A lo largo de su carrera política, Benjamín Netanyahu ha logrado forjar la imagen de hombre fuerte y hábil estratega. Uno de sus apodos más resonantes ha sido “Mr. Security”. Aunque todo se derrumbó cuando Hamás logró la inimaginable hazaña de inflitrarse por mar, tierra y aire en su territorio. Inmediatamente después de los atentados del 7 de octubre de 2023, los más mortíferos en la historia de Israel, su imagen personal quedó devastada. Los milicianos capturaron a 251 rehenes y causaron la muerte de unas 1.200 personas.
Un año después -y con grandes “éxitos” militares en las últimas semanas- el mandatario se encuentra firme en el cargo. Según una investigación del Canal 12 israelí, Netanyahu es el candidato favorito a primer ministro con 38 por ciento de respaldo frente a su rival, el líder de la oposición centrista, Yair Lapid, que cuenta con 27 por ciento de apoyo. Estos números se ven reflejados en la calle. Las constantes protestas masivas que exigian la renuncia del primer ministro, pedian nuevas elecciones y el retorno de los rehenes, han disminuido notablemente.
Esto se debe a que el ejército con mejores recursos de la región, y uno de los más destacados servicios de inteligencia del mundo, al fin han comenzado a mostrar sus destrezas. El gran batacazo ocurrió con las explosiones masivas de beepers y walkie-talkies en Líbano y Siria, el 17 y 18 de septiembre, donde murieron al menos tres decenas de personas y dejaron más de tres mil heridos. Fue un acierto debido a la logistica y el efecto sorpresa. Luego, a inicios de octubre el ejército de Israel dio inicio a incursiones terrestres en el sur de Líbano “contra objetivos e infraestructura terroristas” del grupo Hezbolá.
En los últimos meses, las acciones llevadas a cabo por el gobierno de Netanyahu han logrado eliminar a la cúpula de ambas milicias. En el camino de los decesos se encuentran el asesinato del máximo líder político de Hamás, Ismail Haniya, el 31 de julio en Teherán durante la toma de posesión del nuevo presidente iraní Masoud Pezeshkian. También las autoridades aseguran en julio haber matado al número dos Mohamed Deif, aunque la milicia lo niega.
A ellos se suma, el 28 de septiembre, el asesinato en Líbano de Hasan Nasralá. Durante 32 años fue el máximo dirigente de Hezbolá y quien consiguió elevar al grupo a la arena política. Poco después, en un ataque aéreo cayó quien casi con toda seguridad iba a convertirse en su sucesor, Hashem Safieddine. Y esta semana, ocurrió otro gran zarpazo: el asesinato de Yahia Sinwar, líder de Hamás en Franja de Gaza y considerado el cerebro de los ataques del 7-O. Las primeras expresiones del Primer Ministro israelí fueron que “aunque no es el fin de la guerra en Gaza sí es el principio del final”.
Actualmente, los focos de Israel están puestos en el norte de la Franja de Gaza con una ofensiva muy dura en el campo de refugiados de Yabalia. Y en Beirut y el sur de Líbano, donde bombardea y exige evacuaciones de población constantemente y cada vez más lejos de la frontera. Las cifras que ha dejado la incursión en Líbano consta de más de 2.300 muertos. En tanto, en Franja de Gaza son 42.500 muertos, 99.546 heridos, 10.000 desaparecidos y 1.900.000 desplazados. No hay que olvidar que aún le queda pendiente una represalia a Irán por su último ataque con doscientos misiles a inicios de octubre.
Pese a las pérdidas sufridas, ambas milicias -Hamás y Hezbolá- insisten en que estas muertes no representan un peligro para su supervivencia ni para la continuidad de sus actividades. Se comprobará a futuro. Lo cierto es que hoy el margen de maniobra de Hamás se ha limitado a focos de resistencia armada.
Por lo que la batalla más importante que libra Israel es contra Hezbolá en Líbano. Si se llega a acordar un alto el fuego en Gaza, le permitiría al gobierno de Netanyahu derivar sus tropas al frente libanés. Todo indica que las acciones allí van en camino a convertirse en una guerra de desgaste. Se teme una segunda Gaza.
Con el viento soplando a su favor, Israel tiene capacidad militar para librar una guerra contra sus enemigos regionales. Aunque ésta es la primera vez que tantas voces, tan diversas y globales, han cuestionado como nunca su proceder. También es la primera vez que, tanto Naciones Unidas como los tribunales internacionales, son tan categóricos en sus dictámenes. Al punto que el gobierno de Netanyahu ha declarado a inicios de octubre “persona non grata” a António Guterres y le prohibió su entrada al país. El canciller hebreo lo condenó por “su política antiisraelí desde el comienzo de la guerra”.
Es muy probable que cuando llegue el momento de comenzar a discutir la paz, se refloten los cuestionamientos y las tensiones domésticas que la guerra ha logrado apaciguar. Un “alto el fuego” en la Franja de Gaza, significará encontrarse con más de 40 millones de toneladas de escombros. El nivel de destrucción y miseria que se ha generado es irreparable a corto plazo. En el territorio hay bombas sin explotar, miles de materiales tóxicos y cadáveres bajo los escombros. La tarea de reconstrucción tendrá un costo millonario e inevitablemente tomará varios años.
Este desmoronamiento de Gaza, que antes de los atentados era llamada “la cárcel a cielo abierto más grande del mundo”, deja muy pocas posibilidades reales de negociación a los palestinos. Empezando porque no se sabe quién será su portavoz. Pero además, porque el gobierno de Netanyahu se encargó en esta incursión, de ejercer el control del territorio a través de dos corredores. El de Netzarim que divide la Franja en dos: una zona al norte y otra al sur. Muchos creen que podría transformarse en un área de asentamientos como ya pasó luego de 1967. Y por otro lado, el llamado corredor de Filadelfia en la frontera con Egipto. Su manejo le permite regular la entrada y salida de mercancías y personas.
Una paz basada en la destrucción y el control territorial difícilmente logre la estabilidad. Los últimos éxitos militares del gobierno israelí podrían ser solo una victoria temporal en un conflicto mucho más profundo. Las demandas de Justicia, reconstrucción y convivencia en un escenario de devastación serán ineludibles.
¿Estará dispuesto Netanyahu a escucharlas? Cualquier acuerdo tendrá que enfrentar las cicatrices profundas que deja la guerra. La verdadera prueba para el Estado de Israel, será trabajar para que estos aparentes triunfos no sean más que la antesala de un nuevo ciclo de violencia y resistencia.