Hay un cuerpo que quema en la morgue de Rosario. Andrés "Pillín" Bracamonte, el jefe histórico de la barrabrava de Rosario Central con ramificaciones en otros negocios ilegales, fue acribillado de cinco balazos la noche del sábado pasado en Arroyito pero sus restos aún no descansan. No, al menos, como querían sus familiares. La Justicia no accedió al pedido de cremar el cuerpo y el Instituto Médico Legal (IML) se convirtió en el epicentro de todos los miedos y sospechas de lo que pueda pasar en una ciudad alerta.
Desde temprano, se desplegó un operativo policial intenso en la morgue de Avellaneda y 3 de Febrero. Cuatro patrulleros del Comando y una unidad especial del Grupo Táctico Multipropósito (GTM) saturaron la esquina que marca el quiebre del Distrito Centro con la zona oeste.
A las 10, se anunció un traslado al cementerio El Salvador. A esa hora, esperaban en el camposanto otros agentes de la Tropa de Operaciones Especiales (TOE), Gendarmería y hasta un drone.
El objetivo del grupo en el IML, comandado por el jefe Nicolás D'Angelo, era encapsular el traslado y evitar una posible emboscada a tiros contra la comitiva. Pero no hubo en ningún momento en ese lugar una concentración de hinchas o amigos. Apenas un paso fugaz de familiares más temprano, para completar trámites.
La quietud de ese cuerpo que nadie quería mover y la carencia de una despedida de su gente llamaron la atención en la larga mañana del lunes. No hubo manifestaciones, ni en la morgue ni en Arroyito, tras la muerte violenta del jefe de la barra canalla, que era mucho más que eso: el último capo de una generación que, como él mismo le dijo al periodista Germán de Los Santos, está muerta o presa.
En la misma sintonía se manejaron las fuentes policiales y de la provincia: cautela. Nadie quiere avivar ningún fuego después del incendio que fue la ciudad en los últimos dos años. Lo cierto es que pasaron las 10 y no hubo movimientos.
El otro barra asesinado, Daniel "Rana" Attardo, sí tuvo su sepelio en una casa de San Lorenzo y Ovidio Lagos. Unos pocos familiares se acercaron a despedirlo. El cortejo se detuvo en el hospital Centenario, donde fue delegado de UPCN, y siguió hasta El Salvador.
–¡Pillín, el mejor! –gritó una mujer que pasó en un auto blanco por 3 de Febrero y Avellaneda.
Nadie respondió. Solo había policías, algunos con armas largas y rostros cubiertos con pasamontañas, y periodistas locales, nacionales y de agencias extranjeras. El eco del homicidio de Claudio “Pájaro” Cantero y la ola de venganzas que eso desató, hace más de una década, ameritó esa cobertura, además de la profecía del propio Bracamonte días atrás: “Si me matan la ciudad se incendia”.
El portón sobre la calle 3 de Febrero se abrió a las 10.50. Ingresó una morguera del Sies. Las cámaras apuntaron hacia el lugar. Sin novedades. A las 13.30, ese proceso se repitió por cuarta vez, ingresó una Trafic blanca de una casa de sepelios de Villa Gobernador Gálvez. La movida coincidía con el rumor de que estaban buscando cocherías de otras localidades porque las locales se negaban a hacer el servicio por temor (algo que fue desmentido). Otra vez movimientos, un móvil de la televisión transmitió en vivo. El cuerpo del Pillín nunca se movió del interior esa mañana.
Las versiones se fueron apilando con el correr de las horas. Primero, la negativa de las empresas locales del rubro. Segundo: la familia no quería trasladarlo sino cremarlo. Tercero: eso no fue permitido por el Ministerio Público de la Acusación (MPA) porque los fiscales pueden requerir peritajes adicionales sobre el cadáver. Esto último fue confirmado a Rosario3 por fuentes oficiales.
–¿Todavía está acá el cuerpo? Nunca vi tanta Policía en esta zona –dijo una mujer que no era vecina sino trabajadora del hospital Carrasco.
Otra madre con su hija pequeña, que esquivó a los fotógrafos, capturó unas imágenes con su celular como quien retrata un memorial.
–Es muy raro lo que está pasando –comentó uno de los cronistas que llevaba horas de guardia. La inacción absoluta, contracara del estruendo que conlleva un estallido, también puede perturbar.
A las 14, el jefe del operativo seguía sin precisiones y dispuso dejar una guardia en la puerta del IML. El furgón negro del Grupo Multipropósito, una Renault Master, se mudó a la esquina. Cuatro agentes con ametralladores y uniformes oscuros montaron una custodia del ingreso. La orden era mínima: quedarse hasta la próxima guardia. Al traslado fallido a El Salvador –nada menos que en el Parque Independencia– y después a La Piedad, que tampoco se concretó, le siguió la ausencia de certezas. Nadie sabía cuándo ni a dónde llevarían los restos del Pillín, el jefe que tuvo cuatro avisos de lo que le esperaba en el último año y no pudo evitarlo. Dos días después de los cinco balazos que le quitaron la vida, su cuerpo esperaba destino en la soledad de una morgue fría.