“Quiero una cerveza”... Una frase que no llamaría demasiado la atención si no fuera porque esta vez fue comunicada por un hombre completamente paralizado y enmudecido por la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), un alemán de 36 años que pudo volver a expresarse a través de un inserto craneal que lee las señales de su cerebro. El paciente del Centro Wyss para la Bio y Neuroingeniería en Ginebra, Suiza, accedió al implante en 2018, cuando todavía podía comunicarse con el movimiento de los ojos. Hoy se encuentra totalmente inmovilizado víctima del síndrome de enclaustramiento, atrapado dentro de su cuerpo pero totalmente consciente, y gracias a esta innovadora tecnología puede volver a comunicarse con su familia mediante el poder del pensamiento.
Estas simples pero históricas palabras fueron posibles gracias a un dispositivo llamado interfaz cerebro-computadora (BCI, brain-computer interface), en este caso, un implante quirúrgico en la corteza motora del paciente. Unos diminutos microelectrodos intracorticales de 3,2 milímetros de lado registran las señales cerebrales, que son decodificadas mediante inteligencia artificial para producir una respuesta binaria “si” o “no” a un programa de computadora que le dicta las letras del alfabeto en voz alta. De esta manera, confirmando o rechazando caracteres, puede formar palabras y oraciones completas.
Hasta ahora, nunca se había probado un implante cerebral en un paciente totalmente paralizado, y no se sabía si este tipo de comunicación era posible en personas que habían perdido el control muscular voluntario de manera integral. No fue un proceso sencillo, se necesitaron tres meses de intentos hasta conseguir una configuración que interpretara las señales del paciente correctamente, y otras tres semanas para comenzar a producir las primeras frases, lentamente, a un ritmo de una letra por minuto.
Este asombroso avance tecnológico no es la única investigación que busca mejorar la calidad de vida de pacientes paralizados total o parcialmente. La empresa de neurotecnología Neuralink, co-fundada por Elon Musk en 2016, presentó en abril de 2020 un sorprendente experimento protagonizado por un macaco. Este mono, llamado Pager, era capaz de jugar un videojuego sencillo tan solo usando la mente, todo a través de unas sondas ultradelgadas y una serie de electrodos conectados directamente a su cerebro.
Estos son apenas los primeros pasos de un ambicioso plan que pretende en un principio asistir a parapléjicos con tareas simples, como utilizar un teléfono o una computadora sin hacer movimientos físicos, pero más adelante intentará ayudar a pacientes con miembros amputados a mover sus prótesis robóticas con impulsos neuronales. Finalmente, y en el apogeo de su desarrollo, aspira a lograr una fusión total de nuestro cerebro con la inteligencia artificial: "Podrás guardar y reproducir recuerdos. Podrás descargarlos en un nuevo cuerpo o en un cuerpo robótico", dijo Musk en una de las presentaciones de Neuralink.
Es de esperarse que en unos años este tipo de interfaces cerebro-computadora alcancen al público general, integrándose a nuestra vida diaria como hoy lo están los teléfonos inteligentes y las computadoras. Prueba de ello es la reciente adquisición por parte de Snap (la empresa detrás de la aplicación Snapchat) de NextMind, una empresa de neurotecnología con sede en París. NextMind, con apenas 20 empleados, desarrolló una vincha que permite controlar objetos virtuales y dispositivos electrónicos con el pensamiento.
Sin implantes cerebrales o cirugías, la diadema de NextMind se coloca de forma no invasiva sobre la región occipital de la cabeza. Una serie de sensores decodifica el foco de atención de la actividad cerebral, permitiendo controlar interfaces digitales directamente con la mente en tiempo real. Esta tecnología que parece salida de una película de ciencia ficción está mucho más cerca de lo que pensamos y su kit para desarrolladores cuesta unos 400 dólares.
Es que Snap, junto a Apple, Meta, Samsung y otros gigantes tecnológicos se encuentran en pleno desarrollo de lentes de realidad aumentada, donde elementos virtuales complementarán con información gráfica el mundo físico que nos rodea. ¿Pero cómo controlamos unas gafas inteligentes con una pantalla que no se puede tocar? ¿Cómo elegimos qué información visualizar, qué aplicación inicializar o qué playlist de Spotify reproducir?
Eso es algo que la industria todavía tiene que resolver, pero la respuesta parece estar, justamente, en algún tipo de interfaz cerebro-computadora. Por eso la inversión -secreta pero seguramente multimillonaria- de Snap al adquirir NextMind y tratar de ubicarse un paso por delante de sus competidores.
La evolución de esta tecnología sorprendente y futurista también plantea una serie de interrogantes, no solo en sus posibles aplicaciones médicas y los riesgos asociados a la instalación de hardware en nuestro cerebro, sino también en sus repercusiones éticas y sociales. Si bien la idea de conectarnos mentalmente a Internet, teniendo acceso inmediato a zettabytes de información y conocimiento puede resultar sumamente atractiva y multiplicadora de nuestras capacidades; al fin y al cabo estaríamos conectando nuestro cerebro a una computadora, permitiéndole no solo leer sino también almacenar información que tal vez querríamos mantener en secreto.
¿Quién garantiza que los datos extraídos directamente de nuestro sistema nervioso no serán utilizados en una manera que nos pueda resultar perjudicial? Estamos muy cerca de atravesar una nueva frontera crítica respecto a la seguridad de nuestros datos, y nos enfrentará a circunstancias que nunca antes hemos vivido. ¿Podría algún actor malintencionado hackear nuestro cerebro? ¿Podrían individuos u organizaciones instalar en nuestra mente una suerte de biomalware, ideas ajenas a nuestra esencia con el objetivo de manipularnos a voluntad sin que nosotros lo advirtamos?
Nos encontramos a las puertas de territorio inexplorado. Hoy en día los datos que generamos con el uso de nuestro smartphone son una mina de oro para las tecnológicas, que no solo los utilizan con fines publicitarios, sino que además los procesan cuantitativamente para predecir rasgos de personalidad y patrones de comportamiento social. ¿Qué pasará en el momento en que empresas o gobiernos tengan acceso directo a nuestros pensamientos? Cuando ese día llegue, contar con las herramientas para proteger nuestra privacidad y seguridad será fundamental.