Una lata de tomates perita vacía descansa sobre una mesa de trabajo amplia y de madera. Al lado, una pistola balcánica del año 1720 ostenta su repujado en bronce, con figuras en rombo que se anudan en una guarda y se estiran como pétalos. Martín Gatto, que con su padre Osvaldo le dan vida a este taller único de restauración y réplicas de fábricas de armas antiguas en Rosario, trabaja en esa pieza.
En este caso puntual, deben reconstruir la llave mecánica que permite disparar y dejarla lista para un museo. También le llegan pedidos de coleccionistas o encargos de cañones para una película, como ocurrió desde Hollywood con “Piratas del Caribe” y “Capitán de mar y guerra” o para producciones nacionales sobre Manuel Belgrano y José de San Martín, por ejemplo.
Ese universo diverso implica desafíos que lleva a los Gatto a realizar largas investigaciones históricas y ensayos productivos para crear no solo los objetos sino las piezas, y a veces los insumos y mecanismos para fabricar esas piezas.
Hay, dentro de esta fábrica de la zona sur, sobre Presidente Roca cruzando Uriburu, una mezcla de artesanía hecha a mano con una precisión científica que exige hacer un fusil o un cañón igual a otro. Una combinación de acciones y saberes que se parece a una variante de la alquimia. No es la magia de inventar sino de recrear algo tan viejo que ya no existen las tecnologías para hacerlo. Tecnologías que, además, definen los conocimientos y avances de cada época (la mecha, la pólvora, la chispa).
La última gran creación, que les llevó varios años, fue la pistola del general Manuel Belgrano. La primera réplica de un arma de fuego de un prócer argentino, que contó con la validación del chozno nieto del creador de la bandera. Es un objeto personal que guardó hasta el día de su muerte, un 20 de junio de 1820.
El ejemplar fue guardado y donado al Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, como pieza número 1 de la colección. Aunque hay una versión oficial (fue regalada a Belgrano por el Cabildo en 1814), Osvaldo Gatto, que es además profesor de historia, encontró huecos en ese relato y desarrolló su propia hipótesis de lo ocurrido.
Un prócer armado y un trabajo nunca hecho
La lata de tomates perita no es un desecho dejado sobre una mesa. Su presencia resume el corazón de este taller. Cuando deben preparar sus objetos de artesanía refinada y funcional, los Gatto suelen enfrentarse a más de una pregunta. No solo cómo era el original o de dónde pueden copiarlo, sino a veces diseñar y fabricar sus insumos con las limitaciones de cualquier emprendedor de una ciudad chica de Sudamérica.
Para replicar, por ejemplo, la medalla que acompaña la pistola de Belgrano, con la figura ecuestre conocida en la estatua del Parque Independencia, los pasos son los siguientes. Martín consigue lingotes o chatarra de bronce. La funde con un método de inducción electromagnética que calienta una especie de caño mediante vibraciones que alteran las moléculas. Pone el bronce dentro de un crisol de carburo de silicio, que conduce ese calor extremo.
El resultado, la fundición, la vuelca en la lata de tomate y genera un bloque circular dorado. Después, lo corta en fetas como si fuera un pan y de ahí obtiene la base para pulir y hacer el grabado, una imitación de la medalla original con la imagen de Belgrano en el caballo, la escultura de Arnaldo Zocchi.
Todo eso constituye, apenas, un detalle que se agrega en la caja de madera junto al arma objeto. Pero el mayor esfuerzo fue sin dudas lograr la primera réplica certera de la pistola.
“No se había hecho antes un arma de fuego que perteneciera a un prócer argentino. Pensamos en San Martín y Belgrano. Y claro que nuestros próceres tuvieron armas de fuego para defenderse”, cuenta Martín sobre el origen del proceso.
“Una de las pistolas que tuvo el general Belgrano, no la única pero sí la la única en Argentina, está exhibida en el Museo Histórico Nacional en Buenos Aires”, dice el artesano de 46 años y sigue el recuerdo: “Bueno, nosotros pensamos: «Somos el único taller de armas antiguas de Latinoamérica, tenemos que copiarla, conseguir la autorización para que cierren el Museo»”.
En 2013, lograron el permiso. Osvaldo tuvo la original en sus manos, tomó medidas y dibujó formas, mientras Martín sacó fotos y anotó datos.
Con esa información Osvaldo generó una primera pieza. Los materiales eran conocidos para ellos: la culata hecha de nogal, el caño de acero, un pomo de bronce en forma de bola y otros detalles. “Empecé a fundir hierro y hacerla completamente a mano, a lima y martillo, prueba y error”, dice Gatto padre.
Esa pistola pasó la prueba de fuego (de forma literal), fue escaneada de forma digital y en 3D para construir las matrices de cada pieza. Un método para producir a mano pero a escala. Esa larga tarea coronó con la presentación de un libro que refleja el proceso realizado. Y una serie de armas idénticas, con apenas 20 gramos de diferencia.
La hipótesis no oficial sobre el origen
Antes de la fabricación, hay un estudio y una búsqueda de información que en este caso llevó a Osvaldo a hacerse preguntas sobre el verdadero origen del arma.
El artesano y profesor de 66 años no pudo con su formación, con la creencia de que “lo bueno está en encontrarle el sentido a las cosas”, y desarrolló una hipótesis distinta a la versión oficial.
“Esta pistola que supuestamente le regaló el Cabildo a Belgrano en 1814 él la llevó hasta su muerte en 1820. Se la dejó a su hermano Domingo, que era sacerdote. Después Estanislao Zeballos la donó al Museo Nacional en 1890. Era de defensa y la llevaba encima, tiene el gancho de cintura para la faja”, señala Osvaldo como introducción.
“La asamblea del año 1813 homenajeó a Belgrano con un par de pistolas de presentación, que mandó hacer a Londres, le dio 40 mil pesos y un sable de Francia, que Napoleón le entregó a sus subalternos por agradecimiento por la campaña de Egipto. Eso pasó en 1813 y ¿en 1814 el Cabildo le regaló esta pistolita española a Belgrano, sin caja ni firma?”, se pregunta.
“¿Le regalan un arma española al tipo que tiene que pelear con los españoles y viene de las victorias en Tucumán y Salta? Se me ocurrió que él, como todo prócer, personaje que debía cuidar su vida, tenía que tener una. Entonces, fue, la compró y después la hizo grabar”, dice y consta en el libro que el nombre relleno en plata “General M. J. Belgrano” es posterior a la fabricación.
El creador de la bandera en Rosario el año 1812 dejó una serie de objetos a un cordobés pero no ese. “No figura en el inventario porque Belgrano no la dejó con sus otras cosas, como los sables y las dos pistolas inglesas, se la llevó consigo porque era su arma personal”, sigue.
“No era ningún tonto. Era un revolucionario. Para mi la compró él ante eventuales ataques que pudiera tener. Esa es mi hipótesis de investigación. Eso sí, que perteneció a él no hay dudas”, resume.
La fábrica y la historia en los sentidos
La Fábrica de Armas Antiguas de Osvaldo y Martín Gatto entregó más de mil piezas certificadas en sus 25 años y dos mil cañones, unos 1.800 fueron exportados a Estados Unidos.
Osvaldo dice que su “pasión aplicada” comenzó de chico con imitaciones o maquetas. A fines de la década de 1990, era docente de historia en una secundaria y los fines de semana vendía algunas de sus producciones en el Mercado de Pulgas.
En 1998, un amigo de la familia lo ayudó a generar una página web con las fotos de esos trabajos. Con la crisis de 2001, Martín empezó a ayudarlo para ampliar la producción. En 2002, les llegó un pedido desde Miami de dos cañones. Martín se pidió licencia en su trabajo como empleado en una pescadería.
La venta fue un éxito y un problema: les pidieron seis cañones más. Osvaldo ya había dejado sus horas cátedra después de 16 años como maestro. Su hijo renunció al trabajo y juntos se dedicaron de forma exclusiva al taller, que pasó a ser una fábrica. Entre 2003 y 2008 exportaron 22 modelos de 1.800 cañones en total, y llegaron a sumar ocho empleados.
“Yo siempre fui un artesano, pero esto me fue ganando con el tiempo. Cuando estuve seguro de que estaba capacitado, no solo para ofrecer un servicio seguro de disparo o de que explote, sino de poder asegurarle a un cliente que si le digo que un arma es francesa, es francesa”, describe a la distancia Osvaldo.
Para los Gatto, además de replicar desde cero, restaurar es volver a la vida algo que estaba roto o incompleto, y que pueda reponer la magia del trueno, de la explosión. La falsificación tiene mala prensa pero en la generación idéntica de un objeto hay un arte complejo que persigue la perfección, un hacer distinto al de la creación original.
“Copiar es mucho más difícil que crear”, definen en una charla con Rosario3 en la fábrica y en la sala museo de colección (que se publicará en forma de podcast este domingo).
Su trabajo tiene además un puente de sentido único hacia el pasado. Si bien para este 20 de junio no han recibido ninguna invitación, han realizado varias experiencias de disparo.
“Nos encanta –explica Martín– no solo por dar visibilidad sino por una finalidad educativa. En ese momento que ocurre el disparo del cañón o del mosquete, siempre con salva que no produce daño pero provoca algo en la gente, que es el desacartonado de la historia, poder oler la pólvora que es muy particular y escuchar cómo sonaban esas armas y un combate”.
“El sonido y el olor de la historia es algo que no está escrito”, agrega Osvaldo y completa Martín: “Se te impregna por otros sentidos. La onda expansiva del disparo del cañón, los pelos que se te mueven por todo el cuerpo, te dan una magnitud diferente a la hora de interpretar un acontecimiento histórico”.
La posibilidad de la vivencia como una fascinación que abre un portal hacia la curiosidad y el conocimiento. De eso hablan padre e hijo rodeados de objetos de otra época y suenan las campanas de los múltiples relojes de otros siglos que pertenecieron a Mariano Moreno, a Justo José de Urquiza y rebotan en la cuchara de Sarmiento o la firma de San Martín en la pared o un fusil de muralla del año 1530. Los ecos de otros tiempos pasados.