Con las diferencias y particularidades de fechas y medidas propias adoptadas en cada país, la expansión del coronavirus, ha causado muchos cambios en poco tiempo. Algunos de ellos, evidenciados en el lenguaje cotidiano.
El diario El País de Madrid, hizo un relevamiento de ciertos neologismos nacidos o reflotados a la luz del coronavirus omnipresente.
Palabras como confinamiento, pandemia y su hermana infodemia se han hecho protagonistas de nuestros usos lingüísticos, desplazando a otras más utilizadas en el discurso mediático.
Así, aprendimos que EPI son las siglas de equipo de protección individual, hemos sabido que las mascarillas son nasobucos en Cuba y barbijos en Argentina y Bolivia (destaca la publicación española); hemos descubierto el significado social de que algo sea esencial y nos han enseñado que tenemos una mano no dominante que es la que debemos utilizar al salir a comprar. Las resurrecciones léxicas tampoco paran: en las últimas horas nos hemos familiarizado con desescalar como sinónimo de “graduar”.
“Cualquier innovación que se registra en una lengua pasa por dos fases: una es la propia innovación y otra, la verdaderamente clave, es la difusión. Innovar lingüísticamente no es tan complejo, pero esa creación queda en nada si no es adoptada por otros hablantes y se generaliza más allá de la persona que inventa. Esa nueva palabra que se crea y, si tiene suerte, se extiende, recibe el nombre de neologismo. Pues bien, no son pocos los neologismos que han empezado a circular en estos días a causa del maldito coronavirus”, explica el texto de Lola Pons Rodríguez.
Quizá el más extendido mundialmente en estos momentos es el adjetivo covidiota. Tanto en inglés (covidiot) como en español (covidiota) la palabra lleva al menos diez días designando a aquel que, en estas circunstancias sin duda trágicas, comete irresponsabilidades que perjudican a los demás: ignora la distancia social, extiende bulos, acapara por encima de sus necesidades.
De hecho, la cuenta de Twitter de The New York Times @NYT_first_said, que registra las palabras que aparecen por primera vez en este periódico, documentó covidiots el 4 de abril, coronacoma el día 1 y anticoronavirus el 30 de marzo, tres neologismos del inglés causados por la situación que vivimos.
En español han circulado variantes de todo tipo a partir de las palabras comunes hoy: el covidiota ha sido llamado también coronaburro; al coronavirus lo han llamado carallovirus; a la cuarentena, cuarenpena, y al confinamiento, confitamiento por la ganancia de peso que, a falta de ejercicio físico y dada la ingesta de repostería doméstica, todos vamos a mostrar. Los que ejercen de policías de balcones para insultar a quienes circulan por la calle (sin saber si, por ejemplo son gente que va o vuelve de trabajar o padres de niños con discapacidad) han sido calificados como balconazis.
Estas creaciones de vocabulario, neologismos del lenguaje, han empezado a convivir con otro fenómeno igualmente interesante, individual y aún más ocurrente. Al pediatra Alberto García-Salido (@Nopanaden) se le ocurrió a primeros de abril abrir un hilo en Twitter con la etiqueta #covidcionario para que los hablantes de español propusieran nuevas definiciones para palabras que nuestra lengua ya tenía.
Os invito a crear más #Covidcionario con este hashtag.
— Alberto García-Salido (@Nopanaden) April 4, 2020
Quizá inventando palabras seamos capaces de describir mejor todo esto.
El hilo ha dado lugar a toda una cadena de definiciones (descacharrantes unas, muy críticas otras) propuestas por distintos usuarios de la red social: ventana como "parte de nuestra casa que durante el periodo de confinamiento disfruta de una clara actualización de su sistema operativo"; pandemia como "acuerdo tácito entre una gran parte de la población para ponerse a hacer pan durante el confinamiento" o, refiriéndose a la indignante escasez de trajes EPI, epitafio como "el estado en que queda un servicio cuando escasea la protección individual y se ha de confeccionar". Son neologismos de significado, neologismos semánticos.
“Con todo –concluye la autora– pocos lingüistas o filólogos disfrutarán con este fenómeno de neologismo léxico o semántico. Decía Aute que vivir es un accidente de gozo y dolor; las palabras también reflejan ahora ese doble camino.
Los miles de hablantes de español que han muerto estas semanas se han llevado consigo cientos de palabras que solo su generación conoce, algunas recuperables a través de textos, otras, propias de las tradiciones orales y de las conversaciones más espontáneas, enterradas como se entierra en los entierros de ahora: sin velatorio ni rito de despedida.
Estas nuevas palabras en torno al coronavirus son una ganancia muy cruel para la lengua”.
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