Los tiempos modernos con sus historias de Instagram, con el repentismo de Twitter, con el etiquetado masivo de Facebook tendrán que esperar año a año. El recuerdismo rosarino rescatará la foto evocadora pero la infinita posibilidad de generar historias en el presente pierde el duelo con el pasado.

Una nevada hoy tendría memes, stickers, filtros; una pena que el modernismo vigente se prive de la maravillosa postal de la nieve. Vieron nevar otros rosarinos, casas rosarinas. No todas tenían una cámara fotográfica, ni hablar de las sofisticadas filmadoras Super 8, que apenas filmaban minutos y cuyo proceso de revelado tardaba un tiempo. 

La historia, mejor contada artesanalmente, dice que a los rosarinos los sorprendió la nieve cerca de las 11 de la mañana, ese día por fin se dio la sociedad de la humedad  necesaria con la franja de temperaturas ideales para que ocurriera el fenómeno.

Fue un 16 de julio del 1973, en aquella ciudad de las salas de cines, la que bailaba en los sótanos de galería, la que veía Juan Moreira, Rolando Rivas, la novela brasileña “El Bien Amado”, y las recetas de Nilda de Siemienczuk. 

Y nevó en el frente del Cabaret Telarañas. En el frente del entonces Colegio Americano cayó nieve sobre el guardapolvo azul de los pibes que iban al San José. Vio nevar Daniel Aricó, aquel delantero de Rosario Central, especialista en goles olímpicos, vio nevar un joven Jorge Valdano en la concentración de Newell's, vieron nevar en Empalme, en Bella Vista, los trabajadores de los talleres ferroviarios de Pérez. La memoria de la ciudad cuenta que en aquel Rosario que no tenía horario corrido de comercio, a primera hora de la tarde las casas de fotografía y revelado ya tenían largas colas; la época del Instamatic, del revelado, del cubo flash.

No se repitió. Vemos de reojo nieves en Alta Gracia, los porteños tuvieron la dicha en el 2007, los marplatenses en 1991, pero los rosarinos para ponernos en sintonía con la nieve debemos visitar la hemeroteca en la Biblioteca Argentina, lugar fundamental de la memoria de Rosario.

La nieve rosarina todavía es propiedad afectiva de aquel Fiat 600 turquesa que quedó con el techo blanco en la puerta de los Monoblocks de Iriondo y Pellegrini, de los empleados del recordado bazar Erquicia que decidieron retratarse en aquel julio, medio siglo de esa nieve en aquella ciudad.

Smartphones, lentes objetivos gran angular, filtros varios tienen que seguir la vigilia, una captura de pantalla del futuro espera gustosa el contenido de una nieve con el sello del siglo XXI. 

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