Una postura relativista afirmaría que hay tantas crónicas posibles como asistentes a un recital; que «gente» y «público» son algo más que sustantivos colectivos para dar cuenta de una cifra.
En tal caso, esas percepciones están también cruzadas por el paso del tiempo –que condiciona la memoria emotiva– y el peso específico de la carrera de quien/quienes están en el escenario.
En esta última variable es donde Andrés Calamaro resulta una categoría en sí mismo. Los intercambios con la música comenzaron a los ocho años, con un bandoneón, para abrir una nueva "entrada" en su discografía el último año con el lanzamiento del disco Cargar la suerte, a casi medio siglo de aquella experiencia doméstica.
La gira presentación de esa placa lo trajo al Anfiteatro Humberto de Nito el último sábado. Con las gradas tapizadas de cuerpos, "la cifra" cerró en "5.500 personas" que cantaron a coro buena parte del setlist y montaron una suerte de “pogo de puños” para vitorear a El Salmón, a metros del Paraná.
Andrés Armando canciones
Un fragmento en teclado y voz de “Vietnam”, un tema hecho de “saliva y sangre” que precede a “Dos Romeos” en el cierre del lado b del disco Nadie sale vivo de aquí, abrió la noche.
El tono intimista estalló a los 30 segundos –el original dura 48– con los primeros acordes “Alta suciedad”, el tema que abre y da nombre al disco lanzado en 1997.
El poderío sonoro de la banda que acompaña a Andrés Calamaro lo conforman en el pianista Germán Wiedemer, el guitarrista Julián Kanevsky el bajista Mariano Domínguez y el baterista Martín Bruhn.
Es un quinteto de rock con voz y guitarras al frente que, en Rosario, fue reorganizando los puntos de equilibrio entre los instrumentos a medida que avanzaba el concierto. En ese esquema, Calamaro mantiene la centralidad aunque consciente de que es en la suma de las partes donde reside la fuerza.
Con los teclados (y sin guitarra) en la primera línea, El Salmón cuenta con una suerte de espacio de aire a su espalda por el que va, viene y se detiene para cantar. De vincha pirata, camisa con arabescos y saco oscuro, los desplazamientos también contemplan un equipo de mate sobre uno de los laterales. Ceba y dialoga.
El tercer tema de una lista de 25 fue “Clonazepan y circo”, del Honestidad brutal; una placa a la que volverá sobre el final del show con “Los aviones” (un exquisito Wiedemer) y en los bises, con “Paloma”.
Las concesiones a las décadas anteriores también incluyeron composiciones de la etapa “española” con Los Rodríguez: “A los ojos” y el medley “La milonga del marinero y el capitán”/“Sin documentos”.
En tanto que el recorrido de proximidad desplegó –además de la ya citada “Verdades”– “Tránsito lento”, “Cuarteles de invierno”, “Diego Armando canciones” –en un homenaje analógico que proyecta las teclas de una máquina de escribir en las pantallas digitales–, “Falso L.V”, “All you need” y “My mafia” –con un prólogo dedicado a “los barrios” de Buenos Aires y Rosario–.
Si tomar mate en el escenario viene a romper cierta costumbre, lo que pasa en las pantallas que ofician de telón de fondo también subvierte. A las escenas de clásicos del cine –que van de Steve McQueen a la Coca Sarli–, se suman imágenes de las detonaciones en Hiroshima, filmaciones de fuegos artificiales, grafitis de Banksy y un fondo marino, por citar algunos visuales.
Mientras esto ocurría, la voz de "El Cantante" –a la que a veces se le nota el esfuerzo– hilvanaba algunos de los estribillos que cimentaron el rock-pop argentino.
Manifiesto común
El curso del recital se inició a las 21.57 y se extendió hasta cerca de la medianoche aunque es posible reconocer un corte en el medio: en la primera parte del recorrido, Cargar la suerte se llevó la mayor cuota. En tanto que la segunda fue un festín para la memoria emotiva.
Esta seguidilla abrió con “Tuyo siempre”, siguió con “Crímenes perfectos”, una versión de “Loco” que empalma con la letra de “Corte de huracán” (de El palacio de las flores), “Cuando no estás” y el ya citado “Los aviones”.
El triplete “El salmón”, “Estadio Azteca” y “Los chicos” –que convive por un tramo con “Smell like teen spirits”, de Nirvana– elevaron la media, las pantallas de celulares y los puños.
Los bises con “Milonga del marinero” y “Sin documentos” sirvieron de prólogo para “Paloma” y “Flaca”.
Una tímida insistencia entre el público alentó un nuevo bis que, con las luces encendidas y los accesos del Anfiteatro abiertos acabó en un peregrinar por el Parque Urquiza. Por la calle, en el césped y entre los los juegos, se iban tejiendo las crónicas posibles.