En un auditorio repleto de personas, una golpea a otra. Y, sin que medie interrupción alguna, todo sigue según lo pautado. Solo silencio. Al rato, quien propina el golpe excusa su comportamiento en la “defensa de su familia” y empata su reacción a la del personaje que acaba de interpretar: un padre autoritario que forja –a partir de métodos cuestionables– la exitosa carrera deportiva de sus hijas.
Antes de esta escena, en el inicio de la entrega número 94 de los Premios Oscar, Amy Schumer, Regina Hall y Wanda Sykes ironizan en su monólogo de apertura sobre la decisión de la Academia: tres mujeres son más “económicas” que un hombre/conductor. Esa sería una de las pocas intervenciones de la anunciada participación de las tres presentadoras a lo largo de la velada.
La premiación comenzó con el lauro a la actriz Ariana DeBose quien celebró el reconocimiento en la categoría mejor actriz de reparto por su rol en West Side Story con una reivindicación de los sueños (una de las razones del cine).
"Imaginen a esta niña en el asiento trasero de un Ford Focus blanco. Mírenla a los ojos, una mujer de color queer, abiertamente queer y afrolatina que encontró su fuerza en la vida a través del arte. Y eso es lo que creo que estamos aquí para celebrar", dijo.
Al rato, el actor Troy Kotsur –la segunda persona sorda en levantar una estatuilla– agradeció en lengua de señas su crédito al Mejor actor de reparto por su papel en CODA.
En esa misma ceremonia, Jane Campion anotó otro hito en casi un siglo de “Oscares” al convertirse en la tercera mujer en recibir el premio a la mejor dirección por el film El poder del perro.
Entre esos “momentos” y el acto de justicia que representó el lauro a Mejor película internacional para Drive my car –aún cuando La peor persona del mundo quedara con las manos vacías– pasó lo de Will Simith y Chris Rock. Pasó. Fue como un “insert”; alguien dejó una escena equivocada.
La réplica en las redes sociales hizo ruido y el silencio inicial buscó ser saldado por la Academia con un comunicado (al final) en el que repudia “cualquier violencia”.
No hubo disculpas de ninguna de las dos partes: ni de Chris Rock por hacer burlarse de la cabeza rapada de Jada Pinkett Smith, quien tiene alopecia (y es dueña de hacer lo que le plazca con su cráneo), ni de Will Smith hacia el presentador, por golpearlo “en defensa de su familia”.
La discusión sobre si el humor y el arte deben tener algún límite y, en todo caso, cuál sería esa frontera es una polémica abierta y no resuelta. Ni la cancelación ni el punitivismo como así tampoco la libertad propia como la medida de todos los discursos funcionaron a la fecha.
La lente que amplifica privilegios –de clase, género, raza– impide la mayoría de las veces el registro de una forma distinta (horizontal y de paridad) de relacionarnos. En otras palabras, el show no siempre debe continuar.
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