La crisis económica, la pérdida del valor del peso frente al dólar y el golpe múltiple que significó la pandemia revirtieron el arribo de haitianos a Rosario durante la década pasada. Ese proceso de ingreso al país, que se profundizó después del terremoto de 2010 en la isla caribeña, mutó diez años después a un éxodo o segunda ola migratoria en sentido inverso.
Los que apostaron a la ciudad para estudiar y construir una mejor calidad de vida ahora buscan otros destinos, incluso con dolor, tras un período de adaptación que nunca es sencillo. No se trata de un fenómeno aislado, es parte de un cambio regional.
Maxonley Petit y cuatro de sus hermanos son una muestra de ese fenómeno. Después de 14 años en Argentina, la mayoría de ellos en Rosario, decidieron volver a cambiar de tierra y cultura con el mismo objetivo que los había hecho dejar su país natal en primer lugar: buscar un futuro más próspero y sostenible.
“Llegué a Argentina para estudiar medicina, primero en Resistencia y después en Rosario, desde noviembre de 2009. Pero cambiaron las expectativas. Ya no tenemos un crecimiento real acá. Amo la ciudad y al país pero la situación cambió y no sé si volveré”, dijo Maxonley a Rosario3.
“Algunos mandan plata a sus familiares, otros a veces reciben. También le podés enviar a un amigo que necesita. Cuando uno sale de su país, hay una cadena y tanto tu familia como los amigos pueden contar contigo”, explicó sobre una de las características de la diáspora haitiana.
Aunque la mayoría apunta hacia Estados Unidos, Maxonley aún no tiene un destino final confirmado. El testimonio del joven de 33 años, nacido en Puerto de Paz, incluye una complejidad que es representativa de los flujos migratorios a nivel global: no siempre es fácil conseguir visa o pasaporte. Mientras tanto, espera su oportunidad y planifica su nueva vida. Un volver a empezar.
La comunidad local se achica
“Me fui de Haití para estudiar porque después de la secundaria nosotros dejamos nuestra ciudad para ir a la capital (Puerto Príncipe), para las universidades más prestigiosas y para estudiar en la estatal también. Y después hay un montón de haitianos que se van para la República Dominicana o a Cuba y los que tienen medios se van afuera a otra universidad. La mayoría busca calidad. Estudiar en una universidad en Argentina es mucho más prestigioso que hacerlo en mi país. Lo segundo es porque yo era muy joven y deseaba aventurarme, conocer otro país, conocer otra gente, la tierra del fútbol y toda esa cosa. Pero lo principal era estudiar”, recordó Maxonley Petit.
Viajó en 2009 y estuvo unos meses en Resistencia, hasta que descubrió que no lo habían anotado en la facultad como le prometieron. Le dijeron que en Rosario había una comunidad de haitianos grande que estudiaban medicina en la UNR y ante las trabas que le pusieron en aquella ciudad siguió viaje. “Llegué a Rosario en noviembre de 2009. Acá nos explicaron cómo era todo, cómo estaba la universidad y los procesos para estudiar”, recordó.
Unas semanas más tarde, el 12 de enero de 2010, un terremoto devastó su país. Más de 300 mil personas murieron y 1,5 millones se quedaron sin hogar, en una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia.
A partir de ese año, la llegada de haitianos a la región en general y a la ciudad en particular creció. Si antes de esa tragedia, los residentes en la ciudad no llegaban a cien, esa población se multiplicó con el correr de los meses y años.
El presidente de la Asociación de Haitianos en Rosario, Jean Alex Destin, dijo a Rosario3 que llegaron a ser 4.500 en la ciudad, un pico que se registró antes de la pandemia de 2020, cuando ya el flujo se había detenido por las normas migratorias que impuso el gobierno de Mauricio Macri en 2018 (eliminó un convenio que otorgaba una visa que permitía el ingreso).
Aunque la asociación local no tiene datos oficiales de cuántos compatriotas dejaron la ciudad, Alex confirmó “que se fueron muchos, incluso quienes estaban en tercer o cuarto año de las carreras de Medicina o Enfermería, por varias razones pero hay muchos problemas para renovar los papeles para poder estudiar o trabajar”. Otro de los conflictos que enfrenta esa comunidad en la ciudad es la discriminación y hechos de racismo, agregó.
Alex y Maxonley calcularon que cerca de la mitad de los migrantes de ese país ya emigró. Robby Glesile, otro haitaino y rosarino por adopción desde hace trece años (vino después del terremoto), comentó que antes siempre había un nuevo compatriota para conocer y ahora cuando se encuentra con alguien de su país en la calle bromea: “Ey, ¿vos seguís acá todavía?”.
Aún sin cifras precisas, los tres coinciden: la comunidad local se achica. Como le ocurre a todos los que habitan en esta economía, ahorrar es cada vez más difícil y mucho más en dólares (para quienes envían remesas a sus familias en la isla). “También Western Unión comenzó a bloquear cuentas para mandar o recibir dinero”, agregó Alex Destin.
Haití, con una población de 11,4 millones de personas, tiene, según los últimos datos publicados por la ONU y citados por Datosmacro, 1,7 millones de emigrantes, lo que supone un 15,65% de la población. En cambio, apenas un 0,17 son immigrantes en esa isla caribeña. Por otro lado, la Dirección Nacional de Migraciones informó que el saldo de ingresos y egresos desde Haití a la Argentina pasó a tener un saldo negativo entre 2018 y 2022.
“La segunda migración es más fuerte de lo que pensaba”
A contramano de cierto imaginario negativo que suele repetirse (en los medios masivos incluso), el migrante es un emprendedor. Maxonley Petit es un ejemplo de eso: desarrolló varias apuestas económicas. Una de ellas la creó con un socio en Resistencia que hace envíos a otros puntos del país. La carnicería “Los Haitianos”, con productos de la gastronomía y bebidas de esa isla (como el "Kremas"), desafía los efectos de la inflación.
Pero la crisis, como a muchos otros, los afectó. “Decidí dejar la ciudad por dos motivos. El primero es familiar. Tenemos un proyecto de unificación. De hecho, acá éramos cinco hermanos y tres ya se fueron, otro está casado y se queda en Rosario. O sea, nosotros vamos para estar más cerca de mi mamá y de mi papá que están en Haití y para reunirnos como familia”, señaló.
“Y lo segundo –completó– es por la situación actual. Tengo la sensación de que acá estoy en el mismo lugar siempre, que aparentemente no hay progreso, que es como un círculo vicioso, estamos siempre en lo mismo, resolviendo los mismos problemas y sobreviviendo. Si bien tengo proyectos reales, pero no están funcionando como debería, o sea, las expectativas no se están cumpliendo. Es más, las expectativas ya son muy bajas y entonces pensé que quizás sumándome a ese proyecto podría ser más beneficioso en todos los sentidos”.
–¿Cómo es encarar un proceso de una segunda migración.
–Es más fuerte de lo que pensaba. Nunca me costó tanto viajar. O sea, dejar mi país me costó mucho, pero era joven, tenía ganas de viajar, tenía ganas de aventurarme y además yo pensaba que iba a estudiar y que iba a volver en algún momento. Pero este proceso de segunda migración es difícil, me costó como dos meses más o menos aceptar que me voy, fue muy duro, fue más difícil de lo que pensaba.
–¿Pudiste hablar con otros compatriotas sobre los motivos de por qué se fueron de Argentina?
–Estuve en contacto con muchos de los chicos. No los conozco a todos pero sí a bastantes de los que se fueron. No sé cuántos pero puedo decir que se fue más de la mitad. Al principio hubo una migración interna, muchos de los que estaban acá se fueron para Buenos Aires y de ahí se fueron de Argentina (a Brasil y hacia Estados Unidos, en su mayoría).
Una dinámica regional
Además de las situaciones puntuales por la crisis argentina, la socióloga especializada en migraciones e investigadora del Conicet Carina Trabalón señala que la postpandemia agravó el trabajo informal que afecta sobre todo a migrantes o personas con documentación irregular.
“Se han multiplicado, sin precedentes, los tránsitos migratorios irregularizados desde el sur a Estados Unidos, el histórico destino migratorio continental”, señaló en la columna “(In)Movilidades en las Américas” (Revista Común).
Trabalón identificó “el protagonismo que han adquirido los procesos de re-emigración, especialmente de migrantes de origen haitiano y venezolano” quienes tras vivir experiencias en algunos países deciden “emprender la ruta hacia EE.UU.”.
Pero ese movimiento coincide con “nuevas formas de intervencionismo para la gestión fronteriza en el marco del actual régimen global de control” que obliga a “esperas y errancias cada vez más prolongadas”. Algo que Rosario3 pudo constatar con algunos de los haitianos que dejaron el país rumbo a Estados Unidos y en medio del viaje, en aeropuertos, se generan trabas burocráticas y quedan “en tránsito” a la espera de un visado que depende de programas especiales.
“En el caso haitiano, la híper-precarización de sus vidas, el constante enfrentamiento a formas de racismo, la imposibilidad de enviar remesas a Haití y la intensificación del giro antimigrante, los llevó a emprender tránsitos al norte en búsqueda de un lugar más seguro donde vivir”, agregó Trabalón en otro informe sobre “La guerra contra migrantes haitianos en tránsito por las Américas”.