No siempre las opiniones mayoritarias son las que tienen razón. Muchas veces nos encontramos con que somos más los que equivocamos el rumbo, los que votamos mal, o simplemente tenemos diversidad de criterios sobre un mismo tema.
Hoy veo que en materia de conceptos nuestra sociedad continúa dividida como siempre. Todos sabemos que esa actitud les viene conviniendo históricamente a los “malos”.
A los malos gobernantes, a los malos jueces, a los malos funcionarios, a los malos.
Que cuando tienen el protagonismo alegran a pocos, coinciden con otros, entristecen a la mayoría.
Vemos lo difícil que es cambiar esta situación de diversidad. Aún considerando que modificarla esté en el ánimo de la mayoría de las personas que habitamos este suelo, lo que nos falta son los recursos para lograr un mínimo equilibrio razonable.
Y además, convengamos, las cosas están dadas para confundirnos.
No somos médicos, sin embargo todos hablamos de salud. No somos abogados, igual sentimos la falta de una justicia sin vendas, activa, certera. No somos nutricionistas, mas nos sumamos a dietas o regímenes alimentarios estrafalarios. No sabemos nada sobre medicina “naturista” pero consumimos hierbas ó preparados diversos, simplemente porque nos “convencieron”. A través de la publicidad sabemos manejar toda clase de tratamientos, especialmente el intestino.
Incorporamos “conocimientos premoldeados”.
Y eso somos, unos miserables convencidos de que poseemos la verdad de todo. De la justicia, del poder político, del campo, de la salud, la enfermedad, las drogas, la delincuencia. El show.
Así nos va.
Este transitar por el teclado, confundida, me conduce, al hecho más fuerte que nos llegó a través de los medios el día diecinueve de agosto.
Esperábamos esperanzados el dictamen de la justicia.
Desconozco que clase de música tocaba la banda que estuvo en el banquillo de los acusados. No es sobre ella que quiero reflexionar. Simplemente comprendo que independientemente de los culpables puntuales, absolutamente TODOS FUERON VICTIMAS.
Víctimas de un sistema foráneo que nos hace creer desde hace mucho tiempo, a todos, músicos, organizadores y público, que con mucho humo, luces móviles, bengalas, etc. se aumenta la calidad de la ocasional interpretación.
Es imposible que la mayoría pueda substraerse a ello. Ya forma parte de nuestra idiosincrasia.
Creo que nadie, absolutamente nadie imaginó las consecuencias. Más la ignorancia no absuelve. Al menos no debería absolver.
Entiendo que la propia banda llevó a parte de su familia. Nadie “previó “el peligro”. O si.
No conozco a ninguno de los fallecidos o heridos, en su mayoría jóvenes.
Si sé, que cualquiera de ellos hubiera podido ser un hijo mío. Un argentino con ánimo de diversión.
Por dignidad, por respeto, por dolor, por poder levantarnos cada día y mirarnos todos de frente, la banda “NO DEBIO HABER TOCADO JAMAS”.
Después de la tragedia, si la vocación de sus integrantes los llevaba a seguir por el camino de la música, podían haberse rearmado con otro nombre, otras formas, no aquella que en su continuidad cada vez que se presenta ESCUPE LA TUMBA DE CIENTO NOVENTA Y TRES PERSONAS.
Si al menos lográramos eso quizás tendríamos chance de recuperar la esencia del verdadero ser argentino.
Aquí debemos ponernos a pensar todos. Los buenos inertes, permisivos, cómplices de los malos, los jueces que en nombre de la ley cometen toda clase de perjurio. Los dueños de salones de baile, de música. La policía. Nadie debe quedar afuera de esta reflexión. Y atreverse a pensar que uno sabe muy poco, y que si no pensamos pronto y actuamos rápido, nos van a terminar por devorar “los de afuera”. Porque ellos sí piensan, sí saben que hacen cuando emigran su música, su idioma, sus costumbres, sus bengalas.
Edith Michelotti