Me quedo con la escena del sábado 22, la Noche de Echesortu. en la esquina de Alsina y Mendoza, la misma esquina que vio miles de jóvenes allá por los 80 desfilar por Echesortu, volvían 40 años después con su vida encima.

Me pidió esa misma tarde que lo presentara, era subirme a un escenario a 3 cuadras de dónde nací. Básicamente pedí que lo ovacionaran por mantener encendida la llama de unos tiempos que se niegan rotundamente a irse. Suelo decir que la música de los 80 se escucha más ahora que en los propios 80.

Me encontré con miles de teléfonos apuntando al escenario, traté de alguna forma de decir que éramos los mismos 40 años después, los mismos qu. hacíamos el aguante -cuando la palabra “previa” era algo que andaba mal en el colegio secundario- en bares como 4 metros 20, Topsy de Lavalle y Mendoza, en el legendario Bar Essedra de Alsina y Mendoza, las motos de aquellos tiempos estacionadas por Mendoza, el Fiat Iava tronando paralelo al Trole. 

Droopy en la Noche de Echesortu, a pocos metros del bar que lo convirtió en leyenda.

Entre todo ese rito entrar a Space y eso que tal vez solo lo pueden describir los que tuvieron la posibilidad de estar: la música de Flash and The Pan, el Genio del Dub de Los Fabulosos Cadillacs.

Cuando han pasado un par de años considerables y a pesar de lo maravilloso de las plataformas musicales como Spotify o Youtube Premium nada reemplaza escuchar la radio que suenan algunas de aquellas canciones y decir con franco repentismo “esta la ponía Droopy en Space”

En esta búsqueda del paladar rosarino para saber cómo vivíamos los rosarinos y, más allá de las nobles e interesantes charlas historiadoras de la ciudad, los rosarinos aman sus pequeñas historias, aman recordar viejas épocas que los lleva a cumpleaños de quince de hace medio siglo o viejos partidos de fútbol. No es difícil imaginar que lo que lleva a la memoria este lugar, eran apenas 4 horas en la vida de miles de jóvenes. Chicas y chicos que venían caminando desde Barrio Belgrano, de barrio Azcuénaga, estudiantes, laburantes, ociosos. Space quedaba en el alma de Echesortu pero toda la ciudad se daba cita.

Y lejos de hacer una biografía, ahí estaba Droopy en la cabina entre vinilos y aquellos años dorados donde por el escenario vinieron en su mejor momento Soda Stereo, Charly García, Virus, Sumo y tantos otros. Aquel viejo barrio capital del helado artesanal, del pago adelantado a un cheque a 30 días, del sonido trasnochado de un videojuego hablando solo en la nocturnidad, pasaba a ser el lugar del láser, de las chicas bailando en una tarima, del varón del camino circular, Gancia con limón en mano.

El tiempo hizo de Space este estacionamiento más ruidoso que la propia discoteca, como un Titanic donde todavía las estructuras en medio de repositores, autos estacionados en 45 grados intentan contar una historia.

Y Droopy hizo revivir Space en el modo "fiestas retro" que convocaron de a miles, el paso del tiempo en estos siempre jóvenes. Cada regreso de Space en distintos espacios con Faiola en la cabina invita a cada sociólogo sentarse en la mesa con aquella muchacha que, en pleno siglo 21, pone la misma energía que en aquel año 84. No fue el único DJ en esta historia del boliche, pero es imposible disociar a Space de Droopy.

En noviembre Space cumplirá 40 años de su apertura, aquella iniciativa del Gringo Dómina, aquello que fue el Cine y que hoy está en soledad y luto. Droopy arriba, concentrado entre sus discos con un. sonrisa como quien gana una mano de truco porque cada tema levanta a las multitudes.

A los seguidores de Space les pido que sigan a sus hijas, conocen el oficio y han heredado el espíritu del asunto. Seguramente ellas, quienes han venido acompañando a su padre retomarán la bandera.

Space, el lugar que se niega a cerrar emocionalmente.
Droopy, en el territorio de la leyenda rosarina.
Abrazo amigo, a poner “The Final Countdown” hoy en tu honor.