Fermin tiene 23 años. Lleva ganado 6 millones de pesos en un concurso de tele contestando preguntas sobre temas de información general. El clásico multiple choice sin el google a mano le permitió acumular más de 35 salarios básicos de un empleado de comercio. Se lo vio feliz en la tele con su mamá y su novia. Ellas abrazaban emocionadas al que por suerte, casualidad y sabiduría le arrebataba seis palos a la productora de tevé. La clave del tiempo: tener éxito es ganar mucho a cambio de poco. Fermín lo logró.
En uno de los programas Fermín, rosarino y estudiante de Diseño Industrial, reconoció que de ganar iba a utilizar el dinero para irse a vivir a Costa Rica. Ese país tiene hermosas playas, y al menos en 5 de ellas se hace un surf de alto nivel, el deporte que también practica el ganador.
Irse con dinero a Costa Rica. Sol, playa, surf. Qué mejor. Quién pudiera. Juventud Divino Tesoro.
El desafío de los hoy candidatos a ocupar sillones importantes en las jerarquías de la administración pública es evitar que los jóvenes tengan sueños sólo con la distancia. Irse como un antídoto a lo mal que esta todo. Irse porque acá huele a rancio y podrido. Irse porque acá hay un país donde hay que remarla y remarla y no siempre se llega a la costa.
Las ideas “raras” de los jóvenes es pelear contra la incertidumbre con un pasaje de avión en el bolsillo. Al menos para dar una vuelta para ver de qué se trata allá afuera. No es riguroso, pero a veces la distancia permite ver con mejores panorámicas lo que de tan cerca es difícil. Irse para extrañar y volver, también en un anzuelo que la vida propone a los aventureros.
Darío, tiene más de 50. Es médico con apellido notable en la medicina, por su propio esfuerzo y por lo hecho por su padre. “Cuando vea que no se puede más me voy a Barcelona”, me dijo una vez tomando un café en Pan y Manteca.
En la aplicación wassap me apareció el anuncio que Darío había cambiado el número de teléfono con característica de España, Barcelona. “Te lo dije hace 10 años. Vendí todo y me vine”, escribió a la distancia.
La lista es enorme. Pero enorme de verdad. Ya el círculo impacta porque a los migrantes los encuentra rápido un trabajo casi esclavo en cualquier lugar del mundo. Ya no es una población solamente profesional, culta e ilustrada, con formación calificada, con ambiciones profesionales y laborales altas. Ahora son los que también la crisis internacional acorrala con labores de poca calificación, magros salarios y el siempre presente desprecio cultural.
Irse también podría ser una trampa. No soy de aquí, ni soy de allá, cantaba Facundo Cabral, pero era otra inmigración. Migración política esquivando a la muerte de una dictadura criminal. Aun así, la melancolía de la distancia generaba lo mismo que hoy sucede en miles de pibes que intentan una devolución del espejo. ¿Qué es ser argentino?
La política, la escuela, los sociólogos, intelectuales o la cultura no se lo responden a sus habitantes sino con espasmos donde se romantiza la derrota. Con jirones desesperados de una patria perforada por el disenso. Hay una pequeña rendija para el deporte. Ahí damos saltitos orgullosos y festivos, detrás de algún gol convertido por un argentino que triunfó por el mundo, que atesora sus ganancias en bancos extranjeros, que no piensan volver a vivir en Argentina, pero que siempre hablaran bien del país y de su “selección”. Comprensible. Qué se le puede exigir a quienes son expulsados (o impulsados) de un mercado laboral (el deportivo) para generar riquezas a clubes fundidos por dirigentes ladrones y corruptos que nunca pagaran con la cárcel por robarles a esas asociaciones civiles que no tienen como objetivo tener ganancias económicas (¿?).
Se van. Los Fermines, los Darios, los crack del futbol, los mejores de la tribu y los desencantados con algún ahorro familiar. Se van para girar como una tómbola diciendo que no se puede arreglar nada de lo roto en este país. Y vemos erguidos, y ocupando siempre el centro de escena, a quienes pretenden ofrecer sus horas laborales para Gobernar un país que todos los días nos ofrece una piña distinta.
Este año se cumplen 40 años de dos eventos potentes para cualquier crónica argentina. La más importante fue la victoria de Alfonsín, el fin de la dictadura, la asunción aplaudida por todos, con el discurso donde se aclamaba que con la democracia se come, se cura y se educa con un pueblo que unido jamás será vencido.
Las cuatro décadas serán enarboladas con el entusiasmo de quienes, protagonistas de aquel tiempo, siguen diseñando en los sótanos del poder mucho de lo que vemos y sufrimos. Hoy el mejor de los sistemas políticos, la democracia, acumula cuentas pendientes para la mayoría de los habitantes de este suelo. Suelo que sigue dando riquezas agropecuarias pero desplaza a la pobreza e indigencia al 60% de los jóvenes menores de 17 años.
Otra de las efemérides de los 40 años es un guiño emblemático a una generación que esperaba otra cosa del Poder Político. Los “nuevos trapos” que grabó Charly García en Clics Modernos de 1983 planteaba con entusiasmo esa revolución por lo que vendrá. Banderas flameando por la libertad en un país donde la noche aún era todo lo oscura que podía ser. “Los amigos del barrio que desaparecían en un país con Dinosaurios” y la arenga de que “desprejuiciados son los que vendrán y los que están ya no me importan más porque los carceleros de la humanidad no me atraparan dos veces con la misma red” (Charly -1983)
Estamos muy cerca de que las piezas ordenadas, entre otros, por Coti Nosiglia y José Luis Manzano sigan gobernando las calles invisibles de la política argentina y suceda como escribió Charly en “Nuevos Trapos (1983): “aunque cambiemos de lugar las trincheras y aunque cambiemos de color las banderas, siempre es como la primera vez”. Por suerte o desgracia.
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