–Es un plan de la Municipalidad que no tenía el rol de dar asistencia ni presupuesto para eso. El objetivo era generar conciencia de la problemática o intervenir en casos de xenofobia o racismo. Por ejemplo en la agresión del kiosco de calle Maipú. Ante ciertos casos de urgencia de personas que llegan, lo que hacemos es articular con las áreas ya existentes.

Hay que sumar recursos disponibles y alguien tiene que centralizarlo. Ahora, si llega hoy un peticionante de refugio, ¿hay un programa de contención? No. Sí existen instituciones y nos comunicamos si alguien necesita, por ejemplo, alojamiento. No estamos hablando de un abandono de persona absoluto. Algo siempre aparece en Rosario, en el tema de los africanos por goteo y solidaridad. 

Racismo, xenofobia y aporofobia

 

“No creo que haya sociedades libres de racismo y xenofobia. Punto y aparte”, introduce Chababo y aclara: “Las situaciones hostiles con casos africanos en la ciudad han sido muy puntuales y no lo consideraría una tendencia de rechazo generalizado. Por pertenecer a la comunidad judía participé de muchos debates y a veces es difícil hacer entender a una víctima que no toda agresión es un acto antisemita. Un insulto en un bar; eso no es una ola de persecución a los judíos ni un sentimiento xenófobo".

No estoy negando la discriminación a la población negra, travesti, homosexual pero acá los que la pasan mal son los pobres"


"No estoy negando la discriminación a la población negra, travesti, homosexual pero acá los que la pasan mal son los pobres, que no pueden ni entrar a un bar, no tienen acceso a muchos lugares. Yo habito esta ciudad, voy a bares con personas africanas y están comiendo, con venezolanos, colombianos, o que están de mozos, sin problemas", continúa. 

–¿El problema sería la aporofobia y no la xenofobia entonces?

–Sí, alguien puede decir “negro de mierda” y eso no está bien ahora eso no marca una tendencia. Las principales víctimas de la discriminación en nuestra sociedad, por la desigualdad, son los pobres. Y en mi experiencia, donde yo me muevo, no percibo xenofobia. Con respecto a la población negra, quizás sea porque todavía no es masivo, que el problema es cuando son muchos y no cuando son pocos. En cambio sí hay reproches contra otros migrantes por aquel concepto de que «nos vienen a quitar el trabajo».

Lo que existe es un uso despectivo del calificativo negro pero asociado a una cuestión de clase, no aplicado a la gente de raza negra. El “hay que matar a todos los negros, al villero”, está incorporado en la lengua. Escuché más cosas contra los estudiantes extranjeros, por ejemplo brasileños, en la Universidad que contra los africanos, incluso en espacios académicos.

–Pasaron dos siglos de las matanzas de esclavos en barcos negreros, considerados “cosas”, y el caso del cuádruple homicidio de polizones impune en Rosario no parece marcar mucho avance en este terreno. ¿Cómo analizás eso?

–Vivimos en un tiempo de capitalismo extremo que considera que hay desechos humanos, el que no consume ni produce es un desecho, hay que sacárselo de encima. Europa lo hizo con eficacia. Esto no lo digo yo sino Zygmunt Bauman cuando había a fines del siglo XIX y principios del XX una masa de pobres y desahuciados que comían piedra. América fungió como el gran vertedero porque los necesitaba.

Pero ahora esos desechos se multiplican, la vida humana como desecho carente de sentido, no sirven para nada en el sistema capitalista y se convierten en basura. Eso queda clarísimo en las figuras de los migrantes y refugiados, sobre todo en los que vienen de África. Quizás el que venga de Ucrania pueda acceder a la Universidad y a otros circuitos.

Estamos formateados para que haya vidas que nos parezcan cercanas y nos duela su sufrimiento y otras que pueden seguir muriendo"

Hay vidas que merecen ser lloradas y otras que no, como dice Judith Butler. Estamos formateados para que haya vidas que nos parezcan cercanas y nos duela su sufrimiento y otras que pueden seguir muriendo y no entran dentro de los marcos de mi empatía. Lo sabemos: ¿quién se va a preocupar por un negro arrojando al mar? Tal vez alguien que quiere ser reconocido internacionalmente pueda hacer algo o alguna organización humanitaria. 

En la frase “los negros de mierda” ya están convertidos en excremento, está dicho. 

Hay vidas lloradas y no. Y Bauman agrega: hay población desechable. Nadie lo va a decir así. O quizás sí, porque de hecho hay gente que dice que “a los negros de la villa hay que prenderlos fuego”. Y en la frase “los negros de mierda” ya están convertidos en excremento, está dicho. 

Van a seguir creciendo las masas humanas que no tienen lugar dentro del sistema y que se mueren. Bauman decía también que había un movimiento de salida y otro de llegada, el de nuestros abuelos migrantes, pero hoy no hay puntos de llegada. Podés permanecer eternamente en el limbo, en ese no lugar, en esa puerta que como Kafka no se abrirá nunca aunque te dice que te está esperando. Los desiertos y el mar son esas figuras, lo explica también Estela Schindel en “Frontera y violencia” (UNR Editora). Nadie sabe qué hay que hacer y todos se quieren sacar el problema de encima.