El sábado pasado, un cilindro metálico del tamaño de un SUV apareció en una playa al oeste de Australia, a unos 250 km al norte de la ciudad de Perth. El hallazgo se convirtió rápidamente en un imán para curiosos, que se acercaron a tomar fotografías y observar el objeto lo más cerca posible. Si bien algunas versiones iniciales especularon que podría tratarse de una pieza proveniente del vuelo MH370 de Malaysia Airlines desaparecido en marzo de 2014, la Agencia Espacial Australiana tuiteó que el objeto podría tratarse de un fragmento de un vehículo lanzador extranjero. Es decir, basura espacial que cayó al mar tiempo atrás y una tormenta arrastró hasta la costa.
Desde el inicio de la era espacial el 4 de octubre de 1957, con el lanzamiento del Sputnik I, el primer satélite artificial en orbitar la Tierra, han despegado exitosamente al espacio más de 6.430 cohetes, colocando en órbita más de 15.800 satélites. De estos, aún permanecen allí unos 10.500, aunque solo funcionan poco más de 8.200. El resto regresó a nuestro planeta, ya sea desintegrándose en la atmósfera debido a la fricción con el aire, o sobreviviendo a la reentrada e impactando contra la superficie como un objeto sólido.
El retorno de un satélite puede ser un evento peligroso para las personas o animales que se encuentren en su trayectoria. Si no se destruye por completo en la reentrada, los escombros pueden causar daños, lesiones o incluso la muerte. Nuestro país no es ajeno recibir a estos inesperados “visitantes”, como la estación espacial soviética Salyut 7, que experimentó un reingreso no controlado el 7 de febrero de 1991 y sus fragmentos se esparcieron por las provincias de Chubut, San Juan, Santa Fe y Entre Ríos. El trozo más grande cayó en el patio de una casa en Capitán Bermúdez.
“Argentina es un país con una gran extensión, muy alargada, que ocupa varias latitudes y eso hace que distintos objetos que están en órbitas con distintas inclinaciones puedan caer en el territorio nacional”, explica la Dra. Walkiria Schulz, astrónoma, profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba.
Durante unos años, Walkiria fue la única persona trabajando en el monitoreo y seguimiento de la chatarra espacial para la CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales), tarea que actualmente realiza un equipo del Departamento de Aeronáutica de la UNC bajo el programa programa MonitOR (Monitoreo de Objetos en Reingreso). “Entonces, para el que vive en un territorio que tiene una cierta probabilidad -por más baja que sea- de que caigan cosas, es importante saber si esas cosas van a caer y dónde. Por otro lado, Argentina tiene una agencia espacial, tiene satélites y es responsable de ellos, por lo que también tiene que preocuparse qué va a pasar con sus propios objetos. Entonces desde ambos puntos de vista es importante que el país se preocupe de ese tipo de eventos”, agrega la Dra. Schulz.
No todos los satélites en órbita alrededor de la Tierra tienen un plan de desorbitación, o sea, de quitarlo de esa trayectoría que está recorriendo alrededor de nuestro planeta. “Para retirarlo de órbita hay que haber guardado una cierta cantidad de combustible, y no es el caso de todos los que son puestos en órbita, muchas cosas no tienen motores, no tienen esa autonomía para ser retirados y se quedan en allí”, indica la astrónoma.
“Eso hace que muchos de los satélites que pusimos en órbita a lo largo de toda la vida aeroespacial de la humanidad sigan en el espacio, algunos por varios años, otros por siglos. Todo esto depende de la altitud donde están en órbita y también de las configuraciones del propio satélite; si tiene una masa alta, si tiene una área expuesta muy grande, porque tenemos que contar con la atmósfera”, precisa la Dra. Schulz, refiriéndose al fenómeno conocido como decaimiento orbital.
“Nuestra atmósfera es un fluido que hace que esa energía que el satélite tiene de movimiento se vaya deteriorando, entonces, a medida que el satélite atraviesa la atmósfera, va perdiendo energía. Eso hace que pierda altura y que eventualmente, llegue a la superficie de la Tierra si tiene suficiente masa o área para eso”, describe la especialista en mecánicas orbitales.
Pero el problema con la chatarra espacial no se reduce únicamente a los elementos que puedan caer del cielo sin deshacerse en su reingreso. Una preocupación especialmente importante es la ingente cantidad de objetos de todos los tamaños que orbitan nuestro planeta, no solo satélites fuera de servicio, también etapas de cohetes, fragmentos de combustible sólido, herramientas perdidas por los astronautas y restos de explosiones y colisiones que generan muchísimas partículas. Según la Agencia Espacial Europea (ESA), en este momento se encuentran en órbita más de 36.500 piezas de más de 10 cm, 1.000.000 de desechos espaciales con tamaños entre 1 cm y 10 cm, y la impresionante cantidad de 130 millones de residuos entre 1 mm y 1 cm de tamaño.
“Todas esas partículas, si bien son pequeñas, andan con una velocidad muy alta y ese es un problema muy grave, el de los choques que pueden haber en el espacio. Por un lado pueden llegar a inviabilizar una misión que esté activa, por otro lado, una una basurita espacial que se choque con un satélite puede generar millones de partículas, que a su vez pueden chocar con otro satélite y generar otros millones de partículas. Este efecto cascada se lo conoce como Síndrome de Kessler, y es bastante preocupante”, detalla la Dra. Schulz.
En noviembre de 2021, cinco astronautas y dos cosmonautas de la Estación Espacial Internacional debieron equiparse con sus trajes y refugiarse en las cápsulas de escape para prepararse ante una posible evacuación de emergencia. Minutos antes, Rusia había probado un arma antisatélite disparada desde la Tierra, destruyendo intencionalmente uno de sus propios satélites fuera de servicio. El ensayo, exitoso, dejó en órbita una nube de cientos de miles de escombros que ahora ponía en riesgo a la Estación Espacial, sus tripulantes y a una gran cantidad de satélites comerciales. China, India y Estados Unidos también han destruido sus propios satélites para probar este tipo de armas.
“China ha desarrollado satélites anti-satélites”, cuenta Cristian Haller, Comodoro de la Fuerza Aérea Argentina y Magíster en Relaciones Internacionales. “Son orbitadores espaciales que, a simple vista, no se diferencian de otros satélites, pero esconden en su interior dispositivos explosivos, láser o interferidores electrónicos que tienen la capacidad de seguir la trayectoria de los satélites designados como blancos. Una vez en su proximidad, pueden detonarse o enviar un golpe de energía cinética destinado a dejar fuera de servicio el instrumental o los sistemas de operación del satélite atacado”, detalla el oficial. La utilización de este tipo de armamentos y la extensión de los conflictos bélicos a la zona orbital solo profundizará aún más el escenario de colisiones que plantea el mencionado Síndrome de Kessler.
Pero más allá de eso, la actual democratización del espacio también multiplica la cantidad de objetos que se colocan en órbita semana tras semana. Solo SpaceX lleva lanzados más de 4.400 satélites de la constelación Starlink, un servicio de internet satelital. En total, está previsto desplegar cerca de 12.000 satélites, con una posible ampliación posterior a 42.000, un número enorme plantea nuevos desafíos en términos de seguridad y gestión de la órbita terrestre baja.
“Hay una presencia cada vez mayor de empresas privadas que incursionan en el espacio, y esto viene avanzando a pasos agigantados”, destaca el Comod. Haller. “Esto era impensado en la década de los 80 y 90, ni hablar en los 70s, de que algún otro actor que no fuera estatal estuviera presente en el espacio. Hoy en día hay casi un centenar de empresas en todo el mundo que tienen capacidad de incursión, ya sea con vectores propios o de terceros, para poner dispositivos a orbitar. Así que me parece que el espacio puede ser el escenario donde la conflictividad puede llegar a tener más injerencia”, precisa Haller.
Entre satélites, chatarra espacial y millones de pequeñas partículas, la órbita cercana a la Tierra se está sobrepoblando. “Si bien parece que el espacio es infinito, tan amplio, tan gigantesco, si seguimos con esa tendencia de lanzar cada vez más cosas simultáneamente, va a llegar un momento que no vamos a poder disfrutar de los beneficios de las misiones espaciales, porque se van a eliminar mutuamente”, explica la Dra Schulz. En el pasado ya han sucedido colisiones entre satélites, como el Iridium 33 y el Cosmos 2251 en febrero de 2009, que impactaron a una velocidad estimada de 42,000 km/h, generando una gran cantidad de basura espacial.
“También es importante considerar que esas misiones tan numerosas -como las de Starlink- son generalmente puestas en órbitas muy bajas, y esas son las órbitas que sufren más los efectos de la atmósfera. Entonces los objetos no quedan tanto tiempo en órbita, suelen reingresar en el corto plazo, en algunos meses o en pocos años ya están de vuelta a la atmósfera y se destruyen en el camino. Creo que no son peligrosos ni siquiera para nosotros que estamos en la superficie de la tierra. Entonces ahí hay un cierto balance entre una cosa y otra, pero sin dejar de tener en cuenta que sí, estamos generando un problema ecológico importante para el futuro”, resalta la astrónoma.
Actualmente, muchas empresas y organizaciones de la industria espacial están buscando soluciones activas para limpiar el espacio, conceptualizando diferentes estrategias y acercamientos para encontrar una solución al creciente problema de la basura espacial. Si bien se han probado algunas técnicas tanto en tierra como en vuelo parabólico, hasta el momento no se ha recuperado del espacio ningún objeto exitosamente. El primer proyecto de remoción de basura espacial está programado para 2025, liderado por la Agencia Espacial Europea. La start-up suiza ClearSPace intentará capturar una pieza de un cohete Vega lanzado en 2013 desde la Guayana Francesa que se encuentra orbitando a unos 800 km de altura.
El Síndrome de Kessler determina que la cantidad de desechos espaciales aumenta exponencialmente, por lo que, eventualmente, no habrá posibilidad de que una nave se coloque en órbita de manera adecuada. Esto podría marcar el fin de una nueva era espacial que recién está comenzado, afectar el incipiente negocio del turismo astronáutico o los planes de la futura colonización de Marte. Tal vez, como seres humanos, nuestra naturaleza sea intrínsecamente contaminante. Como unos Hansel y Gretel de la basura, donde sea que vayamos, no podemos evitar dejar un rastro de residuos detrás nuestro.