En la última entrega de los premios Globo de Oro flojo cotilleo se armó en torno a las axilas de Lola Kirke. Pasa que la actriz (Mozart in the Jungle) eligió un vestido strapless –diseño de Andrew Gn– que dejaba "a la vista" el vello de sus axilas.
Y ojo que no hablamos de pelusa para la ocasión. No, pelos. Pelos negros (para mejor).
“Fue el centro de todas las miradas al mostrarse con las axilas al natural y con mucho bello (sic)”, se lee en un portal de noticias del espectáculo (googlealo). Y sigue: “Se vistió muy elegante pero ese detalle corporal la dejó en evidencia.” ¿Detalle?
Porque está fantástico que se besen Ryan Reynolds y Andrew Garfield. Pero una chica con vello en la axila es el límite: no está dentro de lo "esperable" para una mujer.
Si es que el machismo está en retirada, el neomachismo (o posmachismo) no corre la misma suerte.
El vello corporal es una "condición biológica", como seres (y seras) vivo/as que somos. Pero no tiene el mismo valor para el ojo ajeno si está en la axila de Poroto Cubero o en la de Lola.
El problema no es la vellosidad, sino el cuerpo.
No quiero decir con esto que haya que evitar la cera y la afeitadora de por vida. De lo que hablo es del modo en que los discursos disciplinan los cuerpos y los cargan de un sentido construido que los moldea, los sujeta y los cosifica.
Amparados en sus privilegios de género, están quienes piropean, golpean, matan y violan; violencias que se libran en los cuerpos de las mujeres. Ante estos ojos, un territorio de disputa y placer.
Para estos, somos las “morochas infartantes” –se nos culpa hasta del colapso cardíaco ajeno–, las “sexies” y “provocadoras” –nos culpan de ser la ocasión de un abuso– y, también, somos “las incogibles” (googlear Malena Guinzburg/Twitter).
Este machismo posmacho en alza es el mismo que declama que "la violencia no reconoce géneros" –pero se cuenta un femicidio cada 30 horas–, que esto "es una guerra contra los hombres" –al contrario, los invitamos a la lucha–, que "ya votamos y tenemos cupo", entonces para qué ir por la paridad –porque somos la mitad de la población y queremos que se replique esa representación–. Es más, y, sobre este último punto: según cifras del Ministerio de Educación, la brecha salarial entre hombres y mujeres con estudios terciarios o universitarios es del 24 por ciento (en promedio ganamos un cuarto menos a igual puesto y capacitación). La diferencia trepa al 41 por ciento cuando no media instrucción superior.
Lola Kirke no se depiló. En el vestido elegido para la ceremonia, portaba un prendedor con la leyenda “Fuck Paul Ryan”, en protesta por el recorte a programas de planificación familiar en Estados Unidos sobre los cuales el funcionario tendría injerencia.
Pero el ojo ajeno se posó en sus axilas.
¡Arriba las axilas! Y sobre el cuerpo y el vestuario, reservate el comentario.