El peso es malo. Hay que cambiar el peso. El dólar es bueno. Hay que repartir dólares. La lógica del economista y candidato presidencial Javier Milei parece irrefutable en un primer sobrevuelo pero hay huecos en ese procedimiento que nadie, ni siquiera él, se animan a completar por lo complejo e incierto que resulta.

El domingo a la noche, en medio de los festejos por haber convertido a La Libertad Avanza en primera fuerza nacional, Milei soltó una frase que pasó algo desapercibida. Mientras repetía su diagnóstico –el déficil fiscal genera emisión y deuda, y eso deriva en inflación y devaluación–, aseguró: “Le quitamos trece ceros a la moneda y podríamos quitarle tres ceros más próximamente”.

Los trece ceros forman parte de la historia de la moneda nacional en un siglo, que este medio ya abordó incluso con un podcast especial, pero el actual diputado nacional de derecha ya anticipó (¿promovió?) otra pérdida del poder adquisitivo: un billete de mil pesos quedaría reducido a otro nuevo de un peso (algo similar ocurrió con la mutación del austral al peso en los 90').

Pero como Milei piensa (o hizo campaña hasta esta semana) en una dolarización, lo que instaló esa noche fue un posible parámetro de conversión.

A los dos días en una entrevista fue un poco más claro y dijo que su plan es hacer ese proceso con el precio del dólar informal o blue. “Hoy sería a 730”, dijo sobre esa cotización el martes a la noche. El miércoles ese umbral se movió un poco más hasta los 800, en parte producto del tembladeral que su ascenso implica. ¿Cuál sería el techo a esa devaluación de hecho? ¿Hasta dónde puede escalar ese supuesto precio de una conversión peso-dólar?

Paso a paso

 

En un intento por ponerle pasos concretos a ese proceso, el economista local Federico Fiscella explicó a Rosario3 que lo primero que tendría que hacer Milei es anunciar una fecha al canje de los pesos por dólares. No sería, en una primera etapa, sobre toda la base monetaria (que es la sumatoria de los billetes circulantes más los depósitos, letras, deudas). Comenzaría, más bien, por reemplazar solo el circulante y luego avanzaría con el resto del aparato financiero.

Un plazo que plantearon los equipos del libertario fue de 16 meses (a mitad de camino entre los nueve meses que demoró Ecuador y los dos años que le llevó a El Salvador). Cuando dos tercios de los argentinos hayan cambiado su dinero, la dolarización se dará de hecho y se formalizará.

Pero la clave no es tanto el tiempo que demoraría (“en definitiva es como cambiar figuritas”, graficó Fiscella) sino a qué tipo de cambio. “En otras palabras, cuántos dólares tendrás para hacerlo”, afirmó.

Una aproximación es dividir la cantidad de dólares disponibles o reservas sobre la moneda circulante: eso da cerca de 11 mil pesos por cada dólar. Pero si se agregan los depósitos y las deudas en pesos, la cuenta de conversión total se eleva a 50 mil. “A esa cifra sería imposible de hacer”, aclaró el economista local.

La traducción sobre un salario de 150 mil pesos es sencilla (y dramática). El martes, día que Milei habló de un blue a 730 pesos, el sueldo de esa persona equivaldría a 205 dólares. Ya con los 800 del miércoles, serían 187,5 dólares. Si se toma el cálculo sobre el circulante le quedarían unos 13 o 14 billetes verdes mensuales. (Mejor no seguirla sobre el coeficiente de toda la base monetaria).

¿Con una dolarización los trabajadores y las trabajadoras retirarían sus, por ejemplo, 20, 50 o 200 dólares del cajero? Sí ¿Y si quieren ir de viaje al exterior? Su salario valdrá un almuerzo. Las respuestas de Fiscella son directas pero hay algunas aclaraciones.

“Las cuentas son relativas. No es que cargás una planilla de excel y me da tanto. Vos podés calcular una conversión en 10 mil pero sin confianza no te alcanza y se puede ir a 11 mil, 12 mil. Por otro lado, podrían tomar créditos para tener más dólares, hacer un gran blanqueo o pedirle a la gente que use sus dólares guardados, pero eso no ocurriría en lo inmediato. Tampoco es 100% demonizable el proceso, tiene cosas positivas, como generar estabilidad y frenar la inflación en un primer momento”, dijo.

Lo llamativo, apuntó, es que si para dolarizar primero tenés que estabilizar la macroeconomía, ¿cuál sería el motivo para atarte de manos? “Es una medida tonta, técnicamente hablando”, calificó y señaló que en caso de sequías, guerras o pandemias, donde más se necesitan herramientas económicas, el país perdería amortiguadores y el impacto devendría más grande sobre la población.

En otras palabras, si faltaran pesos para comprar vacunas, el Estado tendría cómo generar atajos para transitar la crisis. La famosa emisión o maquinita de pesos. Con los dólares como única moneda, no. La libertad de no tener vacunas, o medicamentos, o energía.

Un cerrojo

 

Los agentes del mercado sacan las mismas cuentas que plantea Fiscella. Si el dólar puede cotizar cinco mil o diez mil pesos con un gobierno libertario (en diciembre de 2023), entonces el valor paralelo de 730, 800, 900 les resultará barato.

“La devaluación que necesitaría para dolarizar ya la anticipa el mercado. Por eso el propio Milei dijo esta semana: «Se está haciendo sola». Es un daño que genera y que a su vez eleva el precio del dólar”, analizó el economista local.

Un trabajo de Fundar de abril de este año (“Argentina bimonetaria: cómo salvar al peso sin morir en el intento”), menciona que los países que tienen al dólar como moneda son: Panamá, El Salvador, Ecuador, Montenegro, Palaus, Kosovo, Islas Marshall, Estados Federados de Micronesia y Timor Oriental.

Más que grandes potencias donde mirarse al espejo, son países pequeños o marginales o que dependen del turismo. En el caso de Panamá es un paraíso fiscal o las Islas Marshall fueron colonia de Estados Unidos hasta hace poco y se caracteriza por prestar su bandera a los barcos mercantiles del mundo (un paraíso fiscal marítimo). El más parecido a la Argentina es Ecuador.

“Quienes defienden este camino presumen que el solo anuncio de la dolarización (y las reformas necesarias para aplicarla) sería suficiente para restaurar la confianza de los mercados internacionales y generar «una lluvia de inversiones» que evite este déficit. Sin embargo, la experiencia de Ecuador, Panamá y El Salvador nos muestra que la situación es más compleja. En estos casos, la dolarización ha exacerbado -o al menos no ha contribuido a reducir- la volatilidad económica. No elimina la posibilidad de incurrir en situaciones de déficit fiscal y endeudamiento insostenibles, por lo que tampoco implica una mejora en las condiciones de financiamiento del sector público y privado”, señala la publicación.

Una vez cruzado el puente y renunciado a la soberanía de la moneda, el retorno no sería nada fácil. Lo comentan incluso los críticos del proceso en Ecuador. Algo similar, compara Fiscella, es lo que ocurrió con la salida de la convertibilidad de Menem-Cavallo (un peso, un dólar). La Alianza de Fernando De la Rúa no modificó ese esquema agotado y la economía se chocó con el estallido de diciembre de 2001.

Aquel grito de “que se vayan todos” hoy reaparece en boca de quienes creen cazar a la casta y ceden a la promesa de una nueva convertibilidad atada al dólar. Habrá que ver, si prospera, cuántos ceros se pierden en el medio.