Enemigo Público, covidiota o chivo expiatorio. Los delirantes están en problemas. Pueden pensar en las más alocadas conspiraciones pero hacerlo desafiando el sacrificio de una población agotada de tanto encierro disparó la ira popular. El médico Mariano Arriaga se asumió como el gurú de mentes libres y pagó con el lomo marcado por una violenta y promocionada detención policial. “La cárcel es negocio para ellos”, dijo ayer el médico rosarino Jorge Galíndez, “hay que dejarlos hablar y exponer lo que piensen, así quedan en evidencia”, aseguró preocupado por la oleada negacionista.
El líder de la movilización tiró preguntas que la ciencia se hace a diario pero asumiendo respuestas con una firmeza incomprobable. Los arriaguistas aclamaban: “El covid es una mentira urdida para controlarnos con un chip que viene pegado a la jeringa de cura”. Tal vez su guía (Arriaga) no sea tan burdo pero bordea con su rebeldía de incrédulo cornisas disparatadas.
Para el científico Oscar Botasso, la negación es el motor de esas inquietudes: “La negación es un acto humano frecuente. Uno tiende a negar las cosas que nos hacen mal. Pero acá hay muchas evidencias. Sino las aceptas son unos necios”, dijo ayer en Radio2.
Con Arriaga hay un grupo muy organizado. No usan el Whatsapp porque desconfían del sistema, se alimentan discursivamente como fieles de una iglesia. Descreen del barbijo, el distanciamiento, las vacunas, el virus mismo. Confrontan desafiando restricciones y se asumen iluminados de versículos sagrados: “Esto lo inventó Bill Gates para vendernos el antivirus. Un negocio de grandes corporaciones económicas. Un nuevo capítulo del capitalismo: crean el problema y venden la solución”, postulan.
Algo con muchos antecedentes en el mundo moderno. Para tu sed está Coca Cola. Pero el problema no es la pregunta, ni siquiera la alocada respuesta, sino dónde y cuándo se la hicieron. “Son boludos grandotes”, dijo un policía después de forcejear con un arriasguista en el monumento a la Bandera.
Y allí la ensalada fue grande. En las movilizaciones hubo profesionales de la salud, viejos hippies, médicos con pocos postgrados, fachos recontra fachos, neonazis, sionistas, votantes macristas, militantes del Frente Progresista, peronistas de la vieja ola y los anarquistas de siempre. “Dejáme pensar en libertad”, decía un cartel. ¿Quién puede estar en contra de esa consigna? En los mares de la duda los argumentos para definir “la mentira covid” es livianísima: esto no existe, es un plan macabro del empresariado farmacéutico mundial.
"¿Qué hace un médico en esas movilizaciones?", le pregunto a Oscar Botasso.
-No lo sé. Yo creo que hay una necesidad muy profunda de que esto no sea tan así. Queremos despertar de una pesadilla que lamentablemente es real. Hay una veta biológica en eso. Hay que entenderlo y tomar medidas para mitigar. Lo otro, la necesidad de no creer que esto es real, es una respuesta equivocada. La evidencia me lo enrostra todo el tiempo. Hay que aceptarlo. A veces te dan un diagnóstico de una enfermedad que no te gusta y lo primero es negarlo. El cerebro emocional maneja respuestas. Uno es un bicho más con respuestas humanas. Llamo a la reflexión, no es dictadura de la ciencia, hay evidencia. Nos guste o no, esto es real y existe. Y de esta salimos entre todos, no hay salidas individuales.
La arenga oficial pidiendo prisión y aplaudiendo a la policía (que entre sirenas, balas de gomas y palazos metieron adentro de los patrulleros a una treintena de desacatados), fue exagerada pero entendible. La ciudad duplica sus muertos diarios a causa del covid. Las empresas fúnebres no dan abastos con los servicios y eso es de carne y hueso. El dolor, el agotamiento de los terapistas y personal sanitario que desde abril de 2020 no descansa de vivir espantosamente un trabajo irreemplazable, es el costo que pagamos a diario. Nos duele todo a todos. Y encima el encierro nos envía a un quebranto económico asfixiante.
Salir a cazar a los covidiotas es un defecto del sistema. Porque no es lo mismo la pibada y sus familias en los barrios desoyendo restricciones armando picaditos que la chetada de clase media que entre sahumerios y susurros nos enseña a respirar y a vivir con arte mientras argumentan que el barbijo es la herramienta de la dominación cultural. La “duda jactancia de los intelectuales” versión covid.
La ciencia está obligada a buscar respuestas que expliquen este lío y hacerlo claramente. Los sótanos del poder también esconden secretos con la política sanitaria de los vacunatorios, Pfizer, chinos y rusos, pacientes abandonados y vacunas placebos, etc. Pero primero habrá que sobrevivir.
En el camino de la pandemia hay silencios incómodos. En la historia farmacéutica moderna no se recuerda un periodo de tanta automedicación como ésta. Tanto que hasta los veterinarios tuvieron que entregar su stock de Ivermectina (droga antiparasitaria para animales) a la horda desesperada que buscaba un bote salvavidas en 2020. Y de eso se aprovechan todos. El miedo y la ignorancia como motor para el negocio de este tiempo.
No debieran existir preguntas sin respuestas.
Pero exigirlas a los gritos, amontonados en una plaza, es una provocación a la emotividad del más débil de la cadena. Los muertos no mienten. Ni acá, ni en las fosas comunes de Manhattan en 2020. Los covidiotas se muestran como ciegos. “Metanlos en una guardia hospitalaria para que vean toda la mentira”, respondían en las redes a sus proclamas conspirativas. Pero pedir palazos o lapidaciones populares, es un límite peligroso.
Está claro que para el covidiota tampoco alcanzaran las filminas o los PDF de la política. A esta tribu le faltan sabios confiables que enseñen como hacer las cosas. Y lamentablemente en eso no están tan solos.