El iPhone cumplió los primeros 10 años de vida, una cifra de infante en un ser humano aunque de madurez para un dispositivo móvil. Cito al smartphone de Apple para inaugurar este repaso que abordará la adoración extrema por ciertas tecnologías, ya que a lo largo de esta década nos hemos acostumbrado a esas largas filas en las tiendas de la empresa de Cupertino, no sólo en California, cada vez que Apple lanza un nuevo iPhone.
La costumbre hizo que ya no genere sorpresa ver cómo hombres y mujeres que gritan a los cuatro vientos su amor incondicional por un elemento que sin dudas es funcional y bonito, pero que esencialmente inerte.
¿Quién dijo que no se puede sentir amor por los objetos, en este caso tecnológicos? Derrick De Kerckhove, autor de La piel de la cultura y la inteligencia conectada, es quien divulgó y examinó el concepto de fetichismo tecnológico. Él explicó que “es el deseo de pertenencia, de participación, de fusión que despoja al individuo de su miedo de soledad y de su angustia”, y que siendo que “cada tecnología extiende alguna de nuestras facultades y trasciende nuestras limitaciones físicas, tendemos a adquirir las mejores extensiones de nuestro cuerpo”. Pero vayamos más allá de estas consideraciones, en las que vale la pena detenerse en alguna instancia posterior, para ver algunos casos algo extremos de este vínculo.
“Con libros, café, comida, sillas portátiles y, por supuesto, móviles para matar el rato, los clientes aguardaban de manera ordenada hasta que, en la misma puerta de la tienda, un dependiente les asistía para adquirir su deseado terminal. Asimismo, también se vio a personas negociando para comprar un lugar en los primeros puestos de la fila”, contó la agencia EFE en ocasión del lanzamiento del iPhone 7, dando cuenta de una escena que se repite cada año.
Ahora bien, que un fan de Apple duerma algunas noches bajo las estrellas para conseguir antes que nadie la más flamante versión del smartphone no implica mucho más que aquello. Diferente es el caso de un ingeniero de origen chino que se contrajo matrimonio con un robot.
¿Nace un nuevo género y con él una nueva orientación sexual? Lo cierto es que Zheng Jiajia, un experto en inteligencia artificial de 31 años de edad, decidió casarse con Yingying, una mujer robot que él mismo fabricó en 2016. Este mecanismo es capaz de reconocer fotografías y objetos, y puede hablar gracias a una serie de textos y archivos de audio almacenados en un ordenador. Al momento no camina, aunque el ingeniero señaló que trabaja para que pronto pueda hacerlo.
Hay que decir que el enlace fue algo prematuro: sólo llevaban noviando unos dos meses. El matrimonio entre un ser humano y un ente robótico no es admitido en la legislación de China; sin embargo el casamiento se celebró como si se tratase de uno real, siguiendo tradiciones de aquel país y con la presencia de la madre y un grupo de amigos del novio.
Si bien puede tratarse de una broma, su difusión en medios de comunicación (la noticia apareció en The Guardian y Huffington Post, entre otros) da cuenta del nuevo protagonismo que adquieren los elementos tecnológicos en las sociedades contemporáneas. Al momento estamos muy lejos de asistir a muchos casamientos entre seres humanos y robots, aunque está a la vuelta de la esquina una revolución, por traer un ejemplo, al interior del mundo laboral.
Otro caso de mención, también reciente, es el de Chris Sevier, un joven estadounidense que demandó al Estado por no permitirle contraer matrimonio con su ordenador portátil. Según publicó El Mundo, “en respuesta a sus acusaciones, la Oficina del Fiscal General respondió que la Constitución (de Estados Unidos) no garantiza el derecho a casarse con un ordenador.
Por ello, el gobernador de Utah, Gary Herbert; el Fiscal General, Sean Reyes; y Secretario del Condado, Bryan Thompson; pidieron a un juez federal que inhabilitara la demanda”. Por lo demás, se le ha prohibido a Sevier practicar la abogacía en el Estado de Tennessee. El epílogo de la noticia no deja de ser sorprendente. Palabras del Fiscal General: “Incluso si este no fuera el caso, a menos que el ordenador de Sevier haya alcanzado la edad de 15 años sería muy joven para casarse bajo la ley vigente de Utah”.
No cabe dudas que estamos ante algunos hechos que llegan a los titulares de prensa por su carácter insólito, una seña que distingue a muchas de las noticias que llegan a los medios y que, de hecho, también aparece aquí. Aún así, detrás del hecho insólito aparece una relación que sin dudas avanza; al momento no al punto de dar paso a vínculos tan profundos como el amor, aunque en ciertos casos los límites parecen difusos.