Una malón de moscas avanza sobre un pueblo, un "infierno chico" de vivos y muertos. La mancha negra alentada por una huelga de sepultureros sirve de introducción a una historia de amor visceral entre dos: una, a pesar del desamor; el otro, de la fe.
El amor es un monstruo de Dios (Tusquets) es la segunda novela de la escritora, periodista y editora Luciana de Luca. En ella, la “desproporcionada” hija de una matriarca (la Señora) asume el hilo de una narración con tintes sobrenaturales en la que insectos y humanos conviven.
“Es un poco fantasmagórico todo”, asiente Luciana De Luca, nacida en Buenos Aires y crecida en el barrio Barranquitas, de la ciudad de Santa Fe. “No es que tengo una idea y me pongo a trabajar en ella, sino que encuentro un hilo y empiezo a tirar. La historia se va armando en función de cierta cuestión orgánica”, abunda en el diálogo telefónico con Rosario3.
Muchas veces, pienso que no tengo un dominio completo sobre el texto, como si tuviera una voz que está siempre hablando y nunca se detiene
Organizada en 17 capítulos, El amor es un monstruo de Dios fluye por etapas, en episodios que la entrevistada define como “estados encadenados”.
“Para mí, escribir es como tocar el piano. Muchas veces, pienso que no tengo un dominio completo sobre el texto, siento una voz que está siempre hablando y nunca se detiene. Y hay un ritmo en ello, como si pudiéramos componer una pieza”, apunta la otrora cronista de rock, dato que explica la cita en la primera página de la banda británica The Buzzcocks, entre referencias a las escritoras Anne Carson y Alejandra Pizarnik.
—Esa hija “abandonada en su propia casa” (al igual que su hermano) y criada en el desamor de una madre, vive una historia de amor visceral, pasa de un extremo a otro
–Todos los personajes de la novela son un poco extremos. Me gusta jugar con las posibilidades de la ficción, a esa oportunidad que también ofrecen el cine y otras disciplinas en las que se puede jugar con los materiales de la realidad, ser un poco más desquiciados de lo que seríamos en el mundo real, y que eso pueda funcionar dentro de un verosímil. Me interesaba pensar en cierta cosa desmesurada de la madre para el desamor y el abandono, y que esto se pudiera replicar en lo inverso: cómo alguien así puede engendrar a una persona capaz de enloquecer de amor. El amor y el odio son parte de la misma moneda que está girando y puede caer de una u otra manera. Son pulsiones complementarias.
El amor y el odio son parte de la misma moneda que está girando y puede caer de una u otra manera
–La figura de Dios está ligada, desde la fe, a la piedad y el amor, pero también es capaz de algo monstruoso, como se lee en el título de la novela
–Desde el punto de vista religioso, todo lo que existe sería una creación de Dios, incluso un amor monstruoso. La novela plantea qué pasa con el amor cuando no es lo que debería ser, qué pasa con el amor maternal que no es todo lo maternal que se espera, y qué pasa con una familia cuando no lo es. Me refiero a esa cosa que debería contenernos y decirnos por dónde ir. Bueno, todo eso también es una creación de este Dios en el que los personajes creen. El amor y sus opuestos, como la crueldad, vienen del mismo lugar.
—En el capítulo “Piedras”, avanzás sobre la violencia colectiva y cómo esta niega lo humano. ¿Hay una intención que excede lo literario en ese episodio?
—Vivimos digo en una sociedad que encuentra nuevas y diferentes manifestaciones de la violencia. En el caso de las redes sociales, hay un apedreamiento simbólico que es cosa de todos los días. No sé si es voluntario, pero (cuando escribo) intento decir algo para que otras personas pueda pensar. No es que pienso: “Voy a cambiarle la cabeza a alguien”. Es otro canal para comunicar, como lo puede ser un discurso. Necesitaba reflexionar sobre el tejido social de ese pueblo minúsculo y envenenado, que es también algo que me asusta del mundo, esta cosa del señalamiento, la venganza, la cancelación.