El desafío es la no violencia. Parece mentira decir esto después de 40 años de democracia. Pero la deriva que tomó el conflicto entre el Gobierno y las universidades transita caminos peligrosos.

Desde la cúspide del poder lo que se busca es tensionar, pudrirla, como mecanismo para imponer una voluntad que a esta altura, después del discurso de Javier Milei del sábado, está clara: que el Estado nacional deje de financiar a las universidades públicas.

Aceptar el disenso no es algo que esté en la naturaleza del Presidente. Al menos en eso, no es muy diferente a la dirigencia tradicional que supuestamente vino a combatir. Lo inédito es la intensidad que le pone a la tarea de disciplinamiento que él mismo y sus trolls realizan en las redes sociales sobre cualquiera que plantee algo distinto. La cultura "6,7,8" hizo escuela, pero a la vez ha sido ampliamente superada.

La comunidad universitaria se ha interpuesto como ningún otro sector en los planes del gobierno. Las dos marchas imponentes que encabezó no alcanzaron para tumbar el veto a la ley de financiamiento. Pero sí obligaron al gobierno a abrir la billetera para los gastos de financiamiento después de abril y para una insuficiente mejora salarial a docentes y no docentes ahora.

Ya no más, parece decir el oficialismo. Justo cuando el objetivo de los rectores es, derrotados en la batalla por el veto, intentar lograr una mayor porción del presupuesto 2025 que la que previó el Ejecutivo.

El Gobierno, es cierto, tiene un mandato social para combatir las castas enquistadas en el Estado y equilibrar las cuentas públicas. Pero en el caso de las universidades públicas encontró un límite: se trata de instituciones con un prestigio bien ganado, algo reconocido incluso internacionalmente, y que incluso sectores que votaron a La Libertad Avanza  defienden como herramienta de movilidad social ascendente. Justamente lo que Milei buscó poner en duda con su discurso del sábado.

La “sociedad anónima de demoliciones” Milei, como la bautizó el diputado Miguel Angel Pichetto, batalla a fondo para perforar ese límite. ¿Cómo? Buscando justamente destruir ese prestigio. La lógica que sostiene todo el esquema ideológico del Gobierno es que el Estado no funciona. Pero resulta que sí lo hace, como en este caso, hay que poner todo el esfuerzo en demostrar lo contrario. Aunque sea con mentiras o exageraciones.  

“Ladrones, delincuentes y mentirosos”, les dijo el Presidente a los rectores. Tanto él como sus seguidores se ensañaron particularmente con el de Rosario, Franco Bartolacci, acaso en represalia por el protagonismo nacional que tuvo durante los últimos días y porque el jefe del Estado quedó en ridículo cuando hizo un mal cálculo al punto de que tuvo que pedir disculpas por haber afirmado que la UNR tenía ocho empleados por alumno.

En ese tren, la diputada nacional Romina Diez, máxima referente libertaria en la provincia de Santa Fe, sorprendió en X con un posteo que en el Rectorado de la UNR se leyó como amenazante: “Bartolacci, vamos a ir a cada facultad que tomes para asegurarle las clases a los alumnos que sí quieren estudiar. Te responsabilizo por cualquier daño que nos pueda suceder a mí y a toda la gente de bien que me apoya por ingresar a la institución para garantizar la educación para los estudiantes. Vas a demostrar tu aptitud para manejar una institución de manera democrática. Si no podés garantizar clases, transparencia ni paz vas a tener que RENUNCIAR”. Lo curioso es que al menos hasta este lunes no había tomas de facultades en la UNR.   

Igualmente, Diez se agarró de dos comentarios en una nota sobre el tema formulado por un supuesto “responsable informático” de Rectorado, para denunciar que Bartolacci la estaba amenazando a ella. Uno de esos comentarios decía que “los libertontos se quieren quedar con la universidad”, el otro desafiaba: “Dale, te esperamos como lo merecés”. La persona en cuestión, aclararon a Rosario3 desde la UNR, es en realidad un empleado administrativo del Politécnico.

La línea que bajó Bartolacci va en la dirección contraria: fuentes de la UNR revelaron que internamente instó a no responder lo que entiende que son provocaciones y que pidió a representantes estudiantiles y gremiales que las medidas se protesta sean una herramienta para visibilizar el conflicto, pero que se garantice la actividad académica normal.  

Públicamente, en tanto, evitó pronunciarse en redes sociales y consultado por este medio sobre el posteo de Romina Diez, se limitó a responder: “Hago una invitación a la racionalidad y la cordura. Lo que hace falta en el debate es más racionalidad y eso es lo que espero de los actores con responsabilidad institucional”.

La prudencia obedece a un temor: que se produzcan situaciones de violencia que den sustento al discurso libertario, como el que tuvo como víctima al Youtuber Fran Fijap

Alrededor de ese hecho, el propio Milei montó una operación pública para visibilizar la agresión ajena y justificar su propio discurso violento, disfrazado de denuncias de despilfarro y corrupción.

Una estrategia cuyos riesgos linkean con un párrafo sobre el fascismo del pensador y filósofo italiano Norberto Bobbio: “El fascista habla todo el tiempo de corrupción. Lo hizo en Italia en 1922, en Alemania en 1933 y en Brasil en 1964. Acusa, insulta, agrede como si fuera puro y honesto. Pero el fascista es solo un sociópata que persigue una carrera política. Más que corrupción, el fascista practica la maldad”.