Las contradicciones del coronavirus. Distancia para demostrar amor, cuidarse así mismo para proteger a los otros. Otra paradoja, quizás la más dura y punzante es que quienes viven de curar se enferman. Se mueren. Este año que se va es inolvidable, un 2020 pandémico que engendró paisajes tan novedosos como siniestros y la pérdida de trabajadores de la salud aportó sus propias postales de sepelios públicos en las puertas de los hospitales donde los restos de las víctimas del covid fueron despedidas por sus compañeros de trabajo deshechos de dolor. También hubo cruces plantadas en el Monumento a la Bandera, un “cementerio” improvisado por un grupo nutrido de médicos rosarinos que en medio de un pico de contagios, encendieron un “botón rojo” de cara a la sociedad.
Médicos, enfermeros, trabajadores de la salud en general debieron hacerse cargo de una enfermedad tan desconocida como mortal. “Fuimos testigos y protagonistas”, resumió Ricardo Cordone, médico del Centro de Salud Casiano Casas en diálogo con Rosario3. “Uno trabaja con la muerte del otro y acá está en riesgo la vida propia, nunca tuvimos tanta exposición y vimos morir a nuestros compañeros”, sostuvo y agregó: “Tengo 29 años de trabajo en el sistema público y a muchos trabajadores fallecidos los conocía, el impacto es muy fuerte, tendría que haber una diferencia entre el sacrificio y el esfuerzo”.
Para el profesional integrante de la Asamblea de Trabajadores de la Salud de Rosario, “se jugaron la vida y el Estado debió regular esto porque a algunos no les permitieron tomar licencia –dijo y precisó– una enfermera que conozco se tomó licencia por diabetes y tuvo que volver a pesar del riesgo y está sometida a un estrés bárbaro”. “También, tenemos compañeros que contagiaron a sus padres que terminaron falleciendo y eso es una carga muy importante”, continuó y remarcó: “Hay otra pandemia que se hace con muchas vivencia y nosotros las vimos en primera fila”.
Sandra Maiorana es secretaria general de la Asociación de Médicos de la República Argentina (Amra) seccional Santa Fe. Los trabajadores de la salud que murieron por coronavirus en el sur santafesino ascienden a 39, según el Ministerio de Salud de Santa Fe. “No hay cifras de muertos de trabajadores de la salud a nivel nacional, por algo no lo quieren decir”, deslizó. “Mucho personal se enfermó, murieron algunos y otros están con secuelas y aún no sabemos si van a volver a trabajar. Muchos también padecen el síndrome post traumático”, precisó.
“Todo este tiempo hemos vivido con mucha presión, estrés y angustia, comunicándonos por Whatsapp pendientes de los compañeros enfermos, enterándonos de pérdidas y de los que quedaron mal después de contagiarse”, señaló y fue más allá: “Van a caer más, hemos sido el contacto humano de los enfermos con sus familias, hemos cargado con esa angustia, hasta de comer le hemos dado a los pacientes imposibilitados de recibir visitas. La sobrecarga es brutal. Creo que después de esta pandemia va a haber menos gente que quiera trabajar en salud”.
El virus de la decepción
Matías Lahitte es especialista en Clínica Médica e Infectología y desde el primer momento estuvo en contacto con los enfermos. Recordó con nostalgia los aplausos de apoyo replicados en tantos puntos del país y lamentó: “Al poco tiempo dejamos de escucharlos e incluso tuvimos que soportar que nos prohibieran el ingreso a nuestras casas. Sentimos mucha bronca y desmotivación. Nos preguntábamos «¿Pero si yo estoy en este lugar porque amo esta profesión? ¿El que me colgó el cartel no piensa que puede necesitarme mañana?»”, comentó.
“Todos estamos cansados, pero los que estamos en salud un poco más. No paramos desde el inicio. Tenemos que convivir con las caras de nuestros pacientes y colegas que fallecieron por esta enfermedad –subrayó y siguió– Buscamos ayuda psicológica, nos apoyamos pero ya no vamos a volver a ser los mismos después de esta pandemia”, manifestó. El profesional que se desempeña en el sanatorio Británico y en la Secretaría de Salud municipal aseguró que más allá de los golpes recibidos “cualquier rosarino o rosarina que hoy necesite atención médica la va a tener”.
En sintonía, Maiorana, apuntó: “El personal de salud está diezmado, ahora mismo estamos peleando para tener vacaciones, no sabemos cuándo llega la segunda ola. Somos menos y muchos porque están desmoralizados, sienten que dejan su vida y nadie valora ese esfuerzo. Muchos se preguntan ¿para qué trabajo de esto? No se valora cuando se ponen en riesgo y ponen también en riesgo a sus familias. Ahora se abrió todo indiscriminadamente y a la vacuna hay que probarla y falta mucho para que se concreten sus efectos”.
La segunda ola
Cordone apela al fútbol para hacerse entender mejor. “Si tenemos un rebrote, la situación va a ser peor porque el personal está cansado. Yo, por ejemplo, no tengo resto no me da el cuerpo como al principio. Estamos jugando la final mundial, ojalá que nos toque el alargue porque no estamos en condiciones de jugar así”, expresó sobre la posibilidad de que se incrementen los contagios producto a la flexibilización de los cuidados preventivos en otros países y en el propio.
Mairoana, por su parte, también se mostró preocupada por lo que puede llegar. “Cada vez somos menos y estamos más agotados y cuando suban los contagios, porque va a suceder si siguen abriendo todo y comportándose como si nada pasara, ¿qué va a pasar? Estamos verdaderamente alarmados por lo que viene porque estamos más expuestos que con la primera ola”, consideró.
El impacto de lo inesperado
Las pérdidas, los enfermos, el estrés y la decepción causada por una parte de la sociedad que desconoce la gravedad de la situación vinieron después. Los trabajadores de la salud debieron enfrentar antes que todo el desconcierto y la incertidumbre ante un virus que se asomaba monstruoso e inabordable. Lahitte hizo un repaso por esos días de marzo: “Hacía solo unos meses se habían reportado los primeros casos en una ciudad de China y otros países del mundo. Todos los medios mostraban la rápida propagación y hospitales saturados con pacientes internados con esta afección. La OMS lo declara pandemia. Acá empezamos a preparar los equipos, la protección, buscando en toda la literatura médica como aparecían tratamientos potencialmente beneficiosos, pero a la semana otro artículo decía todo lo contrario”, empezó.
“Pronto aparecen los estigmas de la sociedad. Los pacientes deben quedar solos, sin su familia y solo estamos nosotros dándole ese aliento para que salga adelante. Las enfermeras pegan cartelitos al pie de la cama con un “a esto lo vencemos entre todos””, detalló y destacó un momento esencial: “Recuerdo cuando atendimos con mi compañera de guardia del Hospital Alberdi al primer caso sospechoso de covid-19. Una mujer de mediana edad, que ingresa por dificultad respiratoria y requiere la sedación y conexión a asistencia respiratoria mecánica. Nuestra primera experiencia en tratar patologías con las dificultades de un equipo de protección que nos dificultaba mucho la tarea, máscaras empañadas, traspiración y dificultad para respirar. Al rato nos desinfectamos, nos sacamos la ropa con mucho cuidado porque nos decían que la mayoría de los contagios en personal de salud eran cuando descartábamos el equipo de protección. Sensación de miedo, angustia frente a lo desconocido. Temor a enfermarse y contagiar a los nuestros. No terminamos de sacarnos la ropa, que ya estábamos de nuevo atendiendo otra urgencia que requería de nuestra atención”, dijo.
Ese día, el doctor Lahitte le hizo una pregunta a una colega que hoy, meses después, le resulta sigificaiva: “Recuerdo cuando le pregunté a Mariángeles, que se está formando conmigo en Infectólogia y es actualmente medica de la guardia del Hospital Carrasco, «¿qué sentiste cuando hisopaste al primer paciente que vino de Inglaterra?» Me contesta con los ojos brillosos: «Miedo, miedo de contagiar a mi familia»”, sumó a la reconstrucción del comienzo de esta historia.
También en perspectiva, Ricardo Cordone, destacó “el impacto profesional y personal por la incertidumbre y el desconocimiento” y reconoció que “había mucho miedo” entre los trabajadores. Y rescató en ese sentido: “En Rosario ya teníamos experiencia del trabajo en equipo y fue así, todos aportaron de sí mismos y fue muy aliviador. Hubo y hay un enorme compromiso, todos nos pusimos la camiseta pero no la de un partido sino la de un mismo colectivo grande que enfrentó y enfrenta la pandemia”.
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