Esta semana fue detenido Emanuel Celis, el hombre de 35 años que perdió la visión el 3 de mayo de 2022 tras recibir disparos de un policía en un confuso episodio y que el año pasado junto a su familia solicitó ayuda a los medios para poder sobrevivir. En su domicilio, la División de Microtráfico de la Policía de Investigaciones secuestró 72 envoltorios de cocaína, una réplica de una pistola y elementos que se usaban para fraccionar la sustancia.
Según informaron los investigadores, el detenido vendía cocaína en un hogar que compartía con Mariana, su mujer y sus dos hijas. La vida y sus carambolas: el hombre ciego ni siquiera podía caminar sin ayuda de alguien que lo guíe. Vivian de las limosnas, los subsidios, las colectas de los medios, la caridad y la pena. Habían intentado juntar dinero con las tortas asadas en los meses fríos y con una improvisada verdulería en verano que habían montado al aire libre en la puerta de su casa.
Pero según muestra la historia, una vez más, para los más jugados en la vida, acorralados les resulta más rentable vender droga en las mismas calles donde ofrecían tortas asadas o las frutas de estación.
Conocimos a la familia Celis en agosto del 2024. Un llamado a la radio pidiendo auxilio. Emanuel con el rostro deformado, sin un globo ocular izquierdo y sin visión en el derecho, necesitaba una prótesis para evitar que su rostro se desfigure aún más. En pocos minutos en Radiopolis (Radio2) se juntó el dinero que necesitaban. La voz de Mariana Peralta (la esposa del hombre ciego) contando la historia y sus alcances, la falta de dinero, sus hijas, el efecto físico de un hombre que ciego no podía valerse por sus propios medios.
No era la primera vez que pedían ayuda conmoviendo con el relato en los medios. En la agenda telefónica de Mariana, según pudieron constatar los investigadores, había conversaciones con varios periodistas y productores de medios de la ciudad. El punto de contacto era el mismo: difundir una ayuda para juntar el dinero que les permita no morirse de hambre.
Atrás había quedado la necesidad de la prótesis o los adminículos (bastón blanco, entrenamiento físico y psíquico) que necesitaba el ciego para andar por el barrio sin su lazarillo personal.
El anzuelo de un relato conmovedor envuelto en la desesperada historia donde por su propia naturaleza podía terminar inconclusa y estafatoria. El dinero que juntaban de las colectas de los medios solo eran útiles para sobrevivir.
Exponer en los medios los relatos de los desesperados genera una potente empatía. Los que leen, escuchan o ven las historias de los que no pueden solos, se alinean rápidamente detrás de ese auxilio. La respuesta siempre es veloz. Al final aparece el dilema de la fábula de Esopo. Las mentiras del pastorcito cuando clama por ayuda a su pueblo porque falsamente el lobo se come a sus ovejas. Y sobre eso se monta otro conflicto: ¿cómo creerle a los que desesperados cuando mienten? ¿Cuándo llega la mentira? ¿Antes o después? ¿se va construyendo cuando hay que poner un poco de comida en la mesa para sus tres hijas?
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El narcotráfico ofrece una salida económica a familias atadas con alambre. ¿Cómo pudo un hombre ciego que no puede andar solo sin usar a su familia de bastón conseguir la sustancia que vendía en el barrio?
El hombre fue detenido por tener en su casa las bochitas de coca listas para ser vendidas (28 gramos en total) mientras como sucede siempre sus proveedores seguirían invisibles en el radar judicial.
El 7 de enero pasado después de una larga oferta de frutas y verduras que enviaba Mariana Peralta (su esposa) al chat del wassap llegaron tres mensajes de audio a la casilla del teléfono laboral. Estaba de vacaciones y no los escuché y con el correr de los días y la llegada de más y más mensajes de otros remitentes, esos audios quedaron en el olvido de la catarata habitual de textos.
Cuando detuvieron a Emanuel esta semana busqué el historial de la charla de varias semanas con la esposa. Y me reencontré con esos audios. No era la voz de Mariana sino del hombre ciego desesperado pidiendo ayuda una vez más.
Audio1: “Buenas tardes, yo le bendigo y le doy salud y trabajo. ¿Me puede ayudar, por favor? A ver si puedo tener una entrevista por todo lo que me están haciendo. Yo tenía visión del ojo derecho y la perdí por culpa de los médicos. Esa es la realidad, la triste realidad, la pérdida de mi ojo fue por los médicos, porque no me daban atención. Ahora me dijeron que me iba a llamar cirujano de plástico, me llamó, tuve una cita, me dijo, te vamos a volver a llamar, no me llamaron más, ya hizo más de dos meses. La asistente social no me ayudó más. La trabajadora social no me llamó más, se lavó las manos. Bueno, por favor necesito ayuda.
Audio 2: Por favor, acá la triste realidad que los médicos, los políticos, a ellos no les interesa, no les importa porque ellos no sufren, pero yo tengo tres hijas atrás de esta puerta que me ven el rostro mío que está destruido. Me encantaría que usted me vea personalmente, me conozca, mande a alguien conocido para que vea mi realidad y cómo vivimos y que vea a mis tres hijas, que no es mentira. Por favor, tenga usted un poco de corazón y sentimiento y ayúdeme por favor padre, Dios la bendiga.
Audio 3: Yo a esta hora, en este momento, no tengo ni para hacer una leche a mis hijas, ni para comprarles un yogur. La verdad que estamos arruinados. Yo entiendo que uno no tiene que vivir de la limosna, pero ¿cómo no voy a pedir si yo no puedo trabajar más? A mí me arruinaron la vida. Esa es la triste realidad. Y afrontar todo esto se nos complica mucho. Mi mujer hace de todo y ya no sabemos qué hacer. No sabemos qué hacer, padre. Por favor.
Los vecinos hablan. El narcomenudeo es tentador para los que nada tienen. Tal vez la vida de Emanuel se enredó con el submundo narco antes de quedar ciego y por sus estridencias perdió la visión entrando sin metáforas aun más a lo profundo de ese mundo oscuro.
Escribo estas líneas también con culpa. Tal vez si en enero hubiéramos difundido el pedido de auxilio del hombre ciego habríamos al menos demorado el regreso al narcomenudeo barrial de la familia. Emanuel y Mariana tienen tres hijas pequeñas con ojos y oídos dispuestos a ser testigos de ese mundo que hoy ofrece un sistema que eficaz parece castigar solo a ese débil y último eslabón.
Se aparece en la memoria otra frase del barrio narco. Gastón Figueredo, un narco detenido en Coronda, hablaba con su hermana Sabri con un teléfono interceptado por la justicia. En el momento del dialogo Sabrina se encontraba cortando la calle frente a la Municipalidad de Rosario junto a personas que reclamaban por alimentos en la antesala de las fiestas de fin de año. “¿En qué andás, Sabri? ¿Qué es eso, un corte de piquete? ¿Qué te hiciste, piquetera? ¿Eso es para luquear (sic)? Ponete a vender droga, hermana. Dejá de hinchar los huevos”, agregó Figueredo con su voz áspera.
Acorralados por la miseria, los miserables se embarran hasta el cuello y no encuentran salida. Ciegos, sordos, mudos, asfixiados por un negocio rentable que sustituye la dignidad. Por aire, por tierra o por ríos, la droga ingresa libre a un país que solo castiga una mínima porción del negocio. Las instituciones velan por las calles silenciosas, sin balas entrando a cuerpos de personas ya muertas. Hay un sótano de mentiras que no quiere, ni querrá, cambiar nada.