Uno. Hubo un tiempo en el que el reggaeton ni asomaba en el horizonte planetario. Eran tiempos de vinilos, cassettes y VHS (PAL y NTSC).
Dos. Y si bien el mercado, el belicismo imperialista de algunos líderes políticos y el ciclo de producto asoman desde que Adam Smith usaba pantalones cortos, la brutalidad de estos tiempos –con armas nucleares activadas con un botón, muros dividiendo países, millones de refugiados expulsados de sus hogares por guerras y hambrunas, y la creciente concentración de la riqueza– otorgan al presente un particular tono apocalíptico.
Y es con todo esto en la cabeza es que Karina K ideó Mamá Punk, espectáculo que recupera la figura de la disruptiva de Nina Hagen en todas sus aristas, y que se presentó el último sábado en el teatro de Plataforma Lavardén.
Seis años fueron necesarios para que la cantante, actriz y bailarina montara este homenaje musical en clave de antiópera que pone sobre tablas algunas de las luchas que la vocalista alemana sostiene desde que ella y su familia fueron expulsados de Berlín del Este por cantar canciones de protesta.
Defensa por los derechos de los animales, veganismo, pacifismo, ecologismo, hinduismo y luchas ligadas al respeto por la libre y diversa elección sexual, entre otras “subversiones”, se encadenan en las traducciones de las canciones de Nina con los arreglos líricos de Karina K y Cynthia Manzi.
Ambas son acompañadas por una solidísima banda integrada por Tomás Rodríguez, Juan Kuj Giménez y Fernando Seitz.
Ambas llevan sus posibilidades vocales a la máxima expresión imaginable (¡hay que cantar alla Hagen). Karina K es Hagen. Manzi interpreta a la deidad "Cosma."
Ambas te llevan de las narices durante la hora y minutos que dura el espectáculo: cantan, bailan, cambian el vestuario, interactúan con objetos reciclados y elevan la vara de los musicales vernáculos.
Tres mujeres (con Nina incluida) que critican con fuerza al sistema, a ese andamiaje político-económico-social que reduce a las personas a cosas.
Tres. Punk is not dead.