El lunes de la semana pasada, después de 36 años, las familias de 90 soldados argentinos que murieron en la guerra de Malvinas, pudieron enfrentarse a sus tumbas. Se trata de los caídos que la Cruz Roja y el Instituto de Antropología Forense lograron identificar. Pero quizás pocos conozcan la historia del hombre que ayudó a enterrarlos en el cementerio de Darwin. Allí yacen todavía 32 “soldados solo conocidos por Dios”. En total son 237 las cruces blancas en la isla Soledad. A cada uno de ellos, el coronel Geoffrey Cardozo recuperó desde distintos puntos del archipiélago.
“Mi primer pensamiento fue a la madre del caído. Ellas en el continente y yo era el único que podía hacer algo por sus hijos”, recordó Cardozo cómo reaccionó ante la orden de reunir a todos los argentinos muertos y enterrarlos. “Era un honor enorme poder encargarme de ellos, ustedes hubieran hecho lo mismo”, aseguró en contacto con A Diario, el programa que conduce Alberto Lotuf por Radio 2.
Cardozo en realidad desembarcó en Malvinas finalizada la guerra, en junio de 1982. Hasta entonces estaba en la base central, lejos de las islas. Fue enviado porque hablaba mejor español que cualquiera de sus compañeros y lo necesitaban para supervisar la disciplina de las tropas británicas que acababan de terminar la batalla. Luego, recibió la orden de reunir a todos los soldados argentinos dispersos por el archipiélago para su entierro en un mismo lugar. La mayoría eran jóvenes de 19 y 20 años, con nula experiencia militar y por ende casi ninguno llevaba chapas con su nombre. Por eso, explicó Cardozo en una entrevista para la BBC, identificarlos fue en algunos casos, imposible.
“En cada cuerpo que enterré, y los enterré todos, busqué lo que pude. Les quité el uniforme, busqué en cada bolsillo, en los calzoncillos, busqué cartas de sus familia. Me ponía en los zapatos de sus padres y madres, me imaginaba lo que se debe sentir que no se ha hecho todo lo posible por identificar a tu hijo. Busqué en todas partes para poder identificar a estos pobres jóvenes, pero tristemente eran inidentificables”, contó.