Cuando no es la sequía que marchita los esfuerzos con una agonía que exaspera, son las heladas que aniquilan de golpe. Y si los frutales sobreviven, entonces actúan las hormigas. Parece que no están, pero de golpe atacan y en un día se devoran los cítricos. “Es todo difícil en el campo”, dice el ingeniero agrónomo Jeremías Müller dentro de la casa que construyeron en Mundo Agradable, el primer proyecto agroecológico para los periurbanos de Andino, 45 kilómetros al norte de Rosario.

El sol pinta de naranjas y rojos el oeste. La noche de invierno prepara temperaturas bajo cero. Se viene otro amanecer de heladas furiosas que pondrá a prueba la resistencia de los pequeños árboles que quedan en el campo: los higos y las paltas. Otros 200 plantines de pomelos, naranjas, mandarinas y limones no lograron pasar las adversidades. Müller habla de esos desafíos que forman parte de su vida desde 2021, cuando junto a la ordenanza que prohibió el uso de fitosanitarios en la comuna nació la experiencia. Es asesor de Julián Lastiesas, el dueño del campo sobre la ruta provincial 26S.

Primero fueron las gallinas: 500 ponedoras. Cuando no se es una granja autosuficiente y se busca cierta escala, el trabajo es mucho: mantener con alimentos y agua a las aves, juntar los huevos, preparar los maples, repartirlos, cobrar, comprar los insumos. Y así. El inicio en 2022 fue auspicioso: podían vender sus productos de gallinas criadas a campo un poco más caros que los industriales y los números cerraban.

A medida que los costos subieron –el alimento balanceado es un insumo clave y se mueve con el precio del dólar–, tuvieron que ajustar el valor del maple para sostener ganancias. Los márgenes se acortaron. De todas formas, alcanzó para pagarle a un empleado e invertir el resto en un nuevo “octógono de pastoreo rotativo”. Es un “corral central o de encierre” que tiene ocho puertas y cada una da a un lote distinto con alfalfa. Alternar y no agotar los suelos es una de las claves.

Una muestra a replicar

  

Mundo Agradable es, como ocurrió en Máximo Paz o en Zavalla, un proyecto que surgió de un conflicto. A diferencia de esas experiencias narradas por Rosario3 en notas anteriores, esta es una iniciativa que reúne a dos privados que aportaron sus conocimientos y recursos sin apoyo oficial. 

La historia comenzó en 2021 con la ordenanza 41 que impuso una restricción en la aplicación de fitosanitarios de 150 metros desde el casco urbano. La normativa, enmarcada en la ley provincial, fijó también que entre los 150 y los 500 metros se pueden usar algunos productos (banda verde y banda azul). Fue un paso obligado por la presión de los vecinos, que pedían 800 metros libres de tóxicos al constatar la presencia de glifosato en sus cuerpos. Una tensión creciente que incluyó denuncias cruzadas.

Müller fue el autor del texto que reguló la actividad. Venía de una rica práctica como coordinador del Sistema Integrado de Producciones Agroecológicas (Sipa), el módulo específico dentro de la Facultad de Ciencias Agrarias, hasta 2019. Accedió a ese cargo después de su trabajo final en la maestría en Sistemas Ambientales Humanos (UNR). 

La veda a los agroquímicos en Andino abarca una franja de 150 hectáreas que corresponden a siete dueños de campo. Para dar una respuesta a esos productores, el ingeniero agrónomo elaboró y presentó un proyecto en la comuna para diseñar un “meta sistema periurbano agroecológico” que unía la gestión de todos los lotes en un corredor. Estudiaba qué demandaba el pueblo y qué se podía producir, para articular la oferta y la demanda con negocios de cercanía. 

Pero la administración local no tenía recursos para sustentar ese plan agroalimentario. Entonces, Müller se acercó a uno de los productores afectados. Desde entonces, es asesor de Lastiesas en 35 hectáreas que corren paralelas a la ruta provincial 26S, al norte del pueblo. 

“Julián viene de la producción convencional con fitosanitarios en un campo más grande. Al principio no creía que esto fuera rentable pero hice todos los márgenes agropecuarios, con los costos e ingresos, las medidas de resultado por cada rubro de producción, que incluían huevos, pollos parrilleros, ovejas y frutales. Entonces ahí, cuando vio que se lo planteaba en términos técnicos, que había una indagación, creyó en mí y nos embarcamos en todo esto”, relata.

Así empezó la única experiencia agroecológica (que es más que no fumigar) sobre esos terrenos afectados. Mundo Agradable tiene un formato legal: es una Sociedad por Acciones Simplificada (SAS) pensada para gestionar periurbanos. El objetivo es demostrar que su modelo es rentable y sostenible para poder replicarlo en las ciudades y comunas santafesinas con este problema. 

Caranchos, cotorras y convicción política

 

El límite de la zona en disputa tiene una forma clara. Desde la ruta se abren tres hileras de cortinas naturales: chilca, pastizales y árboles, y después empieza la alfalfa. Cuando limpiaron el terreno, dejaron las especies nativas: el tala o el molle que tiene unas espinas bravas, entre otros. La lonja de 150 metros de ancho termina en una línea definida. Del otro lado, quedaron los rastrojos de un cultivo de maíz hecho de forma convencional, ya cosechado.

Sobre uno de los rollos de alfalfa sin uso de fitosanitarios que se hacen y venden para el ganado hay plumas verdes. Una de las cotorras, plaga que suele devorarlo todo, acá fue víctima de un depredador. “Había visto plumas antes y pensé que era un zorrito pero un zorro no va a venir a comer acá arriba. Miralos”, dice y señala una pareja de caranchos con el pecho hinchado, los responsables de esa última cacería.

La anécdota refleja una escala distinta del control biológico que mostró el productor Marcelo Fratín en Paca Casilda, donde las vaquitas de San Antonio se comen el pulgón que ataca a los alcauciles. Para que unos y otros existan es preciso que haya diversidad.

A un costado de los rollos, uno de los pilotes de algarrobo que sostiene el tejido del gallinero octogonal se mueve. “Otra vez las hormigas, se comen la base de los esquineros”, lamenta el ingeniero y mueve la tierra de lo que parece un hormiguero seco. El suelo cobra vida, ahí abajo siguen las carpinteras en su labor infinita.

“Todo es difícil”, retoma la idea del inicio el nacido en Rosario con experiencia laboral en campos convencionales y agroecológicos, y sigue: “Cuando pisás un campo te topás con las heladas, el viento, las hormigas, los animales que se te mueren de frío. Si bien la tecnología resuelve un montón de cosas no es un lugar que está antropizado, que llegó la luz, el agua o que tenés un confort. A veces es el hombre volviendo de cero al entorno natural".

Helada en el campo de Mundo Agradable, Andino

“Entonces, si vos no tenés un Estado con la convicción política para reconocer que se nos muere la gente de cáncer en promedio más que en el resto del mundo y que sospechamos que son los fitosanitarios; o que de pronto hay una pandemia, no llegan los tomates del norte y tenemos que hacer alimentos en cercanías; si no nos damos cuenta que estamos a muy pocos años de que a determinada hora de la tarde no se pueda salir del calor y tenemos que tener toda la comida cerca, si la política no se da cuenta de eso, tenemos un problema latente como colectividad argentina”, advierte.

La segunda etapa: sala de faena

 

La experiencia de las gallinas fue rentable hasta que los costos se dispararon a fines de 2023. Este año, el plan es volver con mil ponedoras (el ciclo es de dos años) y sumar pollo criado a campo. Para ese paso, necesitan una sala de faena y un puesto de venta al público sobre la ruta con todos los productos saludables: huevos, frutas y verduras. Estructuras que exceden a un solo privado y que podrían tener un efecto multiplicador. 

“Construir una sala de faena y un espacio de agregado de valor de las producciones incluye generar trabajo local”, dice Jeremías y explica: “Si eso funciona, entonces otro productor que hoy no hace nada en el periurbano podría pensar: «Ah, mirá, están faenando 200 corderos por año y tienen todo el circuito montado». Entonces ahí sí invierte en un alambrado, tira los corderos al campo y esto crece. Pero sin eso, el proceso de transformación del periurbano está trabado. Nadie quiere dejar años de su vida en un proyecto así”.

Hay gestiones privadas exitosas. Además de granjas familiares pequeñas (como La Carolina al sur de Rosario), Müller menciona una que para él es un ejemplo en el sur de Santa Fe: Hernán Sánchez con su establecimiento Media Legua en San Jerónimo Sur.

Pero la agroecología como un sistema para transformar una comunidad parece encontrar otro límite cuando no hay un Estado que acompaña. Esa premisa surgió también en Paca Casilda, que precisa un transformador de energía para activar un molino, en Máximo Paz, donde la comuna sostuvo a la cooperativa en sus inicios, y en Zavalla, con una tasa ambiental que financia la transición y hasta una fábrica de biopreparados que hacen mujeres. Cuando eso no está, es mucho más difícil.

–¿No existen más experiencias de este tipo por falta de apoyo estatal entonces?

–Es muy difícil anclar sistemáticamente un nuevo modelo en cientos de miles de hectáreas si no están las ayudas que se necesitan. Por ejemplo, no hay créditos del Banco Nación ni de la provincia, acá vino gente del Ministerio de la Producción y nada, o la Ley Ovina que no te sirve para comprar diez ovejas. La EPE que no facilita el tendido eléctrico, la comuna que apoya pero no tiene recursos, un Estado que no acompaña la voluntad privada pero sí hace, por ejemplo, inspecciones vía el Senasa. 

Por donde encares el proyecto, te encontrás con dificultades para transformar de cero un pastizal. Cuando querés entender por qué no prospera este sistema, por qué no hay más desarrollos agroecológicos importantes, es porque hay dificultades reales del territorio o de las adversidades bióticas que se suman a un problema que es sociocultural.

–O sea que la pregunta indicada no es si una producción sin agroquímicos es rentable o no, sino ¿cuáles son los apoyos necesarios para resolver los déficits actuales?

–Las cuestiones estructurales, como una sala de faena o de usos múltiples, te permitiriáin generar escala de producción y cambiar la rentabilidad del emprendimiento. Si tenés eso resuelto, tus números cambian. Un periurbano con 200 ovejas y mil pollos parrilleros es rentable y eso se cambia con dos o tres intervenciones comunes.

–¿Pero es escalable la agroecología o solo se puede hacer como agricultura familiar?

–Es profundo el tema. Para algunas miradas, si vos generás empleo para hacer alimentos de cercanía ya no hacés agroecología porque tenés que hacer todo vos. Yo creo en generar trabajo. Lo que no se analiza es que hay cientos de miles de hectáreas que constituyen los periurbanos y que podrían estar bajo proyectos de este tipo. La alimentación es un rubro de la economía que no es sustituible: todos todos tenemos que comer. Pero eso implica una inversión como sociedad para transformar las economías regionales, con gente trabajando.

 

* Este artículo se realizó gracias a la Beca ColaborAcción de investigación periodística 2024 entregada por la Fundación Gabo y Fundación Avina.