"¿Qué es la "marijuana", mami?"
Mi hijo de 8 años dispara la pregunta camino a un centro comercial. Ahí vamos a usar el baño público primero, compraremos algunas verduras y después tenemos que hacer tiempo en la placita de la escuela hasta que salga su hermana del jardín. Durante el recorrido y con mayor énfasis desde el otro lado de la puerta, mientras hace pis, multiplica sus inquietudes y elabora teorías propias sobre el uso de drogas. Muchas de ellas nutridas por relatos de sus compañeros y compañeras, cargados de dramatismo y moralejas. Lo que está mal y lo que está bien es una división bastante determinante en los más chicos, a veces infranqueable.
También me habla de Diego Maradona. Desde su muerte, la palabra cocaína ronda en las conversaciones con sus amiguitos. Logro pescar algún que otro sentido: es una adicción que mata, si tomás te morís o vas preso, entre otras consecuencias terribles ya más hijas de la imaginación 24 horas despierta que manejan. "La cocaína, mamá, es dulce al principio por eso querés tomar y tomar pero después se vuelve amarga pero muy amarga", me explica.
Ya sentados en los banquitos cercanos a las hamacas, me pide que guarde el teléfono. Hace unas semanas atrás, según los comentarios de papás y mamás de la comunidad educativa, dos motociclistas irrumpieron en el verde durante la tranquila estancia de los chiquitos en los juegos y se llevaron las pertenencias de los mayores. "No me siento seguro acá", dice con una seriedad infrecuente. Estamos en el corazón del macrocentro rosarino.
La otra pregunta no tarda en llegar, dos días después. Esta vez más temprano, me agarra recién levantada, mientras lo acompaño a clases. "¿Quién es el viejo Cantero?", lanza y enseguida compruebo que tiene data: menciona a Los Monos y la palabra droga. Y se pone filosófico, cuestionando por qué la gente roba y por qué hace daño a los demás. La charla concluye, una vez más en la puerta de la escuela, a donde entra sin ni siquiera saludarme. "¡Chau mi amor!", le grito y sigue de largo, absorto en sus hipótesis sobre el bien y el mal.
¿Qué pensaba yo a los 8 años? ¿Sabía de bandas delictivas y estupefacientes?
La vida de los niños y niñas en esta última década ha sido atravesada por la violencia desatada de la mano del crecimiento y consolidación del narcotráfico, el narcomenudeo y demás negocios ilegales que conviven con la venta de drogas: balaceras, usurpaciones, amenazas y lo más extremo, homicidios que se cuentan de a cientos. Rosario se ha transformado en otra ciudad, mal le pese a las autoridades gubernamentales y más allá de las exageraciones sensacionalistas que puedan reproducir medios de comunicación masiva e intereses económicos y políticos cruzados en redes sociales. Hay una construcción social del fenómeno que se nutre en las calles, un temor real que induce un alerta constante hasta en los más chicos, vivan en territorios más o menos calientes.
En esas zonas a donde el Estado no ha podido o no ha querido llegar, la niñez juega en veredas explosivas. Se multiplican huérfanos de padres asesinados, muchos niños experimentan la pérdida irreparable de seres queridos, conocen de cerca las marcas de los tiros en sus casas, viven en carne propia lo que para mí hijo y sus pares, todavía es temor de lo que pueda suceder.
No hay crónicas de las huellas que deja el desamparo en el crecimiento de las criaturas de hoy, de las consecuencias de asomarse a un mundo hostil e indescifrable incluso para los adultos que seguimos ensayando respuestas que no alcanzan.
Más información