Si las formas que toma un mural colectivo son impredecibles, múltiples y al mismo tiempo implican una lógica propia, entonces resumir 20 años, sintetizar cientos de pinturas en apenas un puñado para narrar estas dos décadas que se cumplen de diciembre de 2001, responde a esa misma dinámica singular. Los artistas y militantes de Arte por Libertad compartieron con Rosario3 una muestra de 20 imágenes (y algunas yapas) para repasar su historia.

Hablar de sus murales es una manera de revisitar una ciudad que nos incómoda: la de los seis asesinados en los barrios (nueve en la provincia) durante aquella represión policial y la que vino después. Sus pinturas contienen las marcas de la impunidad, los reclamos de justicia y los actos para mantener viva la memoria.

Aunque Arte por Libertad nació y se conformó con ese nombre años después, el primer encuentro fue el 27 de febrero de 2002 en el cumpleaños de Claudio Pocho Lepratti, uno de los emblemas de aquella masacre. El militante social fue asesinado por un policía mientras gritaba desde el techo de una escuela que no dispararan porque había chicos comiendo.

El barrio Ludueña, donde Pocho vivía y había creado varias agrupaciones juveniles, talleres y otras actividades, armó el primer carnaval en la plaza que hoy lleva su nombre y que desde entonces se repite todos los años. Hubo guitarra, murga y guiso, desde ya. Pero también pintura.

Rodolfo Saavedra, el Mono, comenzó a pintar una hormiga negra gigante en el centro de la plaza. Entre varios trazaron todo un camino hasta la casa de Pocho, que ya nacía como Bodegón Cultural. También armaron un mural. Lucas García, Ñuca, de La Vagancia, uno de los grupos de adolescentes de Pocho, recortó el dibujo que había hecho El Tomi para la tapa de la revista El Angel de Lata. Lo puso contra la pared y lo pintó con aerosol. Ahí estaban y ya no se irían: las hormigas, el angel y la bicicleta.

Esa experiencia siguió años más tarde con el nombre de Arte por Libertad. Quizás el único grupo de plástica parido por la masacre de 2001 que sigue activo en el país. Un puente de 20 años para que la memoria transite (ver fotos en la Galería de imágenes de esta nota).

Colores en los barrios

 

Con un pan casero sobre la mesa, cuatro de los ocho integrantes actuales (de 34 a 56 años) no pueden recordar una fecha. Preguntarles “¿y eso cuándo fue?” es como taparles un mural con una lata de pintura negra. O peor, blanca; ese orden uniforme que impone la limpieza. Hay silencio, las fechas no aparecen. En cambio, se alumbran para hablar de su tarea como si fuera un presente continuo, un trazo que nunca se detiene.

Ellos crean así: primero imaginan el diseño. Eligen la pared (cada vez hay menos disponibles por el avance de la cartelería; una privatización del espacio público) y se lanzan. El Mono hace la letra. Los otros preparan el fondo, con los rodillos y los extensores. También elaboran los colores. Los más altos van por arriba. A Valentina Rondinella, docente y tallerista, le gusta dibujar, eso le sale mejor. “Otros rellenamos”, reconoce Diego Stábile, Tuna, comunicador social y músico.

–Todos hacemos y aprendemos del otro. El mural no tiene que ser una obra perfecta –define Valentina.

No tenés el control, hay un planteo pero después va donde lo llevan las manos que pintan –agrega Mendo, Ariel Lo Vecchio, docente de arte, tallerista y carpintero.

–El mural es la forma de aglutinar a muchas actividades, una excusa, siempre privilegiamos que estén todos y todas, más allá de la calidad estética –aclara el Mono.

–El trabajo que hacía Pocho explotó en 2001 en un montón de organizaciones y esta es una pata pedagógica porque tiene mucho que ver con los niños. No llevamos el arte al barrio, con el encuentro estalla todo el arte que estaba ahí –precisa Tuna.

Guillermo Quevedo y Ñuca siguen desde el inicio. También forman parte del grupo estable María Luciana Pollola y Natacha Gattarello. Y otras tantas manos amigas que nunca dejaron de pintar.

Homenaje a las víctimas

 

Diciembre de 2001 dejó nueve víctimas fatales en la provincia de Santa Fe: Walter Campos, Rubén Pereyra, Yanina García, Graciela Acosta, Claudio Lepratti, Graciela Machado, Ricardo Villalba, Juan Delgado y Marcelo Pacini.

Arte por Libertad trabajó con las familias de ellos y ellas para realizar un mural especial en cada caso. “En la noche hay estrellas que salen a brillar. Nosotros desde el arte podemos hacer visible esas luchas, esas vidas que desaparecen como si nada: desde las víctimas de 2001 a los pibes asesinados por el gatillo fácil de la Policía. Eso es lo que hacemos como colectivo, decir que el hambre es un crimen o que hace 15 años que pintamos en las marchas del arte todos los 24 de marzo junto a las Madres y Abuelas, marcando el camino que ellas hicieron”, define Valentina.

En el caso de Walter Campos, por ejemplo, Gregoria, la mamá del chico asesinado de un balazo por un francotirador de las TOE, le pidió a Valentina que el diseño de su mural debía tener una tuna porque ella en el Chaco había plantado esa planta en su recuerdo (también hay una en el cementerio La Piedad). “¿Cómo hacemos presente una tuna?”, se preguntaron y decicieron incluirlo mediante las letras.

Eso fue a los primeros años de diciembre y se volvió a pintar para los 15, en 2016, en las paredes de Empalme Graneros. Pero en un operativo de limpieza que hicieron desde una escuela del barrio lo taparon de blanco. Otra vez ese orden uniforme de la pátina que lo cubre todo, lo más parecido al olvido.

Con el tiempo fueron sumando a su trabajo y militancia otras causas: de gatillo fácil, contra la contaminación o por el derecho al agua, entre otras. Siempre con la convicción de que "una red de hormigas puede más que un elefante".

Parte de todo ese proceso, además del testimonio de los familiares, está reflejado en el muy buen documental “2001 VIVE: la Justicia la hacemos entre todxs”, realizado por la Asamblea 19 y 20 en 2016.

El problema del mural tapado les volvió a ocurrir con uno de los últimos grandes trabajos. El 24 de marzo pasado, en otra marcha por la memoria, sumaron un homenaje al periodista y militante de Hijos Juane Basso frente al pasaje Juramento. Pero la Municipalidad concretó luego una pintura de Manuel Belgrano. Ellos aseguran que ese tipo de cosas no los detiene y piensan seguir.

¿Por qué, para qué seguir pintando? “Creemos que el arte es una herramienta de transformación –responde el Mendo, hace una pausa y agrega con una sonrisa– y tenemos ganas de seguir creyendo en eso”.