¿Cuántas notificaciones recibimos en nuestro teléfono a lo largo del día? Puede ser un modesto “ding”, una ligera vibración en el bolsillo donde llevamos el celu o -si tenemos un smartwatch- una pulsación en la muñeca. Independientemente del estilo, este aviso imposible de ignorar quita inmediatamente la atención de lo que estamos haciendo en ese momento para dirigirla a nuestro dispositivo, dejando todo en un segundo plano mientras nos lanzamos de cabeza a la pantalla para ver qué es aquello tan importante que reclama nuestro interés.
Las notificaciones Push son ese pequeño mensaje emergente que recibimos en nuestro dispositivo proveniente de alguna aplicación que ni siquiera tenemos abierta. Fueron presentadas por Apple en junio de 2009 con la versión 3.0 de iOS y significaron una verdadera novedad para los desarrolladores de aplicaciones. Diseñadas para acaparar nuestra atención, pueden anunciar un nuevo “me gusta” en una publicación de Instagram, la llegada de un mensaje de WhatsApp, un recordatorio de nuestra agenda o el titular de alguna noticia periodística de nuestro interés. La cantidad y variedad dependerá nuestra configuración específica, pero en promedio un usuario recibe en su teléfono entre 65 y 80 notificaciones diarias.
Sin embargo, es fácil que estas cómodas alertas se transformen en un problema que comienza en el mundo virtual y permea hacia el mundo real, ya que - además de ser prácticamente imposibles de ignorar- alteran nuestra capacidad de atención y disminuyen nuestra productividad. Es que no solo perdemos el foco durante los escasos segundos que nos lleva chequear una nueva notificación, según un estudio de la Universidad de California en Irvine, se tarda hasta 23 minutos en recuperar la atención tras una distracción de este tipo. Si además se trata de un mensaje personal o correo que requiere nuestra respuesta o interacción, podemos sumar más minutos que quitamos a aquello que estábamos haciendo.
Estar permanentemente conectados a internet e interactuando socialmente a través de diferentes plataformas estimula el temor a creer que podemos estar perdiéndonos algo importante (FOMO, fear of missing out), con la consecuente repercusión negativa en nuestro bienestar y salud psicológica. Para la Dra. Paola Radice, médica psiquiatra, la llegada de este tipo de mensajes aumentan notablemente nuestro nivel de ansiedad.
“Creo que al problema lo vemos cotidianamente en la comunicación. Estamos tomando un café con alguien y la persona que está con vos está permanentemente viendo el teléfono porque está recibiendo notificaciones. Ahí aparece encriptadamente esta cuestión de una especie de alarma encubierta, donde creemos que puede ser algo importante o alguna cuestión familiar, pero la realidad es que atendemos sistemáticamente a todo lo que nos llama la atención que provenga del teléfono como si fuese algo realmente significativo, cuando la realidad es que -en términos generales- no estamos esperando noticias trascendentales cuando estamos en una conversación en un café, por ejemplo. Esto nos cambia totalmente la forma de vincularnos, porque nos aleja del contacto con el que tenemos enfrente, nos desenfoca la atención y nos pasa a generar una relación en un contexto virtual mucho más íntima que con la persona que tenemos enfrente”, concluye la especialista en salud mental.
El síndrome de la notificación fantasma
La acción de chequear nuestro teléfono la tenemos tan integrada que incluso la hacemos sin recibir notificaciones que lo justifiquen, sino como un acto reflejo. En promedio, consultamos nuestro teléfono unas 60 veces al día, hayamos escuchado un sonido o no. Nuestra dependencia psicológica es tal que incluso llegamos a sentir vibraciones en nuestro bolsillo o escuchar alertas sonoras que nunca se produjeron pensando que es un mensaje entrante. Este fenómeno, conocido como “la notificación fantasma” es una alucinación producida por nuestro cerebro anticipándose a las alertas y es una situación bastante común.
“Esto le pasa a cualquier persona, estas notificaciones en forma de vibración o sonido que a veces la gente escucha sin que se haya producido tienen que ver con el aumento del nivel de ansiedad y le pasa a todo el mundo. Puede convertirse en una cuestión más patológica cuando la persona ya tiene de base alguna cuestión ansiogénica, entonces esto termina por aumentarle los niveles de ansiedad de forma exponencial”, precisa la Dra. Rádice.
La constante atención a las notificaciones puede transformarse en un problema si estas comienzan a interferir con nuestra vida social y nuestras obligaciones, una situación que puede tornarse aún más compleja con niños y jóvenes. “Tenemos toda una generación que crece con esta nueva forma de recibir información, y hay chicos que si no tienen la atención de los padres que le puedan explicar la importancia de la regulación de estas alertas, pueden llegar a tener muchos problemas atencionales. Inclusive se ha ido reduciendo la capacidad de prestar atención en comparación a lo que era hace cuarenta años atrás, por ejemplo. Claramente los chicos podrían hasta desarrollar un problema de aprendizaje en función de esta interferencia”, agrega la profesional.
La clave es priorizar
Las notificaciones no solo están diseñadas para informarnos, sino para mantenernos vinculados a las aplicaciones con el único propósito de seguir utilizándolas. Los desarrolladores saben esto, y por eso cada nueva app que instalamos las tiene habilitadas por defecto, al punto que el único fin de algunas de estas notificaciones es recordarte que hace mucho que no abres la aplicación. Si no nos tomamos el trabajo de seleccionar las que verdaderamente nos interesa recibir, nuestro día transcurrirá entre un sinfín de sonidos, vibraciones, banners, alertas y globos rojos que pueden volverse intolerables. ¿Acaso nos gusta ser interrumpidos porque un desconocido comentó la foto de un contacto en Facebook?
Aunque parezca la solución más obvia y simple, desactivar por completo todas las notificaciones es poco práctico, ya que corremos el riesgo de perder una alerta importante cuando realmente la necesitemos. Para la Dra. Rádice, una posible solución al bombardeo constante de notificaciones pasa por restringir que lo que recibamos de manera involuntaria sea solo lo que merezca nuestra atención. “Las notificaciones cambian la dinámica de lo que son las urgencias, las emergencias y las prioridades. Yo estoy charlando con vos y dejás de ser la prioridad para que lo que aparece en el teléfono sea prioritario. Creo que hay que poder utilizarlo de una manera adecuada, que sea un medio para comunicarnos y no para interferirnos”, concluye Rádice.
Hacer un uso saludable de la tecnología, que nos permita disfrutarla y no padecerla implica tomarnos el tiempo suficiente para considerar qué notificaciones merecen nuestra atención y cuándo, para posteriormente configurarlas en ese sentido. Aquellas poco importantes -y paradójicamente más demandantes- como las de las redes sociales, bien pueden pasar a un segundo plano y esperarnos a que tengamos tiempo y ganas de chequearlas, al igual que los grupos de WhatsApp y contactos menos relevantes para nuestra vida diaria. Con un poco de sensatez y paciencia podemos cambiar nuestra relación con el teléfono, sufriendo menos distracciones, conservando la productividad y disminuyendo los niveles de ansiedad.