Una mujer llora por su madre en la sala de los Tribunales Federales de Rosario. Su mamá es una de las fundadoras de las Madres de la Plaza 25 de Mayo que luchó 35 años por su familia diezmada; por la memoria, verdad y justicia. La mujer, que además acaba de relatar cómo fue la desaparición de uno de sus hermanos y la larga noche del violento operativo policial de 1976 que derivó en el asesinato de su padre, su otro hermano y su cuñada, ahora se culpa a ella por no haber hecho más. Por no haber podido acompañar a su madre, a esa mujer que buscaba a un hijo -su hermano- y hacía frente a todos los peligros, desafiando a los represores y dictadores. Y ese llanto de hija, que es lamento pero también reclamo, contiene la densidad de los crímenes de lesa humanidad que se juzgan en la causa Feced 3 y 4, con más de 300 testigos, 13 imputados y 200 víctimas.
María Manuela Labrador, Manoli, hija de Esperanza, una de las primeras en organizar Madres en la ciudad y de contactar con sus pares de Buenos Aires, viajó desde España para declarar en el proceso que se inició hace un año y comenzó a hablar cerca de las 13.30 de este miércoles ante el Tribunal Oral Federal 2 que preside la jueza Lilia Carnero.
Manoli Labrador contó que en septiembre de 1976 desapareció su hermano Miguel Ángel Labrador, de 25 años. Detalló que dos meses más tarde, en noviembre, su casa fue allanada. Vivía con su marido Oscar Rivero y sus hijas de 14 y 2 años. Los golpearon, torturaron a su esposo, los encerraron en una pieza.
“Me pegaron con una ametralladora. Me quedó la panza negra por los golpes pero no recuerdo que me haya dolido”, señaló, como si 43 años después aún mantuviera la sorpresa por aquello.
“Alcanzamos a ver a (el ex policía del Servicio de Informaciones, José Rubén “El Ciego”) Lo Fiego porque era inconfundible, por sus lentes con aumento”, agregó sobre uno de los imputados en la causa.
Manoli recordó el temor que tenía por su hija de 2 años que estaba en otra habitación durmiendo mientras la patota de Agustín Feced, ex jefe policial, avanzaba a los golpes y amenazas. Lanzó un suspiro en medio de la audiencia. “Ayyyy”, dijo y esa “y” la aspiró.
Silencio.
A su lado, una mujer (otra más), que había permanecido inmóvil hasta ese momento, la miró. La psicóloga Graciela Roselli, del equipo de salud mental dentro del Programa de Acompañamiento y Protección de Testigos y Querellantes en causas por delitos de lesa humanidad, le alcanzó un vaso de agua. Manoli, pelo corto ondulado y castaño claro, ojos celestes debajo de unos lentes con marco oscuro y blusa negra y blanca, tomó agua y siguió.
Esa misma madrugada del 10 de noviembre de 1976, en un segundo operativo de las fuerzas de seguridad realizado en otra vivienda, fueron asesinados Víctor Labrador, el papá de Manoli, su otro hermano Palmiro, de 28 años, y la compañera de este, Graciela Koatz, de 25.
Además, en nombre del orden, dios y la patria, los grupos de tareas les hicieron firmar cheques y talones bancarios; les saquearon la fábrica de zapatos con un camión; les robaron sus bienes y sus autos.
“No hay palabras que puedan explicar tanta tortura, tanta maldad. Fue terrible”, dijo Manoli y volvió a llorar. Pero no dejó de hablar. Conmovió al describir cuando reconocieron los tres cadáveres: “No los mataron de un tiro, estaban todos destrozados. Tenían hilitos de sangre, como si de los poros chorrearan sangre, como lastimados con agujas”.
El cónsul de España Vicente Montesinos les recomendó que dejaran el país para salvar sus vidas. “Les van a sacar lo que les queda de plata y los van a matar”, les dijo. Se fueron con lo que tenían a mano. Ella partió con su marido y sus dos hijas (Maricel y Laura). Su madre, Esperanza, no se aguantó en Europa y en febrero de 1977 volvió sola a Rosario para buscar a su hijo secuestrado: Miguel Angel.
Las autoridades de la dictadura cívico militar engañaron a Esperanza y le dijeron que su hijo estaba preso en una cárcel. Manoli le pedía desde España que regresara, que su vida estaba en peligro. Otra vez la angustia se le atravesó a la testigo y víctima.
Esa angustia de hija que siente que no hizo todo lo que debía para acompañar a su madre. “Tomá agua si querés Manoli”, le dice ahora la abogada por la querella Nadia Schujman, que representa su caso en el juicio. Y Manoli habla más de esa madre gigante: “Imaginemos a ella, destrozada por las muertes, por la casa y los bienes saqueados, que cuenta pero no cuenta. Ella me decía «estoy tocando a mi hijo con la mano», porque le decían que estaba en la cárcel pero no lo dejaban ver. Yo entonces la machaco un poco y la hago venir de vuelta a España”.
La jueza Carnero que preside el Tribunal la escucha con los ojos abiertos sin pestañear. Se sostiene la pera con su mano derecha -el pulgar y el índice abiertos-, el pelo negro lacio y prolijo, el saco blanco.
Meses más tarde, Esperanza Labrador volvió a Rosario por segunda vez en ese año 1977. Exigió explicaciones y reuniones hasta que estuvo cara a cara con el entonces titular del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, Leopoldo Galtieri. Ahí el después dictador le mostró una ficha en donde Palmiro, su otro hijo, estaba marcado con una cruz roja pero no Miguel Angel.
Manoli intenta seguir con la cronología pero la invaden los 40 años de dolor y de injusticia, de represores sueltos. “Qué tristeza, qué horrible lo que nos hicieron. Justicia, justicia y cárcel común y efectiva. Que no salgan, que no salgan más”, dice y despierta los aplausos del público que presencia la audiencia.
Fue la primera gota de una cascada. “Y qué lenta es la Justicia. Ellos han criado a sus hijos y nosotros no sabemos dónde está mi hermano, porque estos malditos torturadores todavía no hablan”, interpela Manoli.
“Nos destrozaron la vida pero no nos han vencido. Tenemos la fuerza y el coraje de venir a declarar”, sigue. Nadia Schujman quiere volver a preguntar pero no sabe cómo por las lágrimas de ella y de otros. La catarata no cesa y ya es catarsis, personal, familiar, pero también de toda una sociedad.
“Pobre, pobre, quedó solita, solita. Ese es el remordimiento que tengo yo, porque no pude, por mi hija de dos años, qué desgracia”, vuelve Manoli a hablar de Esperanza Labrador que murió en España el 14 de noviembre de 2011, de su familia, de los 30 mil desaparecidos, de la humanidad al fin: “Justicia para que nunca más vuelva a ocurrir”.
Aplausos. Abrazos. Fotos. “Esperanza Labrador, presente, ahora y siempre”, gritan los amigos y compañeros. Más abrazos. Reencuentros. "¿Qué tal tanto tiempo?”, “¿cuándo te volvés Manoli?”, “el lunes, no el martes”, “Cacho ponete con Manoli que le mando la foto a la prima”, “no, ponela así para que salgan los 30 mil”.
“Vamos a tomar y comer algo”, propone Manoli al rato. Y ahí se van a compartir el pan y la memoria.