La falta de caricias a edades tempranas puede traer serias consecuencias negativas al llegar a la adultez, según una reciente investigación que comprobó el poder del tacto sobre nuestro organismo.
El cuerpo cuenta con entre 6 y 10 millones de sensores táctiles que recogen información interior y exterior al cuerpo, y el más extendido por mucho es la piel. Las caricias se transmiten desde este órgano hasta el cerebro a través de nervios que tienen una velocidad de conducción muy lenta.
Estos transmisores se denominan fibras nerviosas táctiles, se ubican sobre todo en las zonas de la piel con presencia de vello, tienen un umbral perceptivo muy bajo, y son los encargados de llevar las sensaciones de placer o dolor al cerebro.
Como estos sensores aportan información desde el principio de nuestra vida, un fallo en ellos durante el neurodesarrollo puede impactar negativamente en el funcionamiento del cerebro social. “Un ejemplo de ello son las personas con trastornos del espectro autista, quienes no procesan adecuadamente el tacto emocional”, indicó Francis McGlone, líder del estudio, según consignó la revista Neuron y reprodujo el sitio Muy Interesante.
Es por eso que para los investigadores el déficit de caricias durante la vida temprana puede tener efectos negativos sobre comportamientos y estados psicológicos a edades adultas, ya que al no viajar estas sensaciones táctiles al sistema límbico, el desarrollo del cerebro se ve resentido.
“En un mundo en el que el tacto queda relegado a un segundo plano con el aumento de las redes sociales que fomentan la comunicación sin contacto, y la disminución de caricias afectuosas en los bebés por parte de cuidadores y padres debido a la las presiones económicas de la vida moderna, es cada vez más importante reconocer cuán vital es una afectuosa caricia”, concluye McGlone.