Todas las personas buscamos cariño, queremos que nos quieran. Rehuir de los lugares donde, por el contrario, encontramos quejas y reproches es lo más normal del mundo. Sin embargo, muchas veces las responsabilidades que asumimos, que buscamos asumir, nos obligan a poner el cuerpo. Cualquiera que se postula para gobernar un país, una provincia, una ciudad, un pueblo debería saberlo. Mucho más si ese lugar está en crisis.
Rosario atraviesa una situación delicada. La ciudad se ve frágil ante la ola de violencia que la tiene en vilo y que no es nueva, pero que se agrava día a día, que produce hechos que superan lo imaginado, que corre permanentemente la línea. Quienes asumieron responsabilidades de gobierno en diciembre de 2019 sabían con lo que se iban a encontrar. De hecho, ganaron las elecciones porque, de alguna manera, convencieron a buena parte de los votantes de que ellos sí eran capaces de resolver la crisis que comenzó a incubarse hace mucho tiempo ya y que se terminó llevando puestas las gestiones socialistas de la ciudad y la provincia.
Crimen del arquitecto, punto de inflexión
El 27 de octubre de 2021, dos años exactos después de ser electo y aún en pandemia, hubo un punto de inflexión en la relación entre el gobernador Omar Perotti y Rosario. Esa noche el mandatario provincial fue con el intendente Pablo Javkin a la marcha en la que se pedía justicia por el crimen de Joaquín Pérez, un arquitecto que fue asesinado cuando estacionaba su auto para volver a la casa en la que vivía junto a su mujer y su hija de 2 años en Arroyito. Los manifestantes lo increparon, le tiraron agua, lo escupieron, y se tuvo que ir. El intendente, que sufrió también los reproches y los escupitajos, se quedó un rato más, intercambió puntos de vista con la gente enojada, que también lo cuestionaba.
Desde aquel episodio el gobernador espació sus apariciones públicas en Rosario, lo hace en marcos muy cuidados, y dentro de lo posible evita hablar de la inseguridad y la violencia. Por caso, al momento en que se publica esta nota ya pasaron siete días de su último viaje a la ciudad más grande, más importante, de la provincia que gobierna: fue el jueves pasado, para un acto en la Bolsa de Comercio por la venta del primer lote de soja de la campaña 2021/2022. Cuando los cronistas presentes requirieron su opinión sobre el recrudecimiento de la ola de violencia, dijo que no iba a hablar del tema. Sí planteó un reclamo al gobierno nacional ante la posibilidad de que aumente la presión impositiva sobre el campo.
Pero la realidad trae el tema de la ola de violencia una y otra vez, y los periodistas insisten e insisten por una razón muy simple: no hay ninguna cuestión que sea más importante para sus audiencias.
Entonces se dan situaciones como las de este miércoles, cuando Perotti, a su pesar, tuvo que responder sobre la renuncia del secretario de Seguridad, Jorge Bortolozzi, –a quien decidió despedir porque viajó a una actividad privada en Centroamérica en medio del tembladeral del que debía ocuparse–, y el pico de violencia que vivió en abril Rosario. Estaba en la otra punta de la provincia, en Reconquista, y su tono volvió a ser elusivo: llamó a “dar una vuelta de página”.
Una acusación seria, un problema central
A Bortolozzi lo puso como viceministro el propio Perotti. Fue una forma de marcar un límite al poder del ministro Jorge Lagna, con quien el funcionario saliente tenía cortocircuitos y que a la vez es cuestionado por uno de los dirigentes más cercanos al gobernador, el diputado nacional Roberto Mirabella, que considera que la actual gestión de esta cartera clave está agotada. Y no se fue a su casa arrepentido y en silencio sino en forma estruendosa: dijo que el gobernador y el ministro Lagna sabían de su viaje, que lo habían autorizado, y que lo renunciaban para montar una cortina de humo que tape la infiltración narco en la policía.
Es una acusación seria, que merece una respuesta que en lugar de dar vuelta la página aborde una cuestión que es central en esta crisis: la interacción permanente de las organizaciones criminales que disputan los mercados ilegales y distintos integrantes de instituciones del Estado. En este esquema la corrupción policial es un factor fundamental del problema. La afirmación de Bortolozzi, aunque pronunciada en medio de una situación de despecho –5 minutos antes él era responsable de la situación que denunciaba– encuentra sustento en el caso del policía de solo 21 años que, con apenas un par de meses en la fuerza, fue detenido por proveer armas que estaban bajo su custodia en la División Balística a presuntos narcotraficantes que operan en barrio Empalme Graneros para Los Monos.
Las internas permanentes, el silencio del gobernador, la sensación de inacción resquebrajan la autoridad política sobre el gobierno de la seguridad y la policía, que como bien dijo el ministro Lagna al anunciar la llegada del ex comandante de Gendarmería Claudio Brilloni al cargo que ocupaba Bortolozzi, debe ser firme, férrea, con convicciones fuertes.
Errores conocidos, nuevas oportunidades
De alguna manera se repiten viejos errores. El fallecido Hermes Binner, que inauguró los 12 años de gestiones socialistas, subestimó el problema de la seguridad y eso es algo que se pagó caro, pues creció y se volvió una bola de nieve. Antes de los comicios de 2019, el entonces candidato socialista Antonio Bonfatti desoyó el consejo de los propios y evitaba ir a los medios porteños que centraban su mirada sobre la provincia en el tema inseguridad, porque pensaba que, por los magros resultados en la materia cuando él mismo estuvo al frente de la Casa Gris, eso le iba a traer muchos más costos que beneficios. Terminó derrotado por Perotti, que desde 2011 convirtió la crisis de la seguridad pública en su eje proselitista –con un llamativo video en el que en forma violenta “barría” con un brazo cocaína acumulada sobre una mesa–y que 8 años después hizo de “la paz y el orden” su principal eslogan de campaña. Así, el rafaelino consiguió lo que parecía imposible: venció al socialismo en lo que fue su bastión por 30 años, Rosario, y fue justamente el resultado en la ciudad lo que definió la elección provincial a su favor.
Debería recordarlo el gobernador. Que, está claro, se siente más cómodo con otros temas, en los que su gestión tiene mejores resultados y que a él lo apasionan, como las cuestiones vinculadas a la producción, por cierto nada menores para el presente y futuro de la provincia.
Pero también hay que ponerle el cuerpo a lo incómodo. A eso que hoy es fuente de malestar social y reproches. Pues allí se juega la suerte no de un gobierno, no de una gestión, no de una persona, sino de un esquema institucional, de un sistema de convivencia que atraviesa una crisis que amenaza sus propios cimientos.
Perotti estará este jueves en Rosario, para la inauguración de los Juegos Suramericanos de la Juventud. El domingo protagonizará una puesta en escena siempre trascendente en democracia: abrirá con un discurso que según fuentes del gobierno provincial durará cerca de dos horas y media el período de sesiones ordinarias de la Legislatura. Son oportunidades para dar señales diferentes a las que dio hasta ahora. Antes de que sea tarde.