Rosario tiene su Semana de los Boliches Históricos, que reúne a ocho de sus clásicos, algunos con cien años cumplidos. Se trata de comercios que atravesaron cambios de dueños, crisis económicas y la aparición de nuevas costumbres en los barrios, pero que, sin embargo, mantienen vivas sus tradiciones, algunos incluso como tercera generación.
Los bodegones son Comedor Balcarce (conocido también como El Vómito), Gorostarzu, El Resorte, El Cairo, La Marina, Il Piccolo Navío, Bar Blanco y Bar Lido. Durante esta semana especial, uscan “revalorizar estos espacios que transmiten calidez y pertenencia, y que forman parte del patrimonio rosarino” con menúes especiales, de acuerdo a lo que aseguraron los organizadores.
El bar Blanco (Alem 1701) es un bodegón tradicional, y el más antiguo de todos. Su dueño, Victor “Vitín” Rivera, contó: “Abrió en 1922, contamos ya con cien años de vida. Lo inauguró don Blanco, luego siguieron sus hijos que eran cuatro hermanos: Daniel, Rubén, Miguel y Juan Carlos Blanco. Vitín compró a los hermanos el comercio hace ya 17 años, y desde entonces, ostenta ser uno de los clásicos de la ciudad.
Gorostarzu (Catamarca e Italia), nació en 1928 como almacén de ramos generales, en el que vendían granos en bolsas de arpillera. Luego, se incorporó la sandwichería, que funcionó unos 30 años, a cargo de Manuel Gorostarzu, quien le dio el nombre.
En los 60' los dueños de la chopería Santa Fe compraron el comercio y estuvieron allí 40 años. “Ellos le sumaron más variedad de platos”, remarcó Jorge Sauan, su dueño actual desde 2013. De acuerdo a lo que expuso, innovó con platos, aunque no tanto: “Mantuve siempre la línea de chopería estilo bodegón, aggiornado a los sabores de estos años”, aseguró.
En los años 30´, el viejo barrio de Pichincha vivía al ritmo del ferrocarril. Justo en los años que se abolió la explotación sexual por ordenanza, nació El Resorte, bar ubicado en la esquina de Jujuy y Pueyrredón. Los obreros del ferrocarril salían de trabajar e iban a tomar un vermut con picada al atardecer, y allí jugaban al dominó o al casin.
Como muchos bodegones de la zona, bajó la persiana en 2009, pero volvió con espíritu renovado. Su actual dueño, Ariel Cosacow, reabrió sus puertas en 2016 y le cambió la impronta: “Ahora, es un bar familiar”, aclaró.
Il Piccolo Navío, en San Luis 709, es una embarcación en plena vereda rosarina, gracias a su decoración marina llamativa. Un bodegón para amantes de platos con pescados y mariscos. Es llevado adelante por Andrea Cejudo y su pareja Diego Palacio, quienes conforman la segunda generación de dueños.
Fue inaugurado en 1961 por Hugo Cejudo, padre de Andrea, quien mantiene firme la concepción de sus orígenes, con la carta intacta, y la tradición tanto en las variedades de mar como en la atención familiar. A mediados de los años 90´se incorporan elementos marinos en su distintiva decoración, que treinta años después persiste en medio del paisaje urbano.
Aunque pasó por tres generaciones diferentes, desde 1961, el Comedor Balcarce (Balcarce y Brown) mantiene la misma carta. Su actual dueño, Fernando, es nieto del fundador, Secundino Santarelli, quien vino a Rosario desde Chabás y compró el almacén El Baturro, que funcionó durante décadas en la misma esquina.
Fernando atiende el boliche, junto a su padre Eduardo, la segunda generación de dueños del bodegón. Consultado sobre los orígenes del comercio, aseguró que su abuelo era amigo del dueño del antiguo bar Victoria, quien le recomendó comprar ese fondo de comercio. Con el tiempo, los clientes empezaron a pedirle comida elaborada, y ante el éxito, decidió incorporar mesas y sillas. De esta forma, en 1966 el viejo almacén se convirtió en comedor.
En torno al particular sobrenombre “El vómito”, según sus dueños, surgió por el 1969, cuando fue “el Rosariazo”. “El comedor de la Universidad Nacional de Rosario cerró y sus clientes asiduos comenzaron a visitarnos todos los mediodías. Como los platos eran suculentos y se daban unas panzadas tremendas, empezaron a llamarlo cariñosamente de ese modo”, explicaron.
El Bar Lido (avenida San Martín 3142), desde 1981, es un boliche regenteado por Sergio Duri, quien integra la segunda generación de propietarios. Comenzó como un café y desde 1989, sumó cocina a la minuta con la elaboración de pizzas, sandwichs y platos elaborados. Con sus ofertas y respetando el derecho a jarra de agua, el Lido supo adaptarse con los años sin perder su esencia.
La fama que le dieron los artistas, escritores, y sobre todo el mito de Roberto Fontanarrosa con su habitual “mesa de los galanes”, hacen de El Cairo (Sarmiento y Santa Fe) el boliche más turístico desde su reinauguración y refacción a nuevo en 2004.
Pero El Cairo supo ser un bodegón dejado del under, con billares y otros juegos en el subsuelo, al que sólo la bohemia local asistía como espacio de intimidad. Abrió en 1943 en la misma casona de la esquina de Santa Fe y Sarmiento, y fue en la década del 70´, que se convirtió en el lugar de los intelectuales. En 2002 cerró producto de la crisis.
Los dueños actuales refaccionaron El Cairo y lo reconvirtieron en un restaurant con living, barra, biblioteca y un escenario de presentaciones y shows. “Escape de bohemios e intelectuales, hogar de historias, amores, desamores, chicanas futbolísticas, negocios, sueños. Refugio de rosarinos, curiosidad de turistas, fetiche del “Negro” Fontanarrosa y su mesa de los galanes”, describieron el lugar los encargados.
Y La Marina (1º de Mayo 890), con cocina española, abrió hace más de medio siglo, cuando los hermanos inmigrantes asturianos don Ángel y don José Viñes, decidieron dar vida a este bar familiar.
Fueron 18 años de duro batallar, entre buques, carros y tranvías en esta ciudad portuaria, que se proyectaba como una de las mejores del mundo. Pero un día tuvo que cerrar porque un gran edificio exigía ese solar en la esquina de Rioja y 1º de Mayo.
Luego, en 1970, don Ángel reabrió en la esquina de enfrente, ahora con la ayuda de otro de sus hermanos, don Manuel, y juntos lo convirtieron en restaurante, junto a sus esposas e hijos trabajando duro en el lugar. Y así, año tras año fue creciendo.
Los hijos de Manuel, José y Víctor Viñes, continúan el legado: “Hoy nuestros padres nos delegan su sueño, que con orgullo hemos aceptado. Esta nueva generación está dispuesta a no defraudarlos porque tienen su escuela fundada en el respeto, la humildad y el tesón hacia el trabajo”, manifestaron.
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