Un informe de Rosario3 dio cuenta que en los primeros 100 días de 2022 se produjeron 16 asesinatos y más de 30 balaceras en barrios del noroeste de la ciudad. Particularmente, en Ludueña, Empalme Graneros y Larrea. Zonas postergadas y erigidas como cordones de la violencia, donde las balas pueden alcanzar a propios y ajenos a la disputa por el control del narcomenudeo. En ese contexto, emergen dos facciones que dirimen sus diferencias a los tiros, y que este mes sufrieron dos bajas importantes. Un escenario de muertes en el que además del control del territorio entra en juego la espiral de venganzas que se retroalimenta casi a diario. Y en el medio, las víctimas colaterales, ya sea por mala fortuna o equivocación de tiratiros desencajados.
Según distintas fuentes consultadas, quienes se disputan las calles de las zonas más convulsionadas del noroeste son facciones que responden a las grandes marcas del delito rosarino: la banda de Los Monos, por un lado. Y gente que responde a Esteban Alvarado, por otro.
Los representantes de estas franquicias no serían otros que el entorno de Cristian Leonel “Larva” Fernández, quien fue asesinado a los 28 años el 14 de abril pasado en Gorriti al 6200, durante una emboscada en la que los matadores usaron dos pistolas y dispararon 20 veces.
En la vereda de enfrente, ubicaron a Francisco Riquelme, alias Fran o el “Pablo Escobar de Empalme”, detenido en abril de 2020 bajo acusación de atentar contra la vida de Mariana Ortigala, una de las principales testigos en el juicio contra la organización de Alvarado.
“Riquelme está debilitado, sobre todo después del asesinato de Joel Bulnette”, confió un investigador en referencia a uno de los tantos crímenes recientes que pusieron en rojo el mapa de calor de la seguridad. El 20 de abril, Bulnette, considerado por los detectives como la mano derecha de Fran, fue acribillado en inmediaciones de Felipe Moré al 600 bis, donde a su vez fue detenido Riquelme dos años atrás.
Los crímenes de Larva y Bulnette poseen una trágica coincidencia: al día después de ser asesinados se registraron muertes violentas de personas ajenas a conflictos territoriales. El 15 de abril, en la misma cuadra donde mataron a Larva, fue asesinada Bárbara Verónica Fernández. Tenía 30 años y dos hijos. “Se equivocaron de casa. Ella no le debía a ningún narco, y era una mujer hecha y derecha”, dijeron familiares en las redes sociales. El 22 de abril, en Felipe Moré al 600 bis, un día después del homicidio de Bulnette una andanada de disparos acabó con la vida de David Paredes, trabajador del Colegio San José. Un vocero de la institución dijo que "aparentemente, el único error que cometió David fue haber hecho contacto visual con los delincuentes" cuando fue a buscar a su hija a un cumpleaños que se desarrollaba en esa cuadra.
Si estos casos hablan del accionar de tiratiros desencajados sin contemplación por víctimas colaterales, también empieza a aparecer un nuevo emergente de la criminalidad local. “Hay gatilleros que actúan como profesionales y ya no usan teléfono ni tienen redes sociales. Trabajan para quien pone la plata, buscan las armas, hacen el trabajo y devuelven las pistolas. Tienen 18, 19 años y se acostumbraron a un nivel de vida alto”, describió una fuente que analiza la criminalidad compleja. Un fenómeno que habla de la globalización de la violencia en la ciudad, donde los actores ya no están circunscriptos a los límites barriales. Parte de ello puede explicarse por la confluencia de jefes criminales en prisión y las alianzas que se tejen intramuros.