Rosario está caliente. La tensión se palpa en la calle. A la vuelta. En las esquinas donde los insultos por quién pasa primero se anticipan a las frenadas. En los gritos entre piso y piso en aquel edificio, en la prepotencia de la mamá que se enoja con la maestra. La violencia gira en un espiral ascendente y le gana a la palabra, ya sea por tierra, por la camiseta o por dónde vender droga. El mapa de conflictividad rosarina es bien diverso y colorido. ¿Por qué nos peleamos?
El 27 de octubre pasado alguien arrojó una botella desde lo alto contra una joven que fumaba en la vereda del bar La Chamuyera, en Corrientes y 9 de julio. La agresión, que pudo costarle la vida, es una forma de resolución de conflictos que hace tiempo impera en la ciudad. Antes que hablar y acordar, se recurre a los objetos que causan daño. La virulencia y la zona geográfica donde tuvo lugar lo convierten en un caso casi excepcional. Sin embargo, en todos los barrios tienen lugar peleas, más o menos violentas, entre vecinos.
Julia Cardozo Villa es la directora de Mediación de conflictos entre vecinos, entidad municipal que se encarga de intermediar en problemas de convivencia sin llegar a una instancia judicial. “Hay un aumento de la violencia pero a nosotros nos llegan situaciones donde los protagonistas buscan alternativas de resolución”, explicó a Rosario3.com. Aunque admitió que “hay temas de convivencia que pueden llegar a la violencia”, esta instancia permite resolver diferencias a través de la comunicación.
“Los problemas más comunes son los ruidos molestos, en clubes y sobre todo, los referidos a los cultos religiosos porque en los inmuebles donde funcionan no se hacen trabajos acústicos. Los vecinos están muy molestos porque cantan y tocan instrumentos a toda hora”, confirmó. “Las iglesias no precisan habilitación como negocio, hay un vacío legal que genera bastantes reclamos”, agregó. “También hay conflictos en torno a fábricas, galpones y depósitos por el tránsito, la carga y descarga. El estacionamiento en la vereda, la basura y los perros son otros temas”, completó.
Estas problemáticas se revelan en las 835 intervenciones realizadas en lo que va del año. En 2015 fueron 1.471. “Se resuelven los conflictos cuando las personas logran escucharse. Tratamos de que se hagan acuerdos de convivencia. En algunos lugares ha variado, hay situaciones en barrios que se han vuelto más violentas. Hay vecinos agresivos. Aunque no siempre terminan en la intervención de la Policía. Se buscan soluciones”, añadió.
Más allá de los bulevares
A veces la palabra es un recurso inaccesible. Para el director de Seguridad Comunitaria santafesino, Pablo Suárez, el nivel de conflictividad aumenta con las necesidades insatisfechas de los vecinos como ciudadanos. Es fácil: donde no hay agua, ni luz, ni tierra; donde la carencia es diaria, ahí mismo la voz se acalla y la única mediación es con un objeto. Más dañino, mejor.
Suárez señaló que hay distintos niveles de conflictividad por lo que existen zonas rojas, puntos de mayor tensión donde las peleas “se dirimen a los tiros”. Así, sin vueltas. Estos lugares son: Nuevo Alberdi oeste (hubo peleas por usurpaciones de terrenos), Ciudad Oculta, La Cerámica, Ludueña, La Bombacha, Santa Lucía, Vía Honda, Villa Banana, Molino Blanco y La Tablada. De acuerdo a lo que indicó en esas zonas la gente se pelea, en primer lugar, porque bebe alcohol.
Los motivos suelen ser disputas por territorio a la hora de manejar economías delictivas, rivalidades por clubes de fútbol, reacciones ante violaciones o desprotección hacia niños pequeños, y en menor grado por cuestiones afectivas. “No lo solucionan a golpe de puño, sino a los tiros o con arma blanca y eso se puede establecer con los ingresos de heridos al Heca”, destacó.
En lo que va del año, la dirección llevó a cabo unas 120 intervenciones, unas 20 por distrito. “En el norte hubo un desarraigo de familias con incendio de viviendas, también tuvimos algunos casos de dificultades en la relación de familias con docentes, una problemática que se repite”, apuntó. La usurpación de viviendas de parte de grupos organizados también se vivenció en otros distritos. En el centro, en tanto, se trabajó en el llamado crotario ante la llegada de personas por su cuenta con intenciones de radicarse. En general, “no se trata de encarcelar a nadie sino de destrabar el conflicto aunque no olvidamos la reparación”, advirtió Suárez.
Aunque el funcionario asegura que el grado de violencia en la ciudad viene en descenso –en base a los números de heridos de armas de fuego y homicidios dolosos, que tuvo un descenso a partir de 2015–, admite que se trata de un grado alto, “espantoso”. “El homicidio doloso sigue estando, llevamos unos 160 este año”, señaló pero confió en que se evidencia un clima más pacífico alrededor de las instituciones barriales, a modo de ejemplo. “También hay que reconocer que ha aumentado la presencia policial, se ha optimizado el 911 y tenemos fuerzas federales”, observó.
“Cuando desaparece la palabra, se recurre el objeto, un palo, un fierro”, analizó el funcionario. “Nadie invita al otro a tomarse unos mates y buscar solucionar lo que les pasa”, agregó. “Hay que modificar el factor exclusión, donde no hay instituciones mediadoras, donde no hay servicios, no hay calles, los conflictos surgen con mayor violencia”, planteó.
Botellazo
Consultados sobre el botellazo arrojado contra una chica en el bar La Chamuyera, Villar y Suárez coincidieron en que se pudo haber evitado. “Si hubiera habido un diálogo, todo hubiera podido ser distinto. Aunque no se puede subestimar el grado de criminalidad del hecho, es un acto extremo que se desata cuando hay falta de palabra, de intentar buscar soluciones”, manifestó.
Suárez también valoró la importancia de promover el encuentro, el conceso y el acercamiento de las partes cuando se desata un conflicto. Según expresó, desde la dirección de Seguridad Comunitaria se apela a la capacitación de líderes barriales para que oficien de referentes de la comunidad en la mediación ante peleas, discusiones y desacuerdos. “La posibilidad de charlar cambia las cosas”, remarcó.