Ponerse en el lugar de otra persona. Reconocerse en las intersecciones de una realidad en apariencia distante pero compartida en los mandatos, en el disciplinamiento patriarcal del deseo y el amor. La obra Vigilante es el testimonio de una mujer deseante que viste y desviste ese deseo en un soliloquio: enhebra diálogos sin más interlocuciones que sus propias respuestas.
La potencia escénica de Claudia Cantero los encarna. Dentro y fuera de su garita, se desgrana –desde la curvatura de un gesto hasta la humedad en los ojos– para desplegar todas las posibilidades que organiza en versos el texto de Laura Sbdar.
La condición femenina está en el centro.
Atrapada en un uniforme de guardia de seguridad, una mujer monologa desde las violencias que la atraviesan. Y las interpela. También es una madre que cría en soledad y se culpa por la necesidad económica de "las horas extra".
La redención posible está ligada a “un pibe hermoso” que viene a subvertir su autoridad “vigilante”. El cuerpo de ese otro es lo que le quema en el suyo; un amor romántico y de blanco para conjurar un destino de dolor.