En un nuevo aniversario del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, habrá marchas en las principales ciudades del país como cada año desde el regreso a la democracia, para que los golpes de Estado y las violaciones de los derechos humanos no se repitan nunca más, y en busca de juicio y castigo a sus perpetradores. Entre varios crímenes de Lesa Humanidad que estos realizaron, como la desaparición de personas, se destaca el plan sistemático de robo de bebés y niños, que se estima, asciende a unos 500. De éstos, ya son 139 los que recuperaron su identidad, gracias a la tarea de las Abuelas de Plaza de Mayo y la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), a través de su banco de sangre, que es ejemplo internacional en las políticas de derechos humanos.
La historia de vida de Matías Ayastuy tiene mucho de la lucha de esas organizaciones, y aunque estuvo 17 días desaparecido, no llegó a perder su identidad, y por eso no se cuenta entre los nietos restituídos. Su historia es singular, ya que fueron varios los factores claves que forjaron su rumbo de forma misteriosa: una enfermedad “promisoria”, una enfermera franca, un dato de una amiga de su madre, una familia continente y un diario de su abuela.
Es hijo de Marta Elsa Bugnone “la cristiana” y de Jorge Ayastuy “el cristiano”, ambos militantes tercermundistas del Partido Comunista Marxista Leninista (Pcml), quienes militaban junto al padre Edgardo Montaldo en los barrios Ludueña y San Francisquito. Fueron desaparecidos el 6 de diciembre de 1977 en Caballito, y esa noche llegaron a dejar al pequeño Matías, de 9 meses en casa de su vecina, con una pulserita atada en su muñeca en la que estaba escrito el teléfono de sus abuelos. Pero la vecina lo entregó un día después a la Policía. Marta y Jorge permanecen desaparecidos.
El bebé no llegó a ser entregado en adopción. Cursaba un cuadro de tuberculosis con fiebre del cual no se recuperaba, y sus abuelos maternos y paternos lo encontraron a tiempo (ver apartado), con la ayuda de una enfermera que lo reconoció en una foto. Desde su recuperación, fue criado por Estela (hermana de su mamá) y Guillermo, sus papás del corazón, junto a tres hermanas mujeres, Maruje, Ceci, Vero y Magda, “que son primas de sangre, pero hermanas de la vida”.

Hoy vive en Gualeguaychú junto a su familia, donde oficia de comunicador del gremio docente de la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (Agmer), tiene dos hijos, Jeremías y Amanda, y forma parte de Madres de Plaza de Mayo de esa ciudad. Estudió Comunicación Social en la Facultad de Ciencia Política de la UNR, y vivió en Rosario durante 20 años, donde activó en H.I.J.O.S desde su fundación y en Abuelas Rosario.
Aunque siempre conoció su historia, en 2012 conoció una verdad inusitada: tiene un hermano o una hermana de un año menos que él, que podría haber nacido en cautiverio entre marzo y agosto de 1978. Una amiga de su madre se acercó a la Conadi, donde aseguró que Marta al momento de su secuestro cursaba un embarazo, y lo afirmó asegurando que la había acompañado en hacerse una prueba que dio positivo. Esto fue indagado con otras amigas y militantes, quienes confirmaron, 35 años después de su secuestro, que su amiga “la cristiana” esperaba un segundo hijo. Desde entonces, además de su reclamo de Memoria, Verdad y Justicia por sus padres, Matías busca saber qué ocurrió con ese pequeño que pudo haber nacido en cautiverio.
“Todos esos años viví conociendo mi historia, y aún no sabía que mi mamá al momento de su secuestro estaba embarazada. Nadie de la familia lo sabía, y eso fue un antes y un después en mi vida. Desde la Conadi me dieron el aviso, y comencé la búsqueda de mi hermano o hermana”, aseguró Matías en un diálogo franco con Rosario3, pocos días antes de un nuevo 24 de marzo. En ese marco, su historia fue también compartida en un encuentro de Teatro x la Identidad, en su 20º aniversario, acompañando a Abuelas Rosario unos días atrás. Allí, los actores Vilma Echeverría, Alexis Bressan y Lautaro Lamas, y el músico Juan Trapani, representaron el camino y la búsqueda de Matías, de su hermano/hermana y del paradero de sus padres desaparecidos.

Desde entonces comenzó una nueva etapa en la militancia de Matías, con campañas de búsqueda de su hermano o hermana, que conllevó un nada fácil derrotero de ilusiones con otros jóvenes: “La campaña se llamaba «Vos podés ser quien buscamos», y los primeros años fueron de una intensidad muy grande. Me escribieron varios que estaban convencidos de que eran mi hermano. Los miembros de Abuelas Rosario me ayudaron mucho a procesar, encontrar formas de preservarme, y entender que quizás no iba a suceder en estos meses, quizás en años, y que no buscaba solo a mi hermano, sino a muchos hermanos. El pañuelo, y Estela (de Carlotto) representan la felicidad de un montón de gente cada vez que encontramos un nuevo nieto. Es el legado que fueron marcando mi búsqueda y todas las búsquedas”.
La búsqueda del hermano o hermana de Matías Ayastuy sigue activa, en el marco de la campaña colectiva de Abuelas de Plaza de Mayo, de la cual “cada restitución de identidad alegra a todos, porque se ha vuelto hace tiempo un patrimonio nacional”.

La historia de Marta y Jorge
Marta Bugnone y Jorge Ayastuy se conocieron en Rosario, donde compartían la militancia villera y cristiana, y el amor por el canto. Organizaron una cooperativa para que los vecinos pudieran comprar los terrenos en donde se asentaban, trabajaron en alfabetización para adultos, y se casaron en 1973. Escribieron en una publicación clandestina que denunciaba las atrocidades de las fuerzas de seguridad.
En agosto de 1975, su vivienda fue atacada a balazos por la Triple A, y decidieron irse a vivir al barrio Caballito en Ciudad de Buenos Aires. Allí nació Matías, y nueve meses después fueron secuestrados durante el Operativo Escoba, que se realizó en la misma noche del 6 de diciembre de 1977 en distintas ciudades del país, con la participación 70 personas provenientes de fuerzas conjuntas, en el que detuvieron a cientos de militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (Pcml). Lo último que se conoció sobre ambos con vida es que fueron llevados a los centros clandestinos de detención Club Atlético y El Banco.
Matías fue querellante en la causa del cuerpo de Ejército, juicio del circuito ABO, donde resultaron condenados 16 represores. Y reconstruyó la historia de sus padres en el libro “Marta y Jorge, un amor revolucionario”, escrito por el periodista y diputado Carlos Del Frade. Recordó entonces cómo despertó su idea del libro: “Cuando era estudiante de Comunicación me surgió la inquietud de escribir un libro o filmar un documental sobre mis viejos. Pero estuve años sin poder pasar de la hoja en blanco. No sabía por dónde arrancar, más que capitular por etapas cronológicamente. Entonces le pedí a Carlos, quien hizo entrevistas a cercanos a ellos del secundario, de la universidad, y a compañeros militantes del partido, y salió ese libro hermoso el 6 de diciembre de 2008, en el 31 aniversario del secuestro de mis padres”.

La búsqueda contra el tiempo de cuatro abuelos
“Cuando los secuestraron, mi madre llegó a darme a su vecina con los números de teléfono de mis abuelos en una pulserita, pero ella no los llamó, y al día siguiente la Policía volvió y me secuestró a mí. Yo no sufrí apropiación y por eso no tuve restitución de identidad, pero estuve cerca”, indicó Matías. El derrotero de más de dos semanas que vivieron los Ayastuy y los Bugnone, que evitó su apropiación, fue una carrera contra el tiempo.
Sus cuatro abuelos tuvieron conocimiento del secuestro de sus hijos y su nieto a través de un llamado anónimo, y junto a uno de sus tíos emprendieron la búsqueda desesperada. “Se acercaron a muchos lugares y todos les cerraron las puertas: la Policía, los habeas corpus en la Justicia, la Iglesia. Los militares, incluso, los amenazaron diciéndoles que dejen de buscar porque les iba a pasar lo mismo”, apuntó Matías.
Fueron tres veces a La casa del menor y la familia, un nosocomio que dependía del ministerio del Interior, porque alguien les había contado que a los bebés secuestrados, cuando estaban enfermos, los llevaban a ese lugar para sanarlos antes de ponerlos en adopción. Sobre aquel delicado momento, Matías detalló: “Yo estaba con un principio de tuberculosis y por eso me ingresaron allí, y ya estaba el proceso de mi adopción en ciernes. La tercera vez que fueron a preguntar por mi paradero, le mostraron una foto mía a una enfermera (una especie de cuidadora que llamaban “amas externas”), y ella les dijo «ese chico está acá». El 24 de diciembre, mis abuelos me recuperaron. Dentro de lo terrible, tuve la fortuna de haber sido recuperado a las dos semanas, y pasé desde entonces mi vida con el resto de mi familia de Gualeguaychú en vez de ser un niño apropiado por otra familia que desconozca su verdadera identidad”.
Muchos años después de todo esto, Matías accedió a su historia clínica en ese nosocomio, y sobre ese material, destacó: “Considero ese documento una prueba de la existencia de que era un plan sistemático de robo de bebés y cuidados para darlos en adopción”.

Una vida rodeada de afectos y el diario clave de su identidad
Matías vive con conciencia de que su historia, si bien no fue fácil, es afortunada, ya que desde su restitución gracias a la búsqueda de sus abuelos, fue criado en un seno familiar amoroso y sin diferencias, junto a sus tres primas en Entre Ríos. “Me crié en Villaguay en el campo, y después vivi en la ciudad de Gualeguaychú. Tengo la suerte de tener una familia muy amorosa, siempre atenta. Y en la crianza mis papás tuvieron el sano criterio de responderme con verdad cada cosa que yo preguntaba”, aseguró.
Cuando era muy chico, de unos cinco años, Matías vio en el campo a una vaca que estaba pariendo, fue entonces que le preguntó a su tía si él había estado en su panza o en la de su mamá, quien en su vida era un relato. Tenía en claro que crecía con dos madres.
Su abuela Elvira era escritora, y al cumplir él sus 18 años, le entregó un tesoro invaluable: un diario en el que registró todo lo que vivió su familia desde los secuestros hasta fines de los años 80. Sobre ésto, compartió: “Escribía hermosamente, y leerlo era como escuchar su voz. Tuve la fortuna de acceder al relato de cómo sucedió mi rescate, y el registro de todos esos años, algo que muchos otros nietos no tuvieron como aporte a la construcción sana de su identidad y su subjetividad. Ella lo escribía con el objetivo de leerlo con mi mamá, su hija, cuando se reencontrara, unos dias después, o a la semana siguiente, y lo continuó escribiendo años. Me lo dio en mi cumpleaños, y recuerdo que hablamos mucho de cómo escribirlo para ella fue reparador”.
En ese entonces, tuvo la posibilidad de estudiar una carrera, y decidió estudiar Comunicación Social en Rosario. “Viví allá desde 1995 al 2015. Estudié, me recibí y me quedé a vivir. Trabajé en la comunicación de Amsafé Rosario. Tuve y crié a mis hijos allá, y ahora, desde hace nueve años, vivo en Gualeguaychú nuevamente”, destacó.
En dicha ciudad entrerriana trabajó en el Consejo Federal de Derechos Humanos de la Nación, hasta hace un año, en que el nuevo gobierno nacional lo cesanteó. Y hace unos meses que realiza la comunicación del gremio Agmer. Vive junto a sus dos hijos, Jeremías de 15 y Amanda de 13 años, cerca de su familia del corazón, y continúa su militancia, hoy en Madres de Plaza de Mayo de Gualeguaychú.
