El Club Alemán de Mendoza quedó en el centro de atención en los últimos días tras darse a conocer un escándalo después de que una deportista denunciara haber sufrido abusos durante una “bienvenida”, una especie de ritual de iniciación al que la sometieron cuando ella tenía 16 años y formaba parte del equipo de hockey sobre césped de la categoría primera A.
“Días antes de la bienvenida, una de las líderes me pregunta si era virgen”, sostiene la chica que hoy tiene 18 años y que, tras denunciar el caso que ocurrió en el 2023 y no tener una respuesta judicial, decidió contar sus vivencias sobre este tipo de “ritos” que son tradicionales en el mundillo del hockey para que esto no se repita y no tengan que vivirlo las nenas de 10 años que yo entrenaba", afirma.
La joven –cuyo nombre no se publica por ser un delito de instancia privada- expresó en diálogo con el diario Los Andes que “ese mismo día, cuando me estaba duchando, me quitaron la toalla y una decía dale, dale, que la M. te quiere ver la c...”.
Luego, durante la bienvenida, el tema sexual también estuvo presente: “Me decían preguntas en relación con mi entrenador y otros comentarios de tipo sexual”.
Según la denuncia realizada en mayo de 2023 seis menores habrían sido sometidas por las jugadoras de primera –mujeres adultas, algunas de 30 años- a situaciones violentas tales como desnudarse de la cintura para arriba para colocarse un “top creativo” y caminar como perros, al tiempo que escuchaban consignas de índole sexual.
Además, tras vendarles los ojos con toallitas femeninas, les habrían metido salchichas en la boca y, a la denunciante, una morcilla en la zona genital, entre la bombacha y la calza, únicas vestimentas con la que la víctima contaba.
“En el momento no entendía qué había pasado. Me sentía mal, estaba angustiada, no podía ponerle palabras. Sabía que estaba mal y que cuando le contara a mis padres se iba a armar un tema. A medida que pasaban los días me di cuenta de la dimensión de lo que había pasado, por cómo reaccionó el club, las chicas, ahí dimensioné el asunto. Pero en el fondo siempre supe que estaba mal lo que hicieron”, afirma.
“Yo iba a que me tiñeran el pelo. Era lo único que pensé que me iban a hacer. En el momento, por las ganas de pertenecer, dije «tengo que pasarlo». Nunca supe que me filmaron hasta que me sacaron la venda. Yo no di consentimiento para nada. Me sentí tan humillada, yo se los dije. Una hora y medio riéndose de mí, mientras decían hasta cosas de mi mamá”.
“A ellas las ganas de pertenecer a un grupo las superaron. Al principio dijeron «la pasamos mal», se les fue las manos, está mal. Si vos hablás, saltamos todas, lo tengo en el chat. Pero al final nadie saltó. Una dijo «no nos van a creer». Creo que no hablaron por querer seguir jugando en primera, por seguir perteneciendo, seguir saliendo a W... (boliche en Luján) con ellas. ¿A qué jugadora no le gusta jugar a primera?”, se pregunta.
En cuanto a la decisión de los padres de las adolescentes implicadas de no sumarse a la denuncia, la víctima considera “las ganas de pertenecer a un grupo que tiene dinámicas de una secta, es más fuerte, por sus relaciones interpersonales, el asado de fin de semana entre ellos, esas cosas. Algunos llegaron a decir que yo soy muy sensible o que me lo tomé así porque dicen que soy virgen”.
Dos años después del terrible hecho, la joven narró: “Estas chicas siguen jugando, se siguen juntando entre ellas, no tuvieron ningún tipo de consecuencia. En cambio, yo me cambié de club, perdí todo mi círculo social, en ese club pasé nueve años. Después dejé hockey, me quedé sin amigos ni deporte porque me dejó de apasionar”.
“La he pasado muy mal, me quedé sola. Fui a declarar 50 veces, mis papás dejaron de trabajar para acompañarme, tenía que dejar el colegio, cada vez tenía que revivirlo, con detalles específicos”, cuenta.
Después de pasar por declaraciones en Cámara Gesell y pericias, la joven sostiene que desde que fue a la última entrevista psicológica, su objetivo "es que no se repita y que haya consecuencias, todo ha recaído en mí que soy la víctima”.