La tierra habla a través de unos dibujos estampados en papeles circulares. Un grupo de ingenieros agrónomos y productores aprende a leer lo que eso significa, a través de una técnica específica en una sala auditorio. No son médiums pero buscan invocar a los microorganismos, a los minerales, a los nutrientes de toda clase que se esconden bajo la superficie. Después de una serie de procesos, las capas del suelo se manifiestan. Aparecen sobre el filtro blanco formas diversas que develan la condición de la muestra levantada en un lote. 

La decodificación tiene sus reglas pero no es compleja: la erosión por el monocultivo convencional se traduce en trazos opacos y homogéneos mientras que la riqueza de nutrientes crea un increíble mandala expresionista.

El profesor que comparte su experiencia es César Gramaglia, del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta) de Villa Dolores, Córdoba. La capacitación es sobre “cromatografía”, la técnica que le permite al suelo escribir con colores y figuras su estado de salud. 

Si es necesaria esta jornada en la Estación Experimental Agropecuaria del Inta Oliveros es porque el diagnóstico del paciente no es bueno. “Existe un modelo dominante de producción en la zona de influencia de Rosario y el sur de la provincia de Santa Fe. Es una agricultura convencional que utiliza la siembra directa con una fuerte especialización en muy pocos cultivos. Básicamente, en el verano se siembra soja y maíz. Por lo tanto, estamos perdiendo fuertemente la biodiversidad de los agroecosistemas y del paisaje”, introduce Gramaglia.

Alan Monzón/Rosario3

 

“Además –sigue el técnico extensionista–, se utiliza material genéticamente modificado a nivel de laboratorio y se fertiliza a las plantas con insumos artificiales generados de manera industrial. Casi siempre se utilizan productos químicos para el control de las malezas, las plagas y las enfermedades”.

El ingeniero agrónomo dice al pasar que “casi siempre se utilizan” porque él, como otros que forman parte de la Red de Agroecología (Redae), cree e impulsa otras prácticas. Y, para eso, hay que convencer al productor que otro camino es viable. No es solo cuidar el ambiente y las poblaciones, el desafío es producir alimentos de calidad en redes de cercanía y de forma rentable. La lógica es directa: si un campo no está sano y carece de nutrientes, si es como una maceta seca, ¿cómo serán sus frutos?

La lectura del mandala y el olor

 

La cromatografía circular de suelos es una técnica desarrollada por el científico alemán Ehrenfried Pfeiffer, uno de los impulsores de la agricultura biodinámica. En el auditorio del Inta Oliveros, Gramaglia cuenta cómo usarla en una transición a la agroecología. Explica cuáles son las tareas de campo necesarias, cómo es el procesamiento de las muestras en el laboratorio y la preparación de las soluciones (de hidróxido de sodio y de nitrato de plata) para impregnar los papeles de filtro Whatman con su esencia.

Después de un paso a paso técnico, se concentra en lo que importa: qué nos dice la tierra con esas formas múltiples. Los colores amarillos, ocres y hasta rojizos son virtuosos. Los opacos reflejan un agotamiento de los nutrientes. Los círculos concéntricos del papel ofrecen una información aún más detallada de las distintas capas del suelo. 

Alan Monzón/Rosario3

 

Un centro abierto, en blanco, que se diferencie del dibujo, indica una estructura aireada que absorbe bien la humedad. La contracara es un suelo compactado que no respira. La segunda zona es la interna y refleja la salud mineral. La intermedia es la cantidad y calidad de materia orgánica. La cuarta o externa, es la enzimática. Lo último es la periferia.

“Ven que es sencillo. Nos han tildado de esotéricos –dice y despierta algunas sonrisas de los ingenieros agrónomos en la sala, como si aflojara algunas desconfianzas propias de la disciplina–, pero es algo fácil”.

Fuente: I.A. César Gramaglia

Si la impresión de la muestra en el filtro de papel es un todo homogéneo, la tierra sufre y es de pésima calidad. La relación es simple: monótono, monocromático, monocultivo. Si hay, en cambio, distintas siluetas, se marcan y separan las capas, tiene rayos como ruedas de bicicleta que van del centro a la superficie y se ramifican en forma de plumas hasta convertirse en dientes, entonces la riqueza de nutrientes es una fiesta visual.

Gramaglia levanta círculos de estudios realizados y contrasta. “Este es un campo de maní, un suelo chacareado y degradado, con fertilizantes artificiales. Es un polvo”, describe y el círculo gris que muestra es tan amarrete de formas que genera tristeza. En el otro extremo, está el resultado de un biopreparado de supermagro: parece un ojo hipnótico, mágico.

Fuente: I.A. César Gramaglia

 

El especialista diferencia la cromatografía del análisis químico de suelo que se hace en laboratorios formales y que no revela información valiosa como la microbiología. Añade otra capa más a tener en cuenta: “Hay que oler la tierra, hemos perdido la práctica del olor”.

Los fake alimentos

 

El método de Pfeiffer es un análisis no invasivo que tiene un costo básico de dos dólares la muestra. “Fue un biólogo alemán que trabajó hace cien años con el concepto de «suelo vivo», algo que algunos han descubierto recién ahora pero los pueblos originarios ya lo sabían. Es un saber que han borrado pero lo estamos recuperando. Para eso estamos acá”, plantea Gramaglia y propone multiplicar y comunicar las experiencias para que sean un “Faro agroecológico”.

El ingeniero agrónomo pone como ejemplo un campo de papa de 500 hectáreas. Trabajó en un lote puntual de forma agroecológica y añadió una enmienda orgánica. Del lado convencional siguieron con fertilizantes químicos. Los primeros resultados no se expresan en un cambio de matriz del suelo pero sí se pueden medir. Con 10% menos de costos, tuvieron algo menos de producción y el ensayo agroecológico arrojó un 6% más de ingresos.

Fuente: I.A. César Gramaglia

 

“El resultado económico es inmediato y es la forma de convencer a los productores mientras avanzamos en el objetivo de fondo que es mejorar el suelo. En los últimos años sufrimos una reducción de nutrientes que va del 30% al 50%. Eso genera otros problemas porque somos ineficientes en la captación de agua”, dice. 

¿Cómo se traducen esos déficits en la calidad de los alimentos que comemos? En la tabla compartida en la charla, expuso la “calidad nutricional” de algunos alimentos. Es notable, por ejemplo, la diferencia de hierro en las espinacas que se cosechan con el método “biológico” versus el “convencional”. Una brecha de 1900 a 1.

Fuente: I.A. César Gramaglia

 

“¿Saben de dónde viene la fruta y la verdura que compran? ¿O la ponen en el plato y la comen sin preguntar? ¡No saben! Bueno, empiecen a preguntar”, interpeló.

Una explicación

 

“Tenemos un ecosistema debilitado biológicamente que se puede demostrar a través de un análisis cromatográfico. A partir de esa imagen generada, y a través de un diálogo con el productor, se inicia un proceso de transición agroecológica implementando distintos tipos de prácticas que también están ya medidas. Existen ejemplos concretos que te conducen al rediseño de un sistema productivo con mayor grado de sustentabilidad”, afirma Gramaglia en diálogo con Rosario3.

–¿Para qué usan esa técnica?

–Es un análisis sensible que nos permite evaluar distintos tipos de sustancias, por ejemplo, muestras de suelo, de plantas, de animales. A partir de ese diagnóstico, uno puede tomar la decisión de implementar tecnologías como, por ejemplo, la elaboración y utilización de biopreparados o de otras tecnologías.

–¿Cuál es el objetivo?

–Ir transformando el actual sistema de producción basado en la utilización de productos químicos para el control de la maleza, las plagas y enfermedades hacia otro sistema productivo más sustentable y que genere menos externalidades negativas sobre el ambiente, la salud de los alimentos y de las personas.

Alan Monzón/Rosario3

El biopreparado y las flores

 

El aroma ácido de la bosta de vaca envuelve a la ronda de 50 personas. Hay un mate cada diez y todos miran hacia el centro. César Gramaglia comparte tips para hacer un buen biofertilizante. Un voluntario con un pala abre el terreno. Saca pasto y yuyos. Deja la tierra desnuda para recibir la materia prima: el estiércol fresco de animales del mismo predio del Inta.

La bosta es muy rica en microorganismos pero pobre en minerales. Enriquecen el preparado con cenizas de madera y cáscaras de huevo molida. “Sumamos más de 20 elementos de la tabla periódica”, valora.

El "proceso de mezclado para homogeneizar todos los ingredientes" se nutre de brazos que pican con la pala la masa olorosa. Entran y salen durante 20 o 25 minutos. La ronda no se desarma. Mantienen, podría decirse, una disposición cromatográfica. 

–Qué ácida que está –analiza la bosta Javier, de la Cátedra Libre de Agroecología de la UNR en Zavalla.

–Es porque tiene mucho maíz –observa un colega.

Alan Monzón/Rosario3

 

Uno de los investigadores locales, Libertario González, detalla cómo se acondicionó el hueco en donde se colocará la mezcla. Es un hoyo similar al que se usa para plantar un árbol frutal y le agregaron paredes de madera (palets o tarimas desarmadas, de 60 centímetros de altura). Lo tapan. Lo cubre con tierra y pasto.

En ese cofre subterráneo pasará por un proceso de fermentación aeróbica, con presencia de oxígeno, durante tres o cuatro meses, según el clima (si hace calor, menos tiempo). A la mitad del plazo, se debe revolver para evitar la putrefacción. 

"Al final estará en condiciones de utilizarse en dosis relativamente pequeñas. Se diluye un kilo de preparado en cien litros de agua sin cloro. Tiene un efecto homeopático para aumentar la vitalidad de los sistemas productivos", explica Gramaglia y añade una capa más.

Vuelve sobre aquel concepto de "esotérico" que mencionó en la charla. Habla de la agricultura biodinámica que, a diferencia de la agroecología, incluye al campo de acción el análisis del sol, la luna y los astros. El último toque es añadir preparados en base a flores como la valeriana. 

Alan Monzón/Rosario3

El ingeniero le habla a los más escépticos de estas prácticas. Exagera y niega entre risas estar "evangelizando". Se apoya en el método científico que todo lo mide. Les propone separar la mezcla original del estiércol en dos hoyos. A uno, desafía, le agregan lo biodinámico y al otro no.

"Yo hice la prueba y hay diferencias cromatográficas. No me pregunten por qué. Lo hacen, lo comparan y después me cuentan los resultados. Esto es creer o reventar: lo mido y listo. No le crean a Pfeiffer, no me crean a mi, pruébenlo", trata de simplificar.

La construcción institucional

 

En la estación experimental de Oliveros existe un módulo agroecológico de 33 hectáreas, sobre la ruta 11. Además de una huerta en la que trabajan junto a la comuna en la producción de alimentos, ensayan con ganado y cultivos extensivos desde 2015.

Por su ubicación, en el límite norte de la localidad, abordan también la lógica de los periurbanos. “Es una propuesta que contempla la diversificación, la no utilización de insumos de síntesis química y promueve la construcción conjunta de conocimientos”, define Victoria Benedetto, también ingeniera e investigadora del Inta Oliveros.

No solo estudian: producen trigo para harinas, legumbres como lentejas y arvejas, cultivos de coberturas, pasturas, verdeos de verano. Analizan los resultados en rindes pero sobre todo la calidad nutricional de los alimentos y la regeneración del suelo. 

El enfoque conecta con la jornada de cromatografía: piensan en un “suelo vivo y re diseño del sistema”, explica la especialista. En la huerta agroecológica, que forma parte del programa Prohuerta (ahora debilitado por la falta de apoyo del nuevo gobierno), hay un ensayo que se llama “Holobionte”. 

Distintas instituciones (Conicet, Inta y universidades) avanzan con objetivos de estudio como la simbiosis entre hongos y raíces, las prácticas en la rotación de cultivos y cómo impacta la labranza, propia del manejo que no utiliza agroquímicos.

Alan Monzón/Rosario3

 

Su labor sale del predio y se extiende en campos de productores. Organizan encuentros y capacitaciones. Victoria estima que existen “cerca de 40 sitios en transición agroecológica” en la región y es una tendencia que aumenta pero como en el módulo son pocos profesionales, a veces no alcanzan a cubrir las demandas.

La Red de Agroecología (Redae) incluye 150 técnicos de Inta pero en todo el país. "Es una red muy activa y comprometida con el trabajo en territorio”, aclara.

Los encuentros no son solo para capacitar a otros. Investigadores del Inta, del Conicet y de distintas universidades crearon el “Caleidoscopio rural”.

A ese grupo transversal pertenecen también Javier Curti y Milva Perozzi, coordinadores de la Cátedra Libre de Agroecología de la UNR, quienes se sumaron a la jornada con César Gramaglia. La Cátedra tiene un espacio propio en el predio de Zavalla. No es una materia obligatoria en la carrera y la sostienen docentes que no cobran un sueldo extra y jubilados. Los apasiona compartir nuevos conocimientos, a pesar de no tener el apoyo oficial necesario.

Alan Monzón/Rosario3

 

No solo faltan recursos en estas instituciones. A veces también sufren sanciones o persecuciones por desarrollar la agroecología. Le pasó al propio Gramaglia en Córdoba, a modo de ejemplo. No escapan a su rol más bien marginal dentro de sus espacios. Pero están lejos de victimizarse. Se juntan como pueden y hacen. 

Parece simplón enunciarlo, pero trabajan y aprenden con alegría. “La agroecología pone en valor las relaciones que se construyen y eso es vivenciado en la forma en que nos encontramos”, resume Victoria.

 

* Este artículo se realizó gracias a la Beca ColaborAcción de investigación periodística 2024 entregada por la Fundación Gabo y Fundación Avina.