El conflicto en Medio Oriente es muy lejano para Estados Unidos. Desde Nueva York a Tel Aviv hay unos 9 mil kilómetros. Si el Presidente decide viajar a este país le tomará, como mínimo en un vuelo directo, entre 11 y 15 horas. Sin embargo, geopolíticamente es un asunto clave de su política exterior. La región cuenta con gran cantidad de recursos energéticos a los que hay que asegurar acceso. Pero también la presencia norteamericana debe hacerse notar para quitarle fuerza a las incidencias rusas e iraníes en el mundo árabe. Y de paso, combatir el terrorismo y promover la democracia.
Después del ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023, Joe Biden esperó diez días para visitar la tierra de Netanyahu. En tanto, el jefe de la diplomacia de Estados Unidos, Antony Blinken, viajó este miércoles por séptima vez desde el inicio de la guerra. Sin embargo, apenas si hay avances y el principal objetivo de un alto el fuego sigue sin concretarse. La pregunta es: ¿El gobierno norteamericano está haciendo lo suficiente para frenar el conflicto? Su accionar se puede dividir en tres: ayuda humanitaria, apoyo militar y blindaje diplomático.
En relación al primer punto, la administración de Netanyahu no cumple con uno de los reclamos más significativos de la comunidad internacional que es poner fin al bloqueo y dejar entrar la ayuda humanitaria. La situación llegó al punto que Estados Unidos decidió actuar por sí mismo y organizó una operación para lanzar víveres desde aviones sobre la Franja de Gaza. Y además, empezó a construir un muelle flotante frente a la costa, para poder ingresar productos de manera directa. De acuerdo a Naciones Unidas, en Gaza hay unos 2 millones de civiles al borde de la hambruna.
En lo referente a la ayuda militar, el gobierno norteamericano ha desplegado un portaaviones en el Mediterráneo. Es una táctica de disuasión para que ni a Irán, Hezbolá u otros grupos armados de la región aliados de Hamás se les ocurra hacer escalar el conflicto. Al mismo tiempo, se ha mantenido el envío de armamento hacia Israel: municiones, armas, proyectiles, vehículos, bombas, aviones de combate F-15. Y con respecto al tercer punto, de blindaje diplomático, el gobierno de Biden ha usado su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para proteger a Israel de resoluciones adversas.
Lo cierto es que todos estos apoyos -humanitarios, militares y diplomáticos- de la Casa Blanca ayudan a mantener la guerra a flote. Por ello, comenzaron a ser cuestionados fuertemente puertas adentro. Lo primero que surge es el impacto que esta situación podría tener en un año electoral. No son pocas las acusaciones a Biden de favorecer el “genocidio de los palestinos”. En tanto, el mandatario afirmó que las manifestaciones estudiantiles propalestinas no han cambiado su postura frente a Israel y que su respaldo sigue siendo inquebrantable.
Su opositor y contrincante Donald Trump, aprovechó la ocasión electoralmente, mientras es juzgado en los tribunales de Nueva York. Éste celebró el desalojo policial de las universidades y expresó sobre lo ocurrido en esa ciudad “La Policía llegó y en dos horas todo había acabado. Fue precioso de ver”. Además, en concordancia con su táctica comunicacional, describió: "Los extremistas radicales y los agitadores de extrema izquierda están aterrorizando los campus universitarios".
Lo cierto es que fue el ex presidente, quien se atrevió en 2018 a trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Si Trump es reelecto este año, la política norteamericana hacia Israel podría llegar a ser un poco menos ambigua. Aunque tampoco tanto. Hay un gran consenso entre la clase política estadounidense que se encuentra mayoritariamente alineada con Israel y sus intereses. Es ésta misma clase política la que está presionando a las universidades para que no cedan a las demandas de los estudiantes.
El reclamo de los universitarios, que realmente molesta, no es el pedido del fin de la guerra en Gaza. Porque es un conflicto lejano, donde no hay tropas nacionales y el costo es meramente económico por lo cual es más o menos simple despegarse. Lo que perturba, fastidia e incomoda a la clase política norteamericana es el pedido a que las universidades se desprendan de los fondos patrimoniales que tienen en empresas vinculadas a Israel porque “están invirtiendo en el asesinato de gazatíes y palestinos”. Es ésta una petición que irrita casi por completo, tanto a republicanos como a demócratas.
La mayoría de universidades en Estados Unidos poseen fondos patrimoniales en los que invierten su capital. Estos miles de millones de dólares son puestos en acciones de empresas. Así, mediante múltiples fondos de inversión las casas de estudio obtienen rentabilidad. En este sentido, el conflicto en Medio Oriente empieza a ser transversal y amenaza con penetrar otras instancias de la sociedad norteamericana. Aparecieron, por ejemplo, los nombres Google y Microsoft, que tienen relaciones comerciales con Israel y a su vez, vínculos financieros con universidades. Pero la lista es grande.
Los estudiantes lograron desnudar un intrincado económico que ayuda a sostener el conflicto, y que atraviesa a toda la sociedad norteamericana. Y esto incomoda. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, expresó: "Turbas antisemitas se han apoderado de las principales universidades". Y agregó "Vemos este aumento exponencial del antisemitismo a través de Estados Unidos (...) mientras Israel trata de defenderse de terroristas genocidas, terroristas genocidas que se esconden tras civiles".
Es esta inflexibilidad discursiva lo que, probablemente, más enoja a los estudiantes porque los desprecia e invalida. ¿Manifestarse es un acto antisemita? En un tono muy distinto y conciliador, el portavoz de la Secretaría General Naciones Unidas, Farhan Haq, expresó: "Algunas protestas pueden haber sido utilizadas por distintos individuos para llegar al discurso de odio o antisemitismo, y estamos contra eso, pero la manifestación pacífica es uno de los derechos fundamentales".
Hay varias cosas preocupantes que comenzaron a ocurrir con frecuencia en estos años veinte del siglo XXI. Por ejemplo, que el discurso de odio o antisemitismo empezara a ser nuevamente utilizado y enaltecido desde distintos lugares, también desde lugares de poder. O que cualquier manifestación pacífica sea livianamente tildada de antisemita o terrorista simplemente por evidenciarse contraria a la políticas implementadas por un gobierno. Estas son algunas evidencias de que fantasmas del siglo pasado han vuelto y pretenden quedarse.
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