Alcanzar la inmortalidad es una fantasía del ser humano desde el momento en que tomó conciencia de su finitud. Al fin y al cabo, la única certeza que tenemos es que algún día dejaremos este mundo; cuándo o cómo es una incógnita, pero es un destino que sabemos inevitable. La búsqueda de la existencia infinita es corazón y motor de religiones, interrogantes filosóficas y conceptos tecnológicos fantásticos -y lindantes con la ciencia ficción- como la criónica, que postula la preservación de seres vivos a bajas temperaturas hasta que la ciencia médica haya evolucionado lo suficiente como para revivirlos y atenderlos tras la descongelación.
Si bien por ahora no podemos vivir para siempre, tal vez podamos envejecer más lento, aumentando nuestra expectativa de vida. Hay motivos para creer esto, ya que en los últimos años la ciencia ha dado pasos gigantescos en la comprensión de los mecanismos celulares que dan origen al envejecimiento del organismo.
La bióloga molecular y científica española María Blasco, actual directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas en Madrid, descubrió que se puede predecir la longevidad de las especies a partir del análisis de la longitud de los telómeros y la estimación de la división celular.
Los telómeros son el extremo de los cromosomas, los podemos imaginar como el capuchón plástico que protege los cordones de las zapatillas. Tras nuestro nacimiento, los telómeros se van acortando con cada división celular y -como un reloj biológico- nos van diciendo cuánto de vida nos va quedando y cuánto tiempo falta para la aparición de las enfermedades de la vejez. Comparando telómeros de cabras, ratones, delfines, gaviotas, elefantes y humanos, Blasco comprobó que las especies cuyos telómeros se acortan más rápido, viven menos. En su laboratorio consiguió alargar la vida de ratones un 40% más de la expectativa de vida media, retrasando las patologías asociadas al envejecimiento, incluido el cáncer.
El experimento de los astronautas gemelos
Buscando comprender el impacto en el cuerpo humano de los viajes espaciales de larga duración, la NASA seleccionó al astronauta Scott Kelly para pasar un año en la Estación Espacial Internacional, mientras su hermano gemelo Mark permanecería en la Tierra. El estudio, que tuvo lugar entre 2015 y 2016, ofrecía la posibilidad de comparar el impacto de la vida espacial en el cuerpo de su gemelo genético.
Durante 340 días, Scott Kelly orbitó nuestro planeta a 28.000 km/h, sometiendo su cuerpo a la microgravedad y a la radiación cósmica. Antes, durante y después de la misión se tomaron más de 300 muestras de material biológico de los hermanos -sangre, orina y heces- y lo que descubrió casi por casualidad Susan Bailey, de la Universidad Estatal de Colorado, fue que los telómeros del astronauta Scott Kelly habían crecido. En otras palabras, como que habían rejuvenecido. Este experimento no estaba previsto, fue un descubrimiento que se realizó de casualidad y Bailey no pudo determinar cómo se produjo.
Quien sí tenía una hipótesis que podía explicar el asombroso crecimiento de los telómeros de Scott Kelly es el casildense Roberto Aquilano, Doctor en Astronomía por la Universidad de la Plata. Con una extensa y destacada trayectoria en el área de las ciencias, en el Conicet y en la Universidad Nacional de Rosario, este rosarino por adopción hoy se encuentra retirado -al menos en los papeles- porque en los hechos sigue vinculado a proyectos con la NASA y como consultor de importantes empresas.
En cierta ocasión, tras exponer una serie de charlas en el Instituto Karolinska de Estocolmo en marzo de 2017, Aquilano fue invitado a Madrid por la bióloga especialista en telómeros María Blasco. Durante una reunión le expuso su idea: que el estrés molecular, la variaciones de la microgravedad en el espacio y el aditamento de ciertos aspectos de la radiación cósmica podían activar nuevamente la telomerasa en adultos.
“La telomerasa es una enzima que está presente en las células de la línea germinal, el tejido fetal y en ciertas células madres”, explica Aquilano. “La telomerasa es reprimida en las células somáticas maduras después del nacimiento, produciéndose un acortamiento del telómero después de cada división celular, por eso nosotros vamos teniendo desde el momento en que nacemos acortamiento de los telómeros, y lo que se había descubierto en el astronauta Scott Kelly era que los telómeros habían crecido, quiere decir, como que había rejuvenecido”, explica con entusiasmo el científico.
Comienzan las investigaciones
Blasco inmediatamente entendió que la propuesta de Aquilano podría explicar lo que había pasado con el inesperado crecimiento de los telómeros del astronauta gemelo durante su estadía en el espacio, por lo que prontamente lo contactó con Susan Bailey en Estados Unidos, la científica que realizó el descubrimiento. “Es definitivamente intrigante, creo que es la idea correcta”, le dijo Susan.
A partir de ese momento comenzó una relación laboral que Roberto describe simplemente como maravillosa, la idea de realizar investigaciones en el espacio se aceleró. “Primero íbamos a probar con ratones con María Blasco, pero teníamos ciertas dificultades y complicaciones por los equipos que se necesitaban, entonces eso fue derivando en probar con plantas, que era lo más sencillo”, cuenta Roberto.
Susan realizó los contactos con la NASA y le presentó a Dorothy Shippen de la Universidad de Texas, especialista en telómeros vegetales, quien se entusiasmó muchísimo pues siempre se interesó por lo que le había ocurrido al astronauta gemelo en el espacio. Junto a ellas y el estudiante de posgrado Borja Barbero Barcenilla plantearon la idea y se empezaron a proponer protocolos de investigación para realizar los estudios.
“Mientras estábamos en todas estas conversaciones aparece una investigadora, Sarah Wyatt de la Universidad de Ohio, especialista en microgravedad en el espacio con plantas. Ella ya había hecho experimentos trabajando con la NASA en cómo generar adaptaciones y crecimientos de plantas para los viajes espaciales de larga duración”, relata Aquilano. “Para acelerar los tiempos, Wyatt ofreció incluir nuestros experimentos dentro de su proyecto. Esto fue a comienzos del 2021 y en junio tenía previsto un viaje a la Estación Espacial Internacional y podríamos aprovechar ese vuelo. La NASA aceptó de inmediato y rápidamente activó todos los mecanismos administrativos”.
El viaje al espacio despegó el 3 de junio del año pasado en un cohete de SpaceX, la empresa espacial de Elon Musk, con quien Roberto conversó telefónicamente antes del viaje. Se hicieron una serie de experimentos en órbita, “pero al mismo tiempo se hizo un símil en tierra, en el Centro Espacial Kennedy en Florida, exactamente igual al que se hizo en el espacio”, indica Aquilano.
“Cuando se trajeron las muestras de regreso a tierra y se empezaron a hacer los estudios, tuvimos una impresionante sorpresa. Se descubrió que la telomerasa había aumentado notablemente, aunque los telómeros no crecieron significativamente, porque, como suponíamos, los telómeros de dicha planta son mucho más resistentes a los cambios que los telómeros humanos. Pero lo de la activación de la telomerasa fue increíble, porque no esperábamos que fuese tanto. Scott Kelly estuvo 340 días y las plantas menos de 30 días, pero lo mismo se pudo descubrir que la telomerasa había aumentado más de 50 veces lo esperado”, indica el científico santafesino.
Las muestras que quedaron en Tierra también sorprendieron, ya que “en ninguna se produjo la activación de la telomerasa, con lo cual pudimos probar que la telomerasa se activa en el espacio por las variaciones de microgravedad y algún aporte de la radiación también, y eso no ocurre en tierra. Quiere decir que saliendo de la gravedad terrestre, en el espacio la posibilidad de que los telómeros crezcan aumenta de manera considerable porque la telomerasa se activa fuertemente, y esto es un punto a favor en todo lo que sería de aquí a futuro en los viajes de larga duración en el espacio”, explica Aquilano.
Lo fascinante de este descubrimiento son las implicancias que puede tener no solo en los futuros viajes interplanetarios, sino en el tratamiento del cáncer. “Si la telomerasa se activa una determinada cantidad, eso produce en cada división celular un crecimiento telomérico, es decir, un rejuvenecimiento. Pero si se activase un poquito más, eso provocaría una división celular descontrolada por lo tanto generaría un tumor. Con este descubrimiento estamos entendiendo de alguna manera uno de los secretos de la vida que pueden desembocar en cosas importantísimas, porque si entendemos perfectamente ese límite y podemos manejarlo, sería algo muy interesante para los futuros tratamientos de cáncer”, precisa Roberto.
Los resultados de estas investigaciones serán presentados el próximo mes de julio en los Estados Unidos, y cuando se haga público sacudirá a la comunidad científica internacional. El espacio, la próxima frontera, no solo es la raíz de la vida en la Tierra, sino tal vez una suerte de fuente de la juventud que permita prolongar la existencia y retrasar la vejez.